En pocos días, la Iglesia en Argentina celebra la beatificación de uno de sus más distinguidos fieles, el cardenal Eduardo Pironio, cuyo ministerio dejó una huella indeleble. Uno de sus compañeros en el Episcopado, el arzobispo emérito de Paraná, el cardenal Estanislao Karlic, testimonia su amistad franca y generosa, y su entrega total a Dios.

Karlic nació en Oliva (Córdoba) en 1926. Fue arzobispo de Paraná, presidente del Episcopado Argentino, y uno de los redactores del Catecismo de la Iglesia Católica, entre otros hitos que marcaron su vida sacerdotal y su ministerio episcopal.

Hoy, con 97 años y 10 meses —69 de ellos como sacerdote—, vive junto a una decena de religiosas en el monasterio benedictino Nuestra Señora del Paraná, en un pueblo llamado Aldea María Luisa, de la provincia de Entre Ríos.

Su dificultad para caminar y su escasa visión no le impiden celebrar la misa cada día, aunque con la asistencia constante de una religiosa, que permanece a su lado durante la ceremonia y le va marcando los pasos a seguir. Sin embargo, en el momento de la Consagración, el cardenal se sumerge en el misterio de la Eucaristía con presencia absoluta, con una profundidad que se ve y se siente.

Su memoria es frágil. «No recuerda hechos históricos», advierte su secretaria Haydeé, quien lleva 39 años trabajando con él. Sin embargo, conserva con nitidez en su interior los momentos y las personas que han marcado su vida.

Una de esas personas fue su gran amigo, el cardenal Pironio, que será proclamado beato en pocos días, en una ceremonia programada para el sábado 16 de diciembre en la Basílica de Nuestra Señora de Luján, donde descansan sus restos.

«Ahí viene el santito», solía decir Pironio cuando veía llegar a Karlic. Su amistad entrañable no conoció límites. Tal es así, que a principios de 1998, al enterarse que el estado de salud de su amigo se agravaba, el entonces Arzobispo de Paraná, que se encontraba en Alemania, no dudó en viajar a Roma para quedarse a su lado hasta el día de su muerte, el 5 de febrero de ese año.

Poco más de 25 años después, su gran amigo va camino a los altares y el cardenal Karlic conversó sobre su figura, modelo de amor y entrega a Dios.

Estar con Pironio «era sentirse en un clima de fiesta», aseguró. Aún lleva consigo el recuerdo de haber compartido momentos gozosos de su vida, que “quisiera tenerlos presentes porque me enriquece y me produce alegría».

Eduardo Pironio

El cardenal Pironio «era de un trato tan auténtico, tan generoso, tan agradable», recordó sobre su compañero de camino. «Me ha enriquecido por su cercanía, por su gratuidad y el deseo de bien en sus expresiones; realmente me ha hecho dar deseos de ser parecido a él», reconoció.

En cada encuentro, Pironio “nos daba la verdad de su personalidad, la verdad de su fraternidad. Por eso doy gracias a Dios de haberlo conocido, y quiero decirlo. Es una persona que realmente era un hecho de Dios bueno que quería, por medio de él, manifestar su bondad», añadió.

Como amigo era «muy franco, muy generoso, sin gestos que manifestaran algún interés». Para Karlic, Pironio fue «como un hermano, por no decir un padre», un hombre que daba «lo que podía dar, y en ese sentido, darse él mismo». Procuraba tener actitudes «que valieran para ese momento y valieran como modelo, delante de los hombres y antes delante de Dios, sobre todo», agregó.

 

 

 

Fuente: ACI Prensa