Por Marciano Martínez (*)
Alrededor de las 10 de la noche, acompañé a la joven abogada Ale hasta la esquina del Estudio. Regresé y en el Drugstore compré una botella de vino Valmont. Estaba solo. Elba, mi mujer, había ido con sus nietas Julita y Agu a comer con Javier, nuestro hijo. Enfrié el vino con cuatro cubitos y con la libertad de la soledad, me apareció el primer pensamiento. Fue a partir del vino.
El recuerdo trajo a Juan Carlos Rinaldi, amigo y excelente abogado porteño, casado con Doris Horne. Cuando viajaba a Buenos Aires, muchas veces lo visité en su estudio. Allá en 1974, me arrimé a mediodía, me recibió con mucho cariño y me hizo pasar a su despacho. Sentada en un amplio sofá estaba una mujer hermosa, con un amplio tapado de piel, de un blanco muy fuerte. Me deslumbró todo, en especial su cara sonriente.
-Supongo que conocés a la Señora… -me dijo, con la certeza de que mi respuesta iba a ser afirmativa. Pero yo me quedé en silencio.
-Es Isabel Sarli! -me dijo, -¡Si la habrás visto en el cine…!
-¡No!, dijo la Sarli. Tu amigo es de los que no quieren que los vean en el cine cuando pasan mis películas…
No sé cómo salí de ese atolladero, pero la despedida fue cordial. Fui otra vez a su Estudio y me presentó a un cuarentón, delgado, alto y muy elegante con un traje oscuro y una corbata al tono.
-No es Isabel Sarli -me dijo Juan Carlos Rinaldi. Ahora te presento al Presidente de Chandon Argentina.
Era evidente que mi amigo tenía de clientes a un grupo de celebridades. Fuimos a comer a un pequeño restaurant y Rinaldi pidió un vino Valmont, el mismo con su etiqueta roja, que anoche estuve bebiendo.
Cuando trajeron el vino, el francés lo agarró y le dijo al mozo.
–Este vino se toma frío.
–No señor -le contestó el mozo, es un vino tinto y se bebe con la temperatura ambiente.
–¡Por favor -le contestó el presidente de la bodega-, traiga un balde con mucho hielo!.
Durante la comida, el Presidente de Chandon Argentina nos reprochó que los argentinos no sabíamos tomar vino, fundamentalmente no sabíamos sobre la temperatura en que debíamos servirlo.
-Señor Presidente -le dije con cierta acritud-: a este tema lo deben resolver en forma muy simple. Coloquen en la etiqueta a qué temperatura se debe tomar…
Mientras Rinaldi no sé que decía, el francés se paró y me dio la mano. Yo hice lo mismo. Me estaba agradeciendo la idea.
Pasaron unos meses y en enero nos fuimos con Elba a Mar del Plata. En el restaurant, pedí una botella de Valmont. Cuando la trajeron, le dije al mozo que se servía frío.
Se repitió la escena, pero esta vez, miré la etiqueta y decía: “Bébase entre 11 a 13 grados de temperatura”.
El mozo llevó la novedad y el dueño vino a agradecerme y no me cobró ni el vino ni obviamente una champaña Chandon que nos trajo.
Anoche, 47 años después, agarré la botella con dos copas menos y leí que en la etiqueta dice: “Para disfrutarlo en todo su esplendor es recomendable servirlo entre 10° y 14° C”.
Mi soledad daba para una emoción. También se la atribuí al recuerdo de mi amigo Juan Carlos, que allá lejos, en el cielo de los buenos, debe estar sonriendo junto a Doris, por recordar el aporte que hice al buen paladar de los argentinos. ¡Salud amigos!
(*) Abogado.