• Por César Pibernus (*)

Por estos días, el presidente Alberto Fernández comunicó que impulsará el retorno a la presencialidad escolar, a pesar del recrudecimiento de la pandemia y de no haber acondicionado en absoluto las escuelas argentinas. El gobernador Bordet suscribe a esta decisión y ambos se suman al clamor de opositores como Mauricio Macri, Alfredo De Angeli, Rodriguez Larreta o Patricia Bullrich.

Fernández lo hizo, además, repitiendo barbaridades como que el retorno a la presencialidad es un “vueltas a clases”, un “inicio de clases en marzo”, y que el 2020 resultó la “pérdida de un año de educación y conocimiento” cuando, en realidad, las escuelas no dejaron de funcionar, las clases no se interrumpieron nunca y las comunidades sostuvimos la virtualidad -sobre todo los docentes- a pesar del flagrante abandono por parte del Estado. Ojalá los políticos mostraran la mitad del compromiso con la Escuela Pública y el ingenio para sostenerla que mostramos los docentes durante 2020: seríamos Suiza.

La apertura de las escuelas es irresponsable simplemente porque el sistema educativo está tan destruido como en marzo de 2020, sobre todo desde lo sanitario.

Todos hemos visto cómo, desde lo chiquito hasta lo grande, distintas actividades han reorganizado de forma drástica su funcionamiento, desde comercios de barrio, hasta grande oficinas públicas o supermercados, regulando admirablemente la permanencia de personas en los locales, fortaleciendo las vinculaciones on line, pidiendo turnos previamente, disponiendo de alcohol en gel, lavandina, agua, mascarillas, pantallas de acrílico, aireando y sanitizando de forma permanente los espacios. Bueno, nada de eso ha dispuesto el Estado en las escuelas. Nada, nada. Todo sigue igual o peor.

Un poco más de lavandina, algo de alcohol en gel o fotos de los funcionarios no las preparará mágicamente para enfrentar la pandemia. Seguimos hablando de hacinamiento, de falta de agua y de trabajadoras y trabajadores precarizados que cobramos los mismos sueldos que en 2019. Muchísimos docentes asistirían transportándose a dedo, claramente, durante esta pandemia histórica.

Quienes promueven la reapertura irresponsable de las escuelas las comparan con otras actividades comerciales. El tema principal es que una escuela no es un casino, una playa, un avión o un bar. En primer lugar, porque la población de una escuela es mucho más dinámica y regular que la de cualquiera de las convocatorias citadas. No existe una población de, por ejemplo, 150 personas que tome el mismo avión durante 200 días al año, por período mayores a cuatro horas y que, además, tiene contacto estrecho habitual con vecinos, padres, transportistas y comerciantes. Aún así, cualquier avión -así sea uno de 20 asientos- tendrá cien veces más recaudos sanitarios que cualquier escuela argentina.

Por otra parte, cuando pretenden comparar una escuela con un bar o con un avión, en realidad no están hablando de UNA escuela, sino de la convocatoria presencial de 13 millones de estudiantes, más de un millón de docentes. Si fueron preocupantes en términos sanitarios los dos días que duró el velatorio de Diego Armando Maradona, aquello parecerá apenas la cola de un cajero automático al lado de la reapertura de las escuelas. Quienes se escandalizaron por aquello, no pueden avalar ahora estas medidas anticuarentena.

Son 15 millones de argentinos -vitales, en la flor de su edad y de sus energías- encerrándose en un avión por más de 4 horas diarias, durante 200 días al año, sin los recaudos sanitarios mínimos que, además, retornan a sus casas todos los días para volver al avión al día siguiente. Una comparación así, aún se queda corta.

Nada ha cambiado desde que el presidente Alberto Fernández planteaba a la población “Quedate en casa”. En realidad, sí cambió, la situación sanitaria empeoró y hemos confirmado que los contagios se facilitan entre personas que comparten ámbitos cerrados durante largos período de tiempo. Todo ha empeorado desde que el ministro de Educación, Nicolás Trotta, nos explicaba a todos sobre las puntillosas “aulas burbujas” hasta hoy, que el ministro de Educación habla directamente de presencialidad a secas, incluso al margen de un plan de vacunación masivo de población escolar.

También es cierto que hoy vemos más cerca, lamentablemente, los daños del virus. Todos tenemos casos de familiares y/o vecinos que han sido contagiados, internados o que han fallecido. Nos tuvo que pegar la realidad en la cara para que aquellos primeros delirios anticuarentena se debilitaran, ya casi nadie habla cancheramente de “gripeciña” o de que nos quieren meter un chip (que ya tenemos en nuestros celulares, de última). El negacionismo ha matado terriblemente de nuevo, su daño es incalculable pero sus militantes se siguen haciendo los zonzos. También se harán cuando esta presencialidad haga estragos, le echarán la culpa al viento, a los docentes, a errores de interpretación, a la obediencia debida, a conspiraciones, pero no se harán cargo de sus responsabilidades.

Pesan muchos intereses para que el gobierno y la oposición impulsen semejante “tormenta perfecta” -que las escuelas sean la principal sede electoral en nuestro país, entre los prioritarios-, pero la reapertura de la presencialidad escolar en estas condiciones es exponer la población aún más dramáticamente al virus, es promover la famosa “segunda ola” que están padeciendo países del hemisferio norte, mucho más favorecidos económicamente que nosotros.

La solución es financiar la Educación Pública y resguardar a la población, desde fortalecer realmente la virtualidad hasta saldar la histórica deuda interna que el Estado tiene con las escuelas y las y los trabajadores de la educación argentinos. También es buscar el financiamiento de estas políticas en donde corresponde -los sectores concentrados- y no en las y los trabajadores.


Los docentes argentinos insistiremos como lo hemos hecho históricamente, gobierne quien gobierne, desde nuestra perspectiva de ciudadanos y ciudadanos argentinos, trabajadores de la educación y sujeto político colectivo.

(*) César Pibernus es secretario de organización de la Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos (Agmer).