La Sala II de la Cámara del Crimen condenó este lunes al cura Justo José Ilarraz a 25 años de cárcel al hallarlo penalmente responsable de los delitos de abuso y corrupción de menores agravada por su condición de sacerdote mientras fue prefecto de disciplina en el Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo de Paraná. De todos modos el cura no irá de inmediato a la cárcel, ya que en la lectura de la sentencia se fijo que cumplirá arresto domiciliario hasta tanto quede en firme la condena.
Ilarraz estuvo a cargo de los niños que cursaban la escuela secundaria como pupilos en el Seminario entre los años 1985 y 1993, cargo en el que fue nombrado por el arzobispo de entonces, el ahora cardenal Estanislao Esteban Karlic. Conocía a cada uno de ellos, sabía de su desamparo y se aprovechó de todo ello para corromperlos.
Hernán Rausch, una de las siete víctimas que denunció a Ilarraz en la Justicia en 2012, contó que a mediados del año 1990, mientras cursaba segundo año, se encontraba en el pabellón durmiendo y se despertó porque sintió algo y al abrir los ojos vio que Ilarraz lo estaba besando en la boca y le acariciaba el rostro. Los abusos de Ilarraz siguieron, en el pabellón, en la pieza del cura, y no fue el único. Maximiliano Hilarza tenía 13 años cuando empezó a hacerlo que le decía su confesor: anotar en una libretita sus pecados, y después ir a su habitación y contárselo en forma detallada. Eso hacía.
Una noche oscura, Ilarraz se acercó a su cama, avanzó con esa avaricia que sabía desplegar ante los menores, y en medio de la impunidad más pavorosa se metió entre las sábanas: comenzó a hablarle de la amistad profunda que había entre los dos y, a medida que iba hablando colocó su mano sobre su vientre y rozaba el calzoncillo, hasta lograr excitarlo, Luego, le bajó el calzoncillo y lo comenzó a tocar.
José Riquelme tenía 14 años en 1989. Era un sábado, después del fútbol en la cancha del Seminario. Estaba en las duchas cuando lo vio acercarse, toallón en mano. «Dejá que yo te seco, así no te resfrías», le decía. No creyó que aquello estuviera mal: nada podía estar mal viniendo como venía, de la mano de su director espiritual. Pero después todo se volvió atroz: Ilarraz lo secaba y lo tocaba. Pretendía convencerlo. «Es parte de nuestra amistad», lo tranquilizaba. José Riquelme dejó de jugar al fútbol, dejó de bañarse con Ilarraz cerca, buscó por todos los modos posibles no estar en su cama de noche para evitar a Ilarraz. Se hacía castigar y pasaba largas horas en vela, fuera del pabellón.
Todos y cada uno de los siete hechos denunciados por las víctimas fueron sopesados por el tribunal conformado por los camaristas Alicia Vivian, Carolina Castagno y Gustavo Pimentel para condenar a Ilarraz a la cárcel. Los fiscales Álvaro Piérola y Juan Francisco Ramíre Montrull, más los siete querellantes -Marcos Rodríguez Allende, Walter Rolandelli, Lisandro Amavet, Santiago Halle, Victoria Halle, Milton Urrutia y María Alejandra Pérez- habían pedido los 25 años cárcel. Los fiscales, además, la prisión preventiva hasta que la condena quede firme.
La causa se había iniciado, de oficio, en 2012, por impulso del Procurador General Jorge García, que puso a trabajar a dos fiscales en el caso: Juan Ramírez Montrull y Rafael Cotorruelo. El expediente Ilarraz pasó distintas instancias, y estuvo a cargo de tres jueces: Alejandro Grippo, que en 2013 rechazó de plano el planteo de prescripción formulado por los entonces defensores Juan Ángel Fornerón -renunció este año- y Jorge Muñoz; Susana María Paola Firpo, que el 10 de julio de 2015 procesó al cura por el delito de corrupción de menores agravada; y Pablo Zoff, que el 17 de agosto de 2016 elevó la causa a juicio oral.
Antes, en 1995, cuando la Iglesia supo de los abusos de Ilarraz, abrió un proceso interno, y en esa tarea puso a trabajar al cura Silvio Fariña. Se recibieron los testimonios de cuatro víctimas, pero sólo se incorporaron tres testimonios, y el aporte de varios testigos. En 2016, el entonces arzobispo Estanislao Karlic cerró la causa, dio por probados los hechos y le aplicó la condena del destierro. En sus dos declaraciones en la Justicia -en 2014, y durante el juicio que se extendió entre el 16 de abril y el 10 de mayo-, Karlic relató que Ilarraz siempre estuvo al tanto del proceso, que le reconoció los hechos y que le pidió perdón.
En su alegato, Ilarraz dijo que las denuncias fueron una puesta en escena, que las víctimas fabularon y que incluso la Iglesia fue arrastrada en ese plan conspirativo, por eso se vio «obligado» a firmar aquella carta, en 1997, en Roma, con el pedido de perdón. Dijo ante el tribunal que fue «obligado» por Karlic a redactarla. Su defensor, Jorge Muñoz, cargó contra las incoherencias en el relato de las víctimas, pidió atender al planteo de prescripción que desde 2015 tiene a resolución la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y reclamó que se declare la inocencia de su defendido.
La condena a Ilarraz se suma al fallo que llevó a la cárcel ya al cura Juan Diego Escobar Gaviria.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.