El 6 de julio de 1995, HR llegó hasta la casa parroquial de la parroquia San Cayetano, en el barrio San Roque, dispuesto a contar de qué modo el cura Justo José Ilarraz lo había abusado mientras cursó la secundaria en el Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo.
Había sido convocado por el cura Silvio Fariña, que había iniciado una investigación interna a pedido del entonces arzobispo Estanislao Karlic, cuando se conocieron las primeras denuncias contra Ilarraz. Esa investigación concluyó, un año más tarde, en 1996, con la expulsión de Ilarraz de la diócesis, y la obligación de someterse a unas jornadas de retiro espiritual.
HR contó que, siendo adolescente pupilo en el Seminario, su director espiritual, el cura Ilarraz “me pidió que yo metiera la mano debajo de su camisa, como él ya hacía conmigo (…), él deslizaba la mano por mi cuerpo hasta llegar a los genitales. Yo no recuerdo bien si esto se daba ya en su dormitorio común o si era en el tiempo en que me invitaba a su habitación. Yo acudía a su habitación, entre otras cosas, porque él era mi director espiritual. En su habitación, me llevaba a algún rincón en penumbra y allí hacía manifestaciones de afecto y cariño excesivas: besos y abrazos. Decía que me quería y me decía que yo le dijera lo mismo. Él tomaba siempre la iniciativa”.
DC acudió a la residencia episcopal de la Costanera Alta y declaró en la instrucción en presencia del propio Karlic. Los abusos de Ilarraz, contó, empezaron cuando cursaba el segundo año de la secundaria, mientras realizaban un campamento de verano. DC dijo que “allí empecé a ser su amigo; yo le dije que no andaba bien en la oración. Más adelante, me dijo que le gustaría que fuéramos íntimos amigos, y que primero tenía que ganar mi cuerpo y después ganar mi interior para llegar a la amistad. Me dijo también que no le dijera a nadie, pues no iban a entender. A mí no me gustaba, pero confiaba en él. Y así lo hacía. Lo que hacíamos era que me llevaba a la cama, nunca me penetró, pero nos bañábamos juntos, nos acariciábamos en las zonas genitales”.
El ya fallecido sacerdote Andrés Senger cumplía el mismo rol que Ilarraz en el Seminario: también era director espiritual. En la investigación que mandó a realizar Karlic, fue citado como testigo y reveló que, respecto a Ilarraz, “no se le advertían desviaciones espirituales o morales, pero sí me llamaba la atención la poca preocupación apostólica, y el hecho de que a menudo se encerraba con llave en el cuarto con los chicos del Seminario Menor”.
Ese grupo de chicos que reunía a su alrededor Ilarraz, según declaró el ahora cura Pedro Barzán, era “bastante cerrado, muchas veces difícil de manejar a sus integrantes para mí que era su bedel. Además, amparados por el mismo padre Ilarraz, gozaban de ciertos privilegios que no eran extensivos al resto de los muchachos”.
Ilarraz, claro, dijo que nunca se enteró de esa investigación sobre él que había ordenado Karlic. Se lo dijo a la jueza Susana María Paola Firpo