• Por Sandra Miguez (*)

Hace días, cuando falleció el expresidente Carlos Menem, se volvió la mirada sobre un proceso  político que signó lo que representa el liberalismo en nuestra sociedad. De la mano de las privatizaciones, la entrega de los recursos y empresas del Estado a multinacionales, la ley del individualismo reinó como moneda corriente, la trivialidad se hizo una cuestión de gobierno y los flashes y revistas de moda se convirtieron en la tribuna, justamente para denostar la política, para llevarla a su mínima expresión, para vaciarla de contenido.

La década de los 90 fue mucho más que eso y la reedición de un gobierno liberal como el de Mauricio Macri buscó otra vez pararse sobre aquellas consignas que hablan siempre mal de la política y no de las otras esferas del poder donde también sectores como el empresarial, el económico, el social debieran formular una dura autocrítica en torno de la corrupción, la frivolidad y la desidia.

Las fotos del gobierno menemista con celebridades como  Michael Jackson, los Rollings Stone, la participación de vedettes en actos y eventos políticos, el baile de odaliscas con el por entonces presidente, al igual que algunas de las fotos de funcionarios macristas vestidos de árboles, selfies dejando afuera a la vicepresidenta – persona con discapacidad además- son ejemplos de cómo detrás de estas cuestiones, hay  un proyecto que se alimenta de la banalidad para hacerlo su estandarte y así dejar todo tal cual está.

Este preámbulo viene a propósito de un hecho que se produjo en las últimas horas donde defensores oficiales del acusado del feminicidio de Fátima Acevedo se sacaron una “selfie”  durante la audiencia de selección de integrantes del jurado, y no solo eso, la subieron a sus redes con una frase que decía “Derroche de facha”.

La falta de sentido de la oportunidad, empatía con las mujeres víctimas de violencia de género, con familiares y amigos, con los colectivos feministas y la sociedad toda, raya con la obsenidad y la falta de principios éticos.

No porque se pretenda siempre la solemnidad, ni el riguroso cuidado de las formas, sino porque básicamente no se tuvo la mínima consideración del sentimiento de otras víctimas, de lo que pasa en el entorno familiar y de la grave situación social que implica la muerte de cada una de las mujeres víctimas de violencia de género.

Por eso en épocas donde se pretende vaciar de contenido, volvemos sobre una consigna que nos proponen los feminismos: “Lo personal es político”. Esto significa que no da lo mismo cualquier cosa,  significa además que más allá de cualquier situación particular, cada uno de esos casos se convierte en una generalidad que nos muestra la necesidad de accionar para transformar  lo que sucede y esa transformación no es otra cosa que el hacer político.

Lo que busca ser “naturalizado” es puesto en discusión para buscar alternativas de solución. La política en definitiva es eso (o debiera serlo), una herramienta para cambiar la realidad.

El concepto de “lo político” es mucho más que la clase política, somos cada una y cada uno de quienes vivimos en esta sociedad. Es la exigencia colectiva para que entre los dichos y los hechos haya un correlato. Es la exigencia de una práctica ética sobre todo en cuestiones que atañen a derechos humanos fundamentales. No para rigidizarnos en una moralina estúpida sin sentido, sino para que recuperemos valores humanos, sobre los cuales llenemos de determinaciones lo que hacemos, cada una y cada uno en su lugar, con un contenido preciso que modifique la dura realidad.

Lo que está mal, está mal y tiene que ser reprochado para advertir que, como ya dijimos, no nos da lo mismo cualquier cosa. Sin temor al debate, profundicemos en acciones que nos permitan recuperar lo que necesitamos, una sociedad sensible ante la vulnerabilidad humana.

(*) Sandra Miguez es periodista.