Al menos serían diez los casos de abuso en los que habría intervenido el suspendido cura Juan Diego Escobar Gaviria.

Esa es la hipótesis de la investigación judicial, que se abrió a finales de octubre último, con una presentación espontánea de las monjas de la congregación Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas, que dirigen el Colegio Castro Barros San José, de Lucas González.

Hasta entonces, Escobar Gaviria fue párroco de San Lucas Evangelista, adonde había llegado en 2005, como parte de la Cruzada del Espíritu Santo, la orden religiosa que preside el cura Ignacio Peries, de Rosario.  Pero no bien las monjas se presentaron ante el defensor oficial Oscar Rossi, y dieron cuenta del caso de un nene de 11 años que dijo haber sido abusado por el cura, el arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, ordenó su separación de la función de párroco y le ordenó buscar refugio en una casa religiosa.

Desde entonces, estuvo prófugo de la Justicia, se escondió en la Casa Padre Lamy, después buscó albergue en un departamento de Oro Verde y últimamente reside en la casa general de la Cruzada, en calle Comandante Espora al 500, de Paraná. Tiene prohibido pisar Lucas González, y está obligado a informar, una vez a la semana en la comisaría más cercana cuál es su paradero.

Escobar Gaviria ya acumula cuatro denuncias en su contra. Los expedientes abiertos están caratulados “Señor Defensor Oficial s/Presentación”, que tiene que ver con la primera víctima, un nene de 11 años; a ese se agregaron otros dos: “Juan Diego Escobar Gaviria s/Abuso Sexual” y “Juan Diego Escobar Gaviria s/Promoción a la corrupción agravada de menores”. Ahora se sumó una cuarta denuncia. El Escobar Gaviria estará el martes 14, a las 9 de la mañana, frente a los fiscales Federico Uriburu y Rodrigo Molina: entonces, le imputarán esa cuarta denuncia.

Pero Silvia Muñoz, mamá del nene que hizo la primera denuncia, cree que hay muchos más casos. “Pasaron más de 60 monaguillos por la parroquia en estos 12 años que estuvo, así que debe haber más, no me cabe ninguna duda de ello”, dice. Tiene la certeza de dos casos más, conoce a las víctimas y a sus familias, aunque admite lo doloroso que supone ir a la Justicia, exponer la vida de chicos.

También los señalamientos. “Yo sigo siendo la loca. Dicen, pero mirá esta loca lo que le está haciendo al cura. Pero yo sigo adelante. Les digo a la gente que hay que denuncia. Hay que incentivar  a declarar esto en la Justicia, para que puedan liberarse de esa basura que llevan dentro. Mi hijo me decía que si se negaba a hacer lo que el cura les pedía, les pedía les pateaba la cola. Él no declaró eso, me lo dijo a mí hace unas semanas”, cuenta Silvia.

El cura Escobar Gaviria está imputado. Y está seriamente comprometido en la investigación judicial. Los testimonios de las víctimas, dice el fiscal Federico Uriburu, son contundentes, y los aportes de los testigos refuerzan la hipótesis sobre la responsabilidad del cura en los abusos.  Y por eso la Fiscalía está delineando la línea argumental de la acusación en la elevación del caso a juicio, que ocurrirá antes de fin de mes, o principios de marzo. “La condena, quizá, tenga un efecto dominó, y permita la presentación de nuevas denuncias”, evalúa Uriburu.

Será, entonces, el primero de los tres curas denunciados que llegue a esa instancia: estar sentado en el banquillo de los acusados. Mientras, aguardan otros dos casos, los de los sacerdotes Justo José Ilarraz y Marcelino Moya.

En el caso Escobar Gaviria, el círculo de silencio  lo rompió la primera víctima, un nene de 11 años, en un campamento escolar. El chico, exmonaguillo del cura Escobar Gaviria, alumno del Colegio Castro Barros San José, hacía con sus compañeros una tarea: debían hacer un pedido de disculpas por algo que habían hecho mal.
Contó entonces de qué modo el cura lo había sometido a situaciones de abuso.
La maestra se lo contó a la directora del Colegio Castro Barros, Marta Carrizo; ésta, a la superiora de la congregación Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas, Marta Jacob, que reside en Córdoba, y juntas se presentaron ante el defensor oficial, Oscar Rossi.
Lo que siguió fue la intervención del arzobispo, Juan Alberto Puiggari, que el 27 de octubre último dispuso apartar a Escobar Gaviria de la Parroquia San Lucas Evangelista, y sacarlo de Lucas González. Además, le prohibió oficiar misas en público.
La primera cámara Gesell –un sistema de testimoniales a los que apela la Justicia cuando se trata de menores de edad, a cargo primordialmente de psicólogos y psicopedagogos— permitió aproximarse dio las primeras pistas de lo que sobrevendría.
Siguieron tres Gesell más a exmonaguillos, todos de entre 11 a 13 años, que permitió a los fiscales conocer cómo es que el cura mantenía encuentros con los menores: los invitaba a dormir en la Parroquia. Dormían en un living; Escobar Gaviria, en su habitación.
De noche, solía levantarse, y alumbrarlos con una linterna mientras dormían: prendía y apagaba la linterna en medio de la oscuridad. Cuando descubría que un chico estaba despierto, lo invitaba a su habitación.
Le siguieron cuatro cámaras Gesell más, en este caso a sendos adolescentes de 16 años, que también habían sido monaguillos, testimonios que surgieron tras la presentación de dos nuevas denuncias. Esos chicos no vieron el abuso sexual por parte del cura ni fueron testigos presenciales, pero permitieron a los fiscales conocer que, además de la casa parroquial, en los viajes fuera de Lucas González, el cura se llevaba menores consigo.
El segundo denunciante de Escobar Gaviria, un muchacho de 18 años, contó que los abusos empezaron en un viaje en auto, cuando tenía 11 años. A la ida, lo hacía sentar en el asiento de atrás; a la vuelta, junto al sacerdote. Y entonces empezaba el infierno: la mano del cura buscando la entrepierna del nene. Lo abusos siguieron, fueron más crueles, más invasivos, insostenibles.
La perversión de Escobar Gaviria se manifestaba en los regalos que traía desde Colombia, su país de origen, adonde viajaba en forma habitual: calzoncillos que se los hacía probar en la casa parroquial.
La tercera víctima que denunció al cura contó que solo una vez hubo un tocamiento, pero que pudo frenar los avances; una cuarta víctima, que no quiso denunciar, contó lo mismo.
Las pruebas y los testimonios recogidos por los fiscales permitieron armar tres expedientes: dos por corrupción de menores agravada por ser Escobar Gaviria un sacerdote; y otra de abuso sexual simple, también agravado, en el caso del chico que declaró haber sido tocado sólo una vez por el sacerdote. La cuarta denuncia es también un abuso sexual simple.
Los fiscales entienden que están acreditados los hechos, y que resta sólo someter a pericia psiquiátrica al cura Escobar Gaviria –una formalidad que establece el Código de Procedimientos—y después elevar la causa a juicio oral.

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.