«Pedimos. Todos los días pedimos».
Esa es la estrategia que se han dado en el comedor de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, de barrio La Floresta, para sostener la entrega diaria de 250 viandas de comida a personas que viven en la zona del Volcadero, barrios San Martín, Mosconi, Antártida Argentina y alrededores.
La demanda creció, admite el sacerdote Ricardo López, párroco de Guadalupe, pero no así los fondos. En forma mensual, reciben una partida de $40 mil desde el Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia, pero esa cifra no alcanza a cubrir la creciente demanda. Entonces, la estrategia es salir a pedir, aunque la crisis alcanza también a quienes efectuaban donaciones.
El comedor de Guadalupe funciona mediante la entrega de viandas -no hay lugar físico para montar un comedor- y si antes entregaban las raciones de comida a personas adultas o con alguna discapacidad, ahora los comensales son de todas las edades, fundamentalmente jóvenes, familias completas, dice el sacerdote. «Nosotros estamos en un lugar de la periferia, muy complicado, pero lamentablemente no es el único. Hay muchos asentamientos con muchas necesidades. Y la situación es que trabajamos cada vez con menos medios, con menos fondos, con menos capacidad de solidaridad. Antes la gente aportaba alguna ayuda para el comedor, pero ahora no puede porque tampoco tienen», señala.
En esa tarea, asegura, la Iglesia no está sola: hay organizaciones no gubernamentales, como Suma de Voluntades, y también están los movimientos sociales, que sostienen merenderos y comedores en distintos puntos de la ciudad.
«Tenemos cada vez más dificultades porque la crisis atraviesa todos los ámbitos», dice López.
Sacerdote Ricardo López.
Y en medio de la escasez y de la creciente demanda, conviven a diario con el consumo y la venta de droga. El religioso habla de «consumos problemáticos».
«Hay que convivir. Nosotros tenemos como lema ´aceptar la vida como viene´. Sin prejuicios, sin condena, sin rechazo. Claro que es muy difícil aceptar la vida como venga. A veces, han roto vínculos con sus familias, hay mucha violencia. A veces están sobrepasados de consumo, y entonces es difícil entablar un diálogo. Pero aceptamos la vida como viene», asevera.
Al respecto, destaca el trabajo que realiza la Iglesia de Paraná a través del Hogar de Cristo, un espacio de contención para los jóvenes que consumen. Y admite que ante la falta de fuentes laborales, la salida del negocio de la droga suele ser la más a mano que encuentra la gente. «Es más fácil, y tenes más ganancia vendiendo, traficando, que trabajando», apunta.
El trabajo, o la falta de, es otro asunto que impacta en las familias. «Al no haber empleo formal, muchos están insertos en el mercado informal de trabajo, mediante las changas. Pero ahora ni changas hay. Y eso repercute en la microeconomía diaria», apunta el sacerdote.
Respecto del funcionamiento del comedor, dice que lo que falta para sostener el sostenimiento diario -con los $40 mil mensuales que aporta la Provincia no llegan- lo logran en base a donaciones, solidaridad y un bono contribución. «Por ejemplo, ya casi no hay donaciones de carne. O se dona, pero poca cantidad. A veces nos donan 10 kilos. Nosotros lo agradecemos. Pero eso no nos alcanza. Alcanza para una olla, a lo sumo. Pero tenemos que llenar tres ollas», señala.
Otro quiebre que han tenido es la caída de la calidad de las viandas que sirven. Tuvieron en alguna oportunidad el asesoramiento de una nutricionista que elaboró un listado de platos variados, que ya no pueden respetar. «Ahora, nos dedicamos al guiso. Todo salsa. Antes teníamos variedad de verdura, huevos, tortillas, de carne. Llegamos a servir milanesas, costeleras, pollo. Ahora el pollo desapareció. Ni siquiera por donación llega. Nada -cuenta el sacerdote-. Todos los días los encargados del comedor me dicen que falta hoy, qué faltará mañana. Entonces, vemos qué pasa en las 24 horas siguiente. Siempre esperamos que alguien llegue con una donación. Pero casi todos los días tenemos que salir a pedir».
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.