El cura Juan Diego Escobar Gaviria queda, día tras día, contra las cuerdas en la Justicia.
Ya se han realizado una decena de cámaras Gesell –de las que sus abogados, Milton Urrutia y Juan Pablo Temón, participaron de apenas dos—, y en esas instancias  se han ido acumulando testimonios demoledores.
Todas las pruebas que vienen colectando los fiscales Federico Uriburu y Rodrigo Molina apuntan hacia la responsabilidad que tuvo el sacerdote en los casos de abuso de menores.
El modus operandi es el mismo que se advirtió en otros dos casos resonantes que salpican a la Iglesia Católica: los de Justo José Ilarraz y Marcelino Ricardo Moya.

Así ourría: Escobar Gaviria ganaba la confianza de los chicos, y después avanzaba en los abusos. Esa es la hipótesis que guía a los fiscales.
Los hechos ocurrían ora en el interior de la casa parroquial de San Lucas Evangelista, de Lucas González; ora en los viajes en auto, a Paraná, por ejemplo, o hacia alguna ciudad adonde el cura fuese a presidir sus multitudinarias misas de sanación.
El círculo vicioso del silencio más atroz que suele rodear los abusos lo rompió la primera víctima, un nene de 11 años, en un campamento escolar. El chico, exmonaguillo del cura Escobar Gaviria, alumno del Colegio Castro Barros San José, hacía con sus compañeros una tarea: debían hacer un pedido de disculpas por algo que habían hecho mal.
Contó entonces de qué modo el cura lo había sometido a situaciones de abuso.
La maestra se lo contó a la directora del Colegio Castro Barros, Marta Carrizo; ésta, a la superiora de la congregación Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas, Marta Jacob, que reside en Córdoba, y juntas se presentaron ante el defensor oficial, Oscar Rossi.
Lo que siguió fue la intervención del arzobispo, Juan Alberto Puiggari, que el 27 de octubre último dispuso apartar a Escobar Gaviria de la Parroquia San Lucas Evangelista, y sacarlo de Lucas González. Además, le prohibió oficiar misas en público.
La primera cámara Gesell –un sistema de testimoniales a los que apela la Justicia cuando se trata de menores de edad, a cargo primordialmente de psicólogos y psicopedagogos— permitió aproximarse a la antesala del camino del Gólgota: un nene de 11 años a quien en cuatro o cinco oportunidades el cura lo había tocado en las partes íntimas.
Siguieron tres Gesell más a exmonaguillos, todos de entre 11 a 13 años, que permitió a los fiscales conocer cómo es que el cura mantenía encuentros con los menores: los invitaba a dormir en la Parroquia. Dormían en un living; Escobar Gaviria, en su habitación.
De noche, solía levantarse, y alumbrarlos con una linterna mientras dormían: prendía y apagaba la linterna en medio de la oscuridad. Cuando descubría que un chico estaba despierto, lo invitaba a su habitación.
Le siguieron cuatro cámaras Gesell más, en este caso a sendos adolescentes de 16 años, que también habían sido monaguillos, testimonios que surgieron tras la presentación de dos nuevas denuncias. Esos chicos no vieron el abuso sexual por parte del cura ni fueron testigos presenciales, pero permitieron a los fiscales conocer que, además de la casa parroquial, en los viajes fuera de Lucas González, el cura se llevaba menores consigo.
El segundo denunciante de Escobar Gaviria, un muchacho de 18 años, contó que los abusos empezaron en un viaje en auto, cuando tenía 11 años. A la ida, lo hacía sentar en el asiento de atrás; a la vuelta, junto al sacerdote. Y entonces empezaba el infierno: la mano del cura buscando la entrepierna del nene. Lo abusos siguieron, fueron más crueles, más invasivos, insostenibles.
La perversión de Escobar Gaviria se manifestaba en los regalos que traía desde Colombia, su país de origen, adonde viajaba en forma habitual: calzoncillos que se los hacía probar en la casa parroquial.
La tercera víctima que denunció al cura contó que solo una vez hubo un tocamiento, pero que pudo frenar los avances; una cuarta víctima, que no quiso denunciar, contó lo mismo.
El miércoles 7 hubo una nueva testimonial en cámara Gesell, que resultó clave para los fiscales: un amigo de la primera víctima, el primero a quien el nene le contó los abusos, antes de contárselo a su maestra, antes de que lo supiera su madre.
Las pruebas y los testimonios recogidos por los fiscales permitieron armar tres expedientes: dos por corrupción de menores agravada por ser Escobar Gaviria un sacerdote; y otra de abuso sexual simple, también agravado, en el caso del chico que declaró haber sido tocado sólo una vez por el sacerdote.
Los fiscales entienden que están acreditados los hechos, y que resta sólo someter a pericia psiquiátrica al cura Escobar Gaviria –una formalidad que establece el Código de Procedimientos—y después elevar la causa a juicio oral.
Pero los defensores entienden que faltan testimonios por sumar, y por eso citaron a la directora de la escuela y a la superiora general, que estarán el miércoles en los Tribunales de Nogoyá.
Mientras, los fiscales aguardan que el arzobispo de Paraná responda un oficio en el que le preguntan un dato menor: cuál es la situación de Escobar Gaviria, desde cuándo es cura, un documento que acredite que es sacerdote y desde qué fecha está en Lucas González.
La pena, en caso de hallarse culpable de los abusos a Escobar Gaviria, son 10 años tras las rejas.
El cura ya tuvo experiencia tras las rejas. Entre el jueves 3 y el jueves 10 de noviembre últimos estuvo en la Unidad Penal de Victoria, tras dictar el juez de Garantías de Nogoyá, Gustavo Acosta, una prisión preventiva de 20 días. La medida fue revocada por el juez Arturo Exequiel Dumón, del Tribunal de Juicios y Apelaciones de Gualeguaychú, que lo puso en libertad.
Entonces, el sacerdote fue confinado en Oro Verde, pero allí sucedieron una serie de desinteligencias, que obligaron a la fiscalía de Nogoyá a pedir su reubicación. Ahora está en la casa de la Cruzada del Espíritu Santo, la orden a la que pertenece Escobar Gaviria, en Paraná, y goza de momento de libertad de movimiento.
Pero su situación en la Justicia se agrave a cada paso.

Ricardo Leguizamón

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.