Luis Fabián Patricio Schunk está expectante: en una semana, ingresará al edificio de Tribunales a las ocho y media de la mañana, media hora antes del inicio del juicio oral al cura Justo José Ilarraz y esperará a que lo llamen a testimoniar. Es uno de los siete denunciantes de los abusos y la corrupción de menores que Ilarraz perpetró en las habitaciones del Seminario Nuestra Señora del Cenáculo, cuando fue prefecto de disciplina, entre 1985 y 1993.
«Seis años esperamos este juicio -la apertura de la causa, de oficio, se produjo en septiembre de 2012-, pero en la mente de muchos de nosotros, en el corazón nuestro, son treinta años (de espera) que quizá ahora empiecen a llegar a su fin en algunos aspectos, no en otros. Esperamos justicia, una sentencia justa, esperamos que al final se puedan poner las cartas sobre la mesa y decir la verdad de lo pasado. Pero estos 30 años nunca van a terminar en otros aspectos, en nuestra cabeza, porque quedan las cosas que nos han pasado, los perjuicios que nos causaron», dice Schunk ahora, este mediodía de lluvia mansa de un sábado de abril de 2018.
El juicio a Ilarraz empieza el lunes 16 de abril, a las 9 de la mañana.
Schunk ingresó al Seminario en 1988 y salió de ese lugar en 2000, siendo sacerdote. Estuvo en las filas de la Iglesia hasta el 2 de enero de 2006, cuando tomó la decisión de irse. Un año antes, en 2005, cada quince días, acudía la residencia episcopal de la Costanera Alta y se sentaba a hablar con el entonces arzobispo Mario Maulión, y en esas charlas le contaba por qué había tomado la decisión de dejar el sacerdocio, le contó de la vida en su casa cuando chico, de un padre violento, que no salía del Seminario ni quería volver a su casa por temor al maltrato. Pero también Schunk le contó a Maulión de los episodios que había vivido con Ilarraz durante los años 1988 y 1989.
Maulión, después, perdió la memoria, dijo que no supo, que nadie le contó, que lo dejaron al margen, y cuando dejó el gobierno de la Iglesia de Paraná se recluyó en Rosario, en la casa parroquial del padre Ignacio Peries, el superior de Juan Diego Escobar Gaviria, condenado a 25 años de prisión por abuso y corrupción de menores.
En la etapa de instrucción de la causa de los abusos de Ilarraz, Schunk contó que cuando tenía 12 años y estaba como pupilo en el Seminario, «en varias oportunidades, a altas horas de la noche, cuando solo había una lucecita prendida y muchos de sus compañeros ya estaban dormidos, el prefecto Ilarraz hacía su ronda habitual y se sentaba al borde de las camas de algunos internos. En oportunidad de sentarse en su cama, Ilarraz apoyaba su codo sobre sus genitales y su mano en su pecho y lo acariciaba, le preguntaba cómo le había ido en el día y le deseaba buenas noches. Ello ocurrió en reiteradas ocasiones».
Ahora es un sábado de abril de 2018, un mediodía silencioso, y Schunk habla con voz aplomada. Sereno.
-Te tocó ser la voz y el rostro de los sobrevivientes de los abusos de Ilarraz. ¿Pesó en algún momento ese rol?
-Si vos me hubieses preguntado dos o tres años atrás, te hubiera dicho que me arrepiento de haberlo denunciado, porque la carga ha sido demasiado pesada, por todo lo que le significa para la víctima exponerse. Cuando uno se expone, expone una historia, una familia, los hijos, todo. Uno pone en las manos de los demás, todo. Todos tenemos miserias. Uno abre el corazón y dice: ´Esto me pasó´. Hoy, si me preguntas si vuelvo a hacer lo mismo, digo que sí. Ha sido tanto el bien, tanto el bien que se ha hecho, tantas cosas positivas que han surgido, que al final se encuentra consuelo y gratificación. Tantas luchas han servido para algo.
-¿Esperas que otras víctimas puedan hablar después del juicio?
-Para mí, no es necesario. En cada una de las víctimas, se representan a otros. Yo tengo mensajes de otras víctimas, que no son denunciantes, tengo acompañamiento, conozco chicos. Conozco gurises compañeros míos que lo niegan pero sabemos que sí fueron (víctimas). No hace falta que hoy salgan, que hoy digan, que hoy denuncien. La lucha que nosotros llevamos adelante va a servir para que haya justicia para todos.
-En el juicio lo vas a tener sentado a Ilarraz cerca, después de tanto tiempo. ¿Qué te va a pasar por la cabeza en ese momento?
-Yo puedo decirte qué me puede pasar, qué pienso: pero es inmanejable, impredecible. La presencia de él nos va a coaccionar en mucho (…) No sé cómo voy a reaccionar si se ríe. Pero sé que voy a contar mi verdad, y no tengo que sentir vergüenza: no voy a sentir vergüenza, ni siquiera tengo que mirarlo. No le voy a dar el derecho de que él me siga perjudicando, nos sigan perjudicando.No le vamos a dar la oportunidad de que nos siga revictimizando.
-¿El fin del juicio a Ilarraz cierra un ciclo?
-A cada víctima le va a significar algo distinto, porque me conozco y los conozco. Es un peso, más allá de todo, es un peso. Estar pendiente qué va a salir, qué van decir, qué se falló, es algo que cuesta llevar. Para otros va a significar, como a Maxi (Maximiliano Hilarza, otra de las víctimas), un alivio muy profundo. Nadie, absolutamente nadie sabe lo que nos ha pasado, no saben lo que significa llevar en silencio algo de este estilo. Nadie lo sabe. Hay que vivirlo para saberlo, hay que vivir para saber por qué se calla tanto tiempo, por qué está la necesidad de decirlo. Forma parte de la sanación de cada uno. Después de la sentencia, mi vida va a seguir siendo la misma.Pero en otro aspecto, va a cerrarse algún capítulo.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.