Silvia Alvarenque ingresó al convento carmelita de Nogoyá en 1999, con 18 años, dispuesta a convertirse en una religiosa de vida contemplativa y bajo un regimen de enclaustramiento.

Pero salió el 1° de abril de 2013 como un espectro, desconectada del mundo y con un intento de suicidio. Todavía hoy, seis años después de haber dejado el carmelo de Nogoyá y ya con la dispensa del Vaticano a sus votos como religiosa, soporta pesadillas por lo que vivió ahí adentro.

«Nos encontramos con una persona no solo totalmente distinta a la que había entrado, sino totalmente distinta a la que esperábamos que salga de ese lugar. Estaba absolutamente desinformada en cuanto a acceso a bienes culturales, con un estado de salud que daba cuenta de una persona muy mayor de edad. Una desconocida viviendo en nuestra casa. En ese lugar se la privó del acceso a bienes elementales para la vida humana», dice Marcelo Albarenque, su hermano.

La excarmelita tuvo que recomponerse y reconstruirse ya afuera del claustro. «Mi hermana es una persona que se tuvo que reconstruir en un proceso similar al que hace una persona recién nacida. Una persona diezmada, un espectro, que comunicaba por su cuerpo ser una mujer adulta, pero que tenía su psiquis diezmada, con un profundo sentido de culpa, religiosa y humana», relata su hermano.

Silvia Alvarenque y Roxana Peña fueron las dos excarmelitas que llevaron a juicio a la monja Luisa Ester Toledo, acusada de privación ilegítima de la libertad agravada, delito que se reprocha que ejerció mientras cumplió funciones de priora en el convento carmelita de Nogoyá, entre 2008 y 2016, cuando fue denunciada en la Justicia y apartada de su función por orden del Vaticano.

Toledo fue sometida a juicio oral y público ante el Tribunal de Juicios y Apelaciones de Gualeguay, debate que se cerró el viernes 28 con los alegatos de clausura. El fiscal Jorge Gamal Taleb pidió una condena de 6 años y medio de prisión para la religiosa. El tribunal dará a conocer el adelanto de sentencia este viernes 5, a las 8,30.

En diálogo con el programa Puro Cuento de Radio Costa Paraná 88.1, Albarenque dijo que a su hermana se la obligaba a martirizarse en el convento -en abierta violación a las constituciones de las carmelitas-, y que las sanciones que aplicaba Toledo, arbitrarias, antojadizas, se constituían en verdaderas «violaciones a los derechos humanos», según la calificación que utilizó el fiscal Taleb.

Las carmelitas eran obligadas por Toledo a utilizar el cilicio -una especie de collar de alambres que se colocaba en el muslo y que ejerce presión sobre la carne, dejando laceraciones- o darse latigazos con una fusta de cuero. «Las mortificaciones son voluntarias, no pueden ser impuestas, como lo hacía Toledo como método de castigo. De todos modos, cuando ingresan al convento, nadie les dice que eso es una práctica habitual», recordó Albarenque.

De Toledo dice que ejerció su poder con «perversión» y cierta «misoginia».

Marcelo Albarenque.

¿Por qué la dejó salir a la monja Albarenque Toledo? Su hermano dice que porque «representaba un peligro».

«Para Toledo, mi hermana representaba un peligro que esté afuera. Sin embargo, la dejó salir. Su estado de salud le representó un peligro. Hubiese sido un escándalo que una monja se suicide, y por eso la expulsó. Mi hermana tuvo un intento de suicidio en el convento», recuerda.

¿Qué rol tuvo el arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari?

«El no rol», ironiza. «Siguió la tradición diocesana inaugurada en ocasión de las denuncias de las víctimas de Ilarraz: silencio, acallar a las víctimas, esconderlo bajo la alfombra. En su momento, no obstaculizar la carrera de Karlic», analiza.

Dice Marcelo Albarenque que cierta vez su hermano Francisco se entrevistó con Puiggari para hablar de lo que ocurría en el carmelo de Nogoyá y que lo sorprendió una comparación del arzobispo: le dijo que las religiosas en el convento se parecían a un gallinero. «Les tirás algo, y arman un escándalo», refirió el jefe de la Iglesia, según Alvarenque.

«Con ese destrato y con ese no hacer nada, permitió que una psicópata, una sádica y una perversa como Luisa Toledo desarrollara su actividad delictiva», evalúa. «Nunca ejerció el control sobre el convento que tiene la obligación de ejercer», añadió.

Después, avanzó sobre el costo de la defensa que ejercieron los penalistas Miguel Cullen y Guillermo Vartorelli y señaló que el costeo estuvo a cargo del Arzobispado de Paraná. «La defensa de Luisa Toledo, que es onerosa, fue pagada por Puiggari. Los dos abogados, que actuaron como caballeros, porque son excelentes profesionales, y han ejercido una defensa con armas nobles, fue pagada por la Iglesia. Esto lo debo decir:  quien paga los honorarios de la imputada, la monja, es la Diócesis de Paraná, por decisión del obispo. Lo decide porque es chivo expiatorio», apunta.

-¿Ese dato está confirmado?

-Surgió a título de sospecha, pero después nos confirman el dato. Toledo no tiene ingresos, siempre vivió como religiosa.

 

 

 

 

 

Foto: Arzobispado de Paraná

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.