Falleció este viernes el cura Agustín Kaul, a los 93 años. Descendiente de rusosalemanes, nacido el 17 de febrero de 1932 en Aldea Santa María, a 60 kilómetros de Paraná, hijo de un maestro, hermano de una docena de hermanos, de los cuales tres vistieron hábito de cura, hacía tiempo se había retirado del servicio activo a la Iglesia.
Ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1956, Kaul, conoció pocos destinos: primero fue a Villaguay, después a Nogoyá, y de allí a la Parroquia Santa Teresita, ese complejo que ahora se levanta en la esquina de 3 de Febrero y Saraví, que ocupa una manzana, pero que entonces, 1966, era una capilla modesta y un terreno yermo, 2 hectáreas que un lechero usaba para que sus vacas pastorearan.
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En 2012, cuando cumplió 80 años, El Diario publicó el siguiente perfil de Kaul:
Su mundo privado es esto: una cama, un ropero, una mesa donde hay muchos libros, una repisa donde hay muchos libros, un equipo acondicionador de aire que zumba lejano, una notebook puesta a un costado, sobre un tapete, cincuenta relojes antiguos, copias, de plástico, a cuerda, bonitos, no tan bonitos.
Suena un gong, suena un cucú, suena un tic tac insistente, y Agustín Kaul dice que ya son parte de la sonoridad quieta de esta habitación que ocupa en la planta alta de la casa parroquial de la Parroquia Santa Teresita. El síndrome Menier hizo estragos en sus oídos y ahora escucha poco y mal, y a lo mejor por eso mismo ocupa su tiempo, bastante, entregado a la lectura.
Agustín Kaúl lee libros de filosofía, de teología, ninguna obra de este tiempo. Ahora lee uno que se llama así: Nuevo Diccionario de Teología. Lo de nuevo es un decir, es una edición vieja, de tapas duras. No siempre es lector. A veces sale de su mundo privado y recorre su pequeño reino, el complejo educativo Santa Teresita, que fundó de la nada.
Agustín Kaul es sacerdote, al igual que lo fueron dos de sus hermanos, ahora muertos, Alfonso y Luis.
Uno, Alfonso, dio nombre a una calle de un pueblo, Aldea Santa María, donde el maestro rural Pedro Kaul se asentó junto a su mujer Ana Margarita Werner, y toda su prole.
Ninguna calle se llama, por ahora, Agustín Kaul pero este hombre ya siente que es parte de la posteridad.
–¿Le gustan los homenajes?
–No demasiado. Si uno hace el bien, ya está. Me parece medio redundante. Pero si la gente lo quiere hacer, está bien. Yo ya hice el bien. Ya está.
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Dice, con la certeza de pocos, que siempre pensó que iba a ser lo que finalmente fue.
Fue (es) sacerdote católico.
Nació, dice, para eso, para ser sacerdote. No para otra cosa.
–Creo que yo nací con esta vocación. Desde chico, siempre me pareció que yo debía ser sacerdote. Pero por ahí me entró la chifladura, y quería ser ladrillero. Papá me había llevado a una ladrillería y quedé fascinado. Tendría seis o siete años. Quedé tan fascinado que llegué a casa y dije que quería ser ladrillero. Mi mamá se espantó con la idea; mi papá no me llevó mucho el apunte. Los ladrillos los llevé en la cabeza hasta los 15 años.
Intento que sucumba esa fortaleza de pensamiento que tiene este hombre anciano, y le pregunto si a veces no dudó, si no tuvo la intención de dar vuelta la página y pensar en otra cosa. Si la vocación no se le diluyó en la fosa de las inquietudes humanas.
Me dice que no. No, de ninguna forma. Qué va.
–Nunca tuve dudas. En realidad, no tuve tiempo para cuestionarme nada. Vivía yendo y viniendo.
Pisó el Seminario con 12 años: allí hizo la secundaria, y allí se quedó. A los 24, ya era sacerdote.
Se ordenó en 1956 y como se había preparado tanto y tan bien en Filosofía pensó que su destino sería el de formador de seminaristas, como profesor. Pero la jerarquía tenía otros planes en mente.
Lo enviaron a Villaguay, primero, y allá estuvo tres años; a Nogoyá después, otros siete años; después, sí, lo devolvieron a Paraná, como profesor en lo que ahora es la UCA Paraná. Cuarenta años como docente, profesor de Antropología Filosófica.
En 1967 el arzobispo Adolfo Servando Tortolo lo destinó a una parroquia de barrio, Santa Teresita, y ahí estuvo hasta 1985, cuando otro obispo, Estanislao Esteban Karlic, lo manda para hacerse cargo de la rectoría del Seminario, luego de descabezar el cuerpo de formadores, liderados por el inclasificable Alberto Ezcurra.
Duró un año. En 1986 lo ubican como párroco de la Iglesia Catedral y en ese lugar se quedó 15 años, hasta 2000, cuando volvió a Santa Teresita.
En todos esos lugares, siempre tuvo algo que hacer, algo para construir.
