No hay nada acá. Nadie. Lo único que se escucha es silencio, un silencio que corta la respiración, que detiene el tiempo, que produce desasosiego. Hay un pozo, arriba de ese pozo una bomba para extraer agua pero que no extrae agua, troncos dispersos, una chapa larguísima, algunas cubiertas dejadas con descuido, pero ni el pozo, ni la bomba, ni los restos de maderas, ni la chapa larguísima sostienen vida en este lugar.

No hay vida. Hay silencio.

No se ven animales. Hay mucha maleza, algunos árboles. Nadie.

Se escuchan los pasos de quien camina sobre un terreno que se ha vuelto yermo. Nada más. No trinan los pájaros, no ladran los perros, el viento sopla y trae un aire cargado de desazón, espanto. Espeso. Un naranjo muestra sus frutos, un jazmín paraguayo ofrece sus flores. Pero es un paisaje árido.

El lunes 7, a las 10,30 de la mañana, la muerte manchó los frutos, pudrió las flores, dejó marcadas las huellas del horror. ¿Pero cuándo sucedió el horror? ¿Cuántas horas antes, qué día?

No han puesto una cruz, ni flores, ni un cartel desesperado ni nada que recuerde que acá, en este sitio cargado de maldad, descartaron el cuerpo de una chica, 22 años, Daiana Magalí Mendieta, un golpe mortal en la cabeza, la vida estragada, un femicidio que ahogó las palabras de un pueblo,  Gobernador Mansilla, 2.700 habitantes. No hay palabras para nombrar la oscuridad.

En este punto del mapa del departamento Tala nadie habla. Las palabras se han ido hacia algún sitio en el que no es posible hallarlas. “Es un bajón generalizado en el pueblo. Si antes era retranquilo, quieto, ahora lo es más. La gente está como apagada. No hay casi actividad. Hasta se suspendió lo que estaba programado para el fin de semana. Hay tristeza, mucha tristeza, y desconcierto. Nadie puede creer lo que pasó. Eso pasa con la gente. Y hay mucho silencio. La vida del pueblo se puso en silencio”, dice Irma.

La Avenida San Martín abre Gobernador Mansilla al forastero. Es la calle central y sobre esa calle central está la casa de Gustavo Brondino, “Pino”, 55 años, principal apuntado por el femicidio de Daiana Magalí Mendieta, 22.

En el pueblo todos saben en qué lugar vive cada quien. Casi todos se conocen. En el almacén, en la carnicería, en el kiosco, en los pliegues cotidianos aparece el femicidio, pero pocos le ponen ese nombre, casi nadie lo habla, no lo nombran. Se miran, se entienden, callan. Unos conocían a “Pino”, otros a Daiana y en estos días aciagos se secan las palabras.

“El pueblo nunca va a ser igual después de esto”, dice Emilio. “Nunca pensamos que algo así iba a pasar, y pasó. Las dos familias son muy conocidas. Bah, todos nos conocemos”, apunta.

Qué palabras se usan cuando no se puede poner palabras al horror. “Es redifícil hablar. Acá te cruzas a cualquier persona en la calle y se habla de los temas cotidianos, de lo que aparece en la tele. Pero de esto no se habla, no se puede hablar. No se lo aborda, no sé qué pasa”, suelta Carmen.

La casa de “Pino” está como puesta en un escaparate en Gobernador Mansilla: está sobre Avenida San Martín. Imposible no verla. Pero nada se ve. Está todo apagado, hay una ausencia que se siente, la vida se ha ido de ahí. Acá, en este pueblo, se habla en pasado de “Pino”. Lo han extirpado de las conversaciones cotidianas, lo indecible. “Era un buen tipo”, lo señalan. “Era una buena persona”, lo definen.

Era. «Pino» ya es pasado. ¿Una forma de exorcizar el espanto?

Los mansillenses mastican angustia, esconden las palabras, se agazapan en medio del desconcierto. Están en shock.

Hay un comentario que recorre las calles: cuesta conciliar el sueño, olvidarse por un rato de todo eso que cuenta la tele en el minuto a minuto. En Gobernador Mansilla, ese pueblo donde pocas veces pasaba algo de trascendencia, un día se vieron en los noticieros, se encontraron a los noteros en las veredas, se topaban con policías que se amontonaban en la Comisaría. Lo que antes se charlaba en las esquinas, ahora se lo enteraban por el noticiero.

Gobernador Mansilla, el pueblo, estaba ahí, en la pantalla de la tele.

En Gobernador Mansilla se bisbisea mucho, se cocina a fuego lento un culebrón, se transmiten historias por whastapp, se cuentan hechos y sucedidos con el peso de una verdad bíblica, mientras a cuadro cuadras se guarda luto, hay un hueco profundo, una vida que ya no es tal. Lugar común: pueblo chico, infierno grande. Y dolor inmenso.

Lo cotidiano que convive con el espanto. “Hay mucho dolor por la muerte de la chica, y por su familia. Lo de la muerte de la chica –cuenta Daniela- casi que no se habla. El dolor es tal que hay gente que ni siquiera lo pone en palabras, nos cuesta un montón hablarlo”.

El banco rojo ubicado en el cantero central de Avenida San Martín –un símbolo contra la violencia de género- está cubierto de carteles, y frases  y la foto de Daiana Magalí Mendieta. “Daiana, que tus asesinos no vuelvan a ver la luz del sol”.

Un sol aguachento ilumina la tarde que cae en Gobernador Mansilla. Y el silencio sigue. Se queda, como un banco de niebla que envuelve este pueblo que no recupera la paz.

El espanto ahora ya no da rating. La tele se fue y Gobernador Mansilla debe vérselas con sus propios demonios.

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora

De la Redacción de Entre Ríos Ahora