Josefina Etienot duda. No está segura si quiere seguir en política cuando concluya su período como viceintendenta de Paraná. Imagina concursar en el Consejo de la Magistratura por un cargo de jueza en el fuero civil; ya lo ha intentado antes, y quiere insistir por ese camino.
Le gusta ese lugar: el lugar donde dice sentirse diferente al resto, desde donde pueda incomodar. «Soy una voz diferente en muchas cosas. No me gusta sacar ventaja del silencio, porque tengo una impronta diferente. Pero pasa que son muchas batallas y a mí me gustaría vivir en paz. Ese desgaste -y faltan dos años duros de gestión todavía- me hace pensar a veces que no sé si quiero seguir . Sigo dando clases. Y pienso en la posibilidad de rendir en el Consejo de la Magistratura y ver también cómo se puede rotar en la vocación de servicio desde otro lugar. Este lugar de presidenta del Concejo tiene mucha soledad y hay mucho sexismo», dice Etienot.
Ella misma atizó el fuego del sexismo en noviembre de 2016, durante una sesión del Concejo Deliberante en la que se discutía el presupuesto 2017 de la Municipalidad de Paraná, y lanzó aquella frase que desató el cotilleo. «Yo no me acosté con nadie para estar acá», dijo desde su sitial de presidenta del Concejo, y provocó una batahola de misa de 11. Cuatro de sus pares de Cambiemos la denunciaron ante el arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, por incumplir el cánon 208 del Código de Derecho Canónico, que habla de «las obligaciones y derechos de los fieles» católicos. La denuncia provocó en Etienot un movimiento interno: desde ese momento empezó a hacer terapia con un psiquiatra.
Pero ese escandalete no fue lo más complicado de su gestión, evalúa ahora, a la distancia. Dice que la piedra de toque que movió la inquina de muchos hacia ella fue meterse en el asunto de los contratos del personal político en el Concejo. «Todavía lo sigue siendo. Fue lo más difícil. Fue sacar un montón de beneficios. Me decían: ´¿Justo ahora que llegamos, los vas a sacar?´ Y esa era la idea. No era por sacar beneficios, sino porque era muy caro para la gente, que es titular del dinero que le cuesta tanto pagar. La Municipalidad tiene grandes déficits, y había que ordenar las cuentas públicas y encontrar el gasto improductivo. Tengo ciertos enfrentamientos, grandes, porque asumo este rol de contralor en el equilibrio de poderes. Y eso aparece muchas veces como molestia, traición, mínimo como deslealtad. Para mí no es lo mismo lealtad y complicidad. Somos servidores públicos. Tengo fuerte vocación de servicio. Yo puedo aguantar mucho. Yo no vine a agradar, vine a hacer lo que hay que hacer, que es el trabajo», dice.
El principal cambio, entonces, fue que todos los empleados políticos de los concejales facturasen como monotributistas, y así quebrar la tradición de que los contratados cobraban sin recibos ni facturas, dice.
«La cultura tributaria argentina ha sido y es un complejo importante para cambiar. Había un sistema municipal que se replica en muchas municipalidades, que tiene que ver con prestar servicios sin tributar a nadie. No son empleados de planta permanente, ni tampoco un autónomo. Nosotros dijimos: son proveedores de servicios. Así que empezamos a generar la obligación de tributar. Todos prestan servicio y sin estabilidad. En estos dos años y medio hemos logrado un acatamiento de esto y una tributación -asevera-. De otro modo, se crea la expectativa en el contratado de que puede acceder a planta permanente. Es lo más triste de todo. Inicia una vinculación laboral en la cual de ninguna manera se le clarifica los límites de ese vínculo. Y es un vínculo que viene marcado como un favor, un agradecimiento, que diluye el trabajo que hace el otro para el Estado. Los gremios colaboran con esto porque ellos protegen los derechos de estos trabajadores. Los afilian siendo contratados de obra. Y ciertamente quienes tenemos que poner límites ahí somos los dirigentes políticos».
Etienot habla de sí misma en tercera persona: se asume como distinta al resto. ¿Qué resto?
«Desde que asumimos en el Concejo, estamos medio como en off side. Primero por una vocación mía de ir a contrapelo de la grieta. Yo tengo claro lo que es el desafío de llevarse bien con los que piensan distinto. Me siento muy cómoda porque soy muy exigente conmigo y con los otros. Yo espero de los propios -de los que estamos en esta alianza, que dijimos que veíamos a cambiar las cosas-, ese testimonio, ese discurso en palabras. Me duele que el que no lo haya querido hacer, haya devaluado al que está intentando el cambio, sobre todo si es del fuego amigo», afirma.
El fuego amigo, a qué dudar, lo enciende el vicepresidente primero del Concejo, Emanuel Gainza.
Aunque su enfrentamiento se enrareció en el proceso de renovación de autoridades del Concejo, la relación entre ambos viene enfriándose desde hace tiempo, asegura, y no escamotea adjetivos para calificar a la relación que los separa: traición.
Dice que sólo quiso darle relevancia al rol de la mujer en los lugares de decisión del Concejo, y apostar a la rotación en los cargos, como ocurrió en el bloque de Cambiemos en la Cámara de Diputados. Pero que no lo consiguió. «Yo tengo tres metas claras -cuando no hay directivas de (Rogelio) Frigerio-: honestidad, cuidar al Presidente y la gobernabilidad. Y Paraná es la capital de la provincia, y tener este gesto con la mujer, iba a estar bueno. Pero Gainza no tuvo la generosidad. Entonces, el quiebre se da innecesariamente en el Concejo. Si Gainza hubiera tenido la generosidad de darle lugar a dos mujeres en los dos últimos años de gestión, y bajar la presión en la relación de sociedad, otra hubiese sido la historia. Yo lo lamento. Cambiemos necesita un par de mimos, y para eso necesita renuncias. No hay forma: el amor es así», plantea Etienot.
-¿No hay reconciliación?
-Con algunos, sí. Pero mi situación con Emanuel Gainza la hice pública: es irreconciliable. Para mí, la traición es personal. Y no es actual, es de antes. Ya es hora de separar las aguas.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.