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Ahora está rodeado de relojes. Unos funcionan, otros no. Los que no, se encarga de reparar.
Se inició en el oficio casi por casualidad.
–En casa había uno que no andaba. Le digo a mi hermano: “Voy a ver si lo puedo arreglar”. Lo arreglé. Y se corrió la voz de que yo arreglaba relojes, y entonces todo el viejerío empezó a traerme relojes, para que se los reparara, y así empecé. Aprendí de los grandes relojeros, y también leyendo libros. He leído mucho sobre relojería. Y también he sido muy amigo de don Martín Bersano, de Elvio Venturini, relojeros con mayúscula, que me enseñaron el oficio.
Antes, siempre, estuvo rodeado de andamios, ladrillos, cemento, albañiles, obras en marcha.
En Santa Teresita, cuando llegó, en 1967, primero pensó en construir cuatro aulas para dictar catecismo los fines de semana.
Alguien le propuso entonces no dejar las instalaciones ociosas el resto de los días, y así se ideó una pequeña escuela parroquial. Un grado siguió al otro, una pared se unió a los cimientos, y de la planta baja, la edificación miró al cielo, y así todo fue dándose.
Ahora hay un complejo educativo, una casa parroquial, un barrio, un pensionado.
“Siempre la Providencia estuvo, y no nos faltó nada”, dice ahora Agustín Kaul, 80 años, 55 como sacerdote, de los cuales 30 los cumplió en la Parroquia Santa Teresita.
–¿Cómo se le ocurrió fundar todo esto?
–Yo no me imaginé nada. Fueron surgiendo las necesidades, y así se fue obrando. Yo vine a Santa Teresita sin ningún plan concebido. Lo primero que vi que hacía falta eran aulas de catequesis, y de eso surgió la idea de la escuela. Pero yo quería una escuelita parroquial, para toda la gurisada de aquí. Pero todo empezó a crecer, surgió el secundario, y así sucesivamente, y fue agrandándose.
–¿Cómo hacía para conseguir los recursos? Imagino que habrá sido una obra my costosa.
–Buena pregunta, porque yo tampoco sé.
Es mediodía de miércoles, otoño.
Lo tiene sin cuidado que haya tanto alboroto alrededor, que estén planeando un homenaje, un festejo por los 80 años que cumplió en febrero. Sabe, no lo dice, que es por lo que ha hecho, por su obra, por las obras, y se solaza en la satisfacción que da sentirse parte de una pequeña historia.
–¿Cómo se prepara para festejar los 80 años?
–Con alegría. La satisfacción de cumplir 80 años y ver la obra. No todos los que han hecho este tipo de trabajos, la obra de esta escuela, Santa Teresita, han podido luego disfrutar de lo hecho. Yo sí. Ahora veo una obra que se ha hecho a lo largo de 40 años.
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De Tortolo
Adolfo Servanto Tortolo, arzobispo de Paraná durante dos décadas, presidente del Episcopado a lo largo de dos trienios, vicario general de las Fuerzas Armadas en los años de plomo de la última dictadura, nació el 10 de noviembre de 1911 en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, pero cursó estudios religiosos en el Seminario San José, de La Plata, adonde se ordenó con tan sólo 23 años, el 21 de diciembre de 1934.
El 9 de junio de 1956 el papa Pío XII lo designó obispo auxiliar de Paraná, y aquí se desempeñó junto al arzobispo de entonces Zenobio Guilland, y después de un breve período en Catamarca, ocupa el cargo de arzobispo a partir de en 1963.
De él, da cuenta la biografía oficial que difunde el Arzobispado, entre otros datos, este: “Con respecto a la crisis política, sólo los que lo trataron muy de cerca saben de sus angustias y de todo el silencioso bien que hizo. Tenía influencia y prestigio en las Fuerzas Armadas, y los empleó, mitigando excesos, curando heridas, orientando como Pastor. Por esto no siempre fue bien comprendido, incluso fue atacado. Los que lo conocieron bien de cerca saben que hizo lo humanamente posible, y tal vez un poco más”.
Agustín Kaul tuvo un trato cercano con Tortolo.
Y esto dice.
–No nos olvidemos que estamos hablando del año 1967, cuando yo realmente empecé a tener contacto con él. Hace 45 años. Tengo un magnífico recuerdo de monseñor Tortolo. Era muy paternal. Venía prácticamente todas las semanas a visitarme, me dio toda la confianza. Ahora, evidentemente que hoy, a los 45 años de distancia, quizá algunas cosas de monseñor Tortolo no se debieron haber dado, pero lo enjuiciamos ahora. Pero en ese momento, yo lo veía bien.
–¿Qué recuerda de Tortolo?
–Monseñor era muy amplio. Pero luego hemos sabido una cantidad de cosas, donde yo estoy seguro que monseñor no estaba de acuerdo. Pero que se dieron. Yo, mire, le aseguro que para mí él ha sido como un segundo padre. Pero no niego, no cierro los ojos a una tremenda realidad que se vivió como fue el problema de la represión.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora