Son casi las 6 de la tarde, el sol del domingo busa su guarida, y por la ruta 11, en Oro Verde, pasan tres chicas por el semáforo que convierte el acceso sur a la ciudad en un embudo: una va vestida de hada; otra, de enfermera; una tercera, de carcelera.
Caminan con paso decidido: saben que todos las observan, pero casi nadie se extraña. Acá y allá hay gente, jóvenes la mayoría, que están en las vísperas de la fiesta que ya comienza, que en pocas horas convertirá a Paraná en la capital nacional del disfraz, si es que esa posibilidad es posible.
«Capital nacional del disfraz». O algo así.

 

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Por el Centro Cívico, avanzan a paso firme alguien que parece jugador de fútbol americano, otro con la indumentaria de un preso, otro como un clown, y así.
Por la Peatonal, avanza una pareja que remeda una pareja de egipcios, o salidos del Imperio Romano, o de una casa de cotillón: están en un puesto de venta de mates, y ya se sabe qué esperan.
En la Plaza 1° de Mayo, bajo el sol de la tarde, tres chicas trasvestidas de ¿marines?, dos salidos de una remake de Ben Hur, y dos pibes enfundados en un traje amarillo que no se sabe muy bien qué representa pero que los pone a tono con lo que se vivirá en un rato.
La edición 2016 de la Fiesta de Disfraces parece mostrar la antesala de siempre: un gran espectáculo multitudinario que remueve prejuicios, y que muestra a miles trasvestidos, dispuestos al gran espectáculo, que en horas nada más abrirá sus puertas en el Acceso Norte.

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.