La carta fue escrita el 18 de enero de 1997.
Fue escrita por el cura Justo José Ilarraz.
Y dirigida al Vicariato de Roma.
Ilarraz, procesado por la Justicia en la causa por los abusos a menores en el Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo, admitió en esa carta los abusos sobre adolescentes que cursaban sus estudios como pupilos, y estaban a cargo del cura, que entre 1985 y 1993 fue prefecto de disciplina.
En 1993, Ilarraz se mudó a Roma, y allá permaneció hasta 1997.
Allí siguió la investigación eclesiástica que había abierta el exarzobispo Estanislao Karlic en 1995, no bien supo de los abusos en el Seminario.
Esa pesquisa de Karlic concluyó en diciembre de 1996 con la sanción del destierro: a Ilarraz se le prohibió volver a la diócesis de Paraná y por eso se radicó en Tucumán, adonde vive ahora.
Cuando cerró el caso, Karlic envió toda la documentación a Roma, para que allí se siguiera con la investigación.
En Roma Ilarraz fue sometido a una pericipa psiquiátrica, y en 1997 escribió esta carta:
«Roma, 18 de enero de 1997.
«El que suscribe, Justo José Ilarraz, nacido en Paraná, Entre Ríos (Argentina), el día 9 de julio de 1958, hijo de Angel Ilarraz y de Sofía Diez en una familia de seis hijos. Ingresé al Seminario de Paraná a la edad de 11 años el 14 de marzo de 1970, para realizar el Seminario Menor, llamado Pre-Seminario. Después de realizar estos dos años previos, cursé cinco años de Seminario Menor.
«Una vez concluidos dichos estudios, ingresé al Seminario Mayor para realizar los estudios eclesiásticos de Filosofía y Teología. Una vez ordenado sacerdote el 8 de diciembre de 1983 por S.E.R. Mons. Estanislao Karlic, tuve como primer destino ministerial ser vicario de la Parroquia del Carmen, y tenía mi residencia y colaboración en la residencia del Arzobispo. Mi segundo destino fue ser prefecto de disciplina del Seminario Menor, en la comunidad de primer y segundo año del Bachillerato. Esta tarea la ejercí desde marzo de 1985 hasta marzo de 1993.
«El 24 de agosto de 1993, llegué a Roma para realizar licenciatura en Misionología, dicha licenciatura fue terminada en Junio del ´95. Mientras realizaba dicha licenciatura y también en el año 1996 tuve que colaborar con la Vicerrectoría de la Iglesia Nacional Argentina en Roma. A continuación quisiera pedir a su Excelencia, tenga a bien, recibir mi confesión pública a la Iglesia de los hechos que acontecieron durante mi desempeño como perfecto del Seminario Menor. La historia no comenzó desde el momento de mi llegada al mismo. Tampoco este tipo de situación morbosa puede ser localizada como la aparición concreta de un hecho que yo pueda señalar. Sin lugar a dudas que fue la concatenación de pequeños hechos de afectos desordenados que fueron dando a lugar a una familiaridad que no condice con la condición del hombre, ni menos de un cristiano y ni qué decir de la condición de sacerdote. Esta actitud descalificante que realicé con varios seminaristas, se centra alrededor de los años 1990-1991-1992. Fueron tres años o algo más, que reconozco como los peores años de mi vida. Y si bien es cierto que nunca llegué a una relación sexual propiamente dicha, ni a masturbaciones, me averguenzo y me duele haber llegado a actitudes extremamente desordenadas, con pérdida total del pudor. Nunca me había puesto a pensar en el daño moral o sicológico que podía hacer. Nunca busqué hacer un daño a la diócesis o a alguno de los muchachos. Pero reconozco, ya fuera del problema, el daño que hice a la Iglesia, a la diócesis, a los chicos, a mi mismo. Por todo lo confesado pido a la Iglesia ser perdonado. Pido a la Iglesia que una vez más me regale su misericordia, la misma que hace muchos años me regaló Dios a través del Sacramento de la Confesión. No me siento para nada homosexual, no siento inclinaciones a este tipo de anomalías. Aquello del pasado fue como una isla en el misterio de mi mismo. Por eso con humildad y ya profundamente humillado por aquello que he sido, pido a la Iglesia que acepte este hijo suyo, que en un tiempo de su vida estuvo enfermo y muerto, que dio un olor nauseabundo, pero que de un tiempo atrás a la fecha, se siente redimido por Jesús y con deseos de reparar con el misterio sacerdotal el mal realizado. Pido humildemente perdón a las personas dañadas. Un perdón a su Excelencia por ser el padre que sufre el error de un hijo que ha querido. En fin, perdón a la Santa Iglesia de Dios que con mis errores no he contribuido a reflejar su santidad, pero que espero reflejar su Misericordia. Me confío a sus oraciones. Justo José Ilarraz.»
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.