Por Leandro Bonnin (*)

Me preocupa mucho el fanatismo, de todos los colores, orientaciones y tendencias.

Me preocupa verlo tan presente en la sociedad argentina, tan obsceno, tan exuberante.

Pero me preocupa aún más cuando ese fanatismo se apodera de personas que supieron ser pensantes, objetivas y bienintencionadas. Y que ahora, de tanto adorar una idea, o un líder, acaban justificando lo injustificable. Abdican su capacidad de pensar y la entregan a una ideología, o se postran servilmente para ser aplaudidores de alguien frágil, al cual, en su imaginación, invisten con una infalibilidad absoluta, perfecta, constante.

Y, ¿cómo sé yo si soy un fanático, o si no lo soy?

El fanático se vuelve incapaz de reconocer un error. El fanático valida cualquier injusticia, agravio, ofensa y violencia -hasta las más evidentes-, si quien la ha realizado es su líder, o miembros del grupo al que pertenecen.

El fanático tiene doble vara: justiciero implacable para descubrir la paja en el ojo ajeno -con exactitud milimétrica- y miope hasta la ceguera para descubrir y aceptar la viga que lleva en sí, o que encuentra, gigante e inapelable, en los de sus filas.

Y creo que podés quedarte tranquilo de que no sos un fanático si aún podés descubrir y reconocer cosas buenas en tu «adversario» de turno; y si podés decir «la verdad, yo lo banco a fulano/a, pero esto que hizo o dijo es un error, o una mentira, o una barbaridad». Podés quedarte tranquilo si sos capaz de disentir críticamente en todo lo opinable, si podés matizar, si sos capaz de argumentar sin q quedarte paralizado por un sentido de autoridad indebido.

Argentina, nuestra amada Argentina, no necesita fanáticos, ni fanatismos.

Necesita ciudadanos que amen la verdad y estén dispuestos a sacrificarse por el bien común.

Argentina necesita  que paremos  con los fanatismos, pensemos con serenidad, discutamos con altura, cancelemos la agresión gratuita.

Argentina necesita a Dios, claro, porque todo esto -para el hombre herido- es casi una proeza irrealizable. Pero con Dios, todo es posible.

PD: En mi repudio al fanatismo, está incluido, claro, el que pudiera darse también en el campo religioso, y católico. Ya publiqué varias veces sobre ese punto, y recientemente también sobre los abusos de poder y de conciencia. Sin embargo, creo que hoy por hoy, al menos en la Iglesia Católica, nuestro mayor riesgo sea tal vez la pereza, más que el excesivo apasionamiento. Pero eso daría para otra publicación.

 

 

(*) Leandro Bonnin es sacerdote en la parroquia Cristo Peregrino, de Paraná.