El Acceso Sur a la ciudad es, de momento, una expresión de deseos.

Ahora hay una ruta, la 11, que pierde su buen nombre luego de pasar Oro Verde, y se convierte en una calle de barrio, mal conservada, mal diseñada, mal reconstruida.

Las banquinas son zanjones que en días de lluvia se transforman en un lozadal y las intersecciones son cruces peligrosísimos.

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A los costados, el urbanismo se expande, se abre camino entre el verde que antes daba sus espaldas al río y que ahora cede ante el paso prepotente de las nuevas construcciones.

El motel Vips, un clásico de la ciudad, quedó atrapado por las nuevas construcciones, y ese pequeño arbolado que antes lo protegía va cediendo, un poco por la caída de árboles, otro poco por la poda indiscriminada.

En el cruce de Avenida de las Américas y Jorge Newbery ya no se yergue el viejo cartel deslucido del comedor Los Pipos. Ya no está el comedor Los Pipos. En su lugar, hay otro sitio que tiene nombre confuso: El Parriyón, se llama.

Más hacia las afueras de la ciudad, cerca de calle Crisólogo Larralde, hay una planta gigante.

Ahí estuvo desde siempre la Distribuidora Guadalupe SRL, un gigante que vivía despierto noche y día.

Ahora, ya no está.

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Al frente, hay carteles que dicen que está en venta el predio.

La inmobiliaria que lo ha puesto en venta da detalles: “Extraordinarias instalaciones para múltiples usos”.

Es un sitio extraordinario que supo de ajetreos y fervores.

De todo eso, nada.

Está a la altura del 3900 de Avenida de las Américas. Un terreno de 9.600 metros cuadrados; galpones de 4.300 metros cuadrados; y oficinas con 510 metros cuadrados.

Además, playa de maniobras para grandes cargas, cerco perimetral, caseta de seguridad, ingreso por dos calles, agua de red, y todo eso que una inmobiliaria pone en un aviso para que resulte atractivo para los potenciales compradores.

Allá arriba, en esa edificación de cuatro plantas, se divisa el cartel de Distribuidora Guadalupe. Y en la playa de estacionamientos hay algunos camiones arrumbados.

No mucho más.

Detrás de unos vidrios oscuros, en la caseta de seguridad, un señor mira con ojos atentos.
No hay nadie más.

No hay nada más.

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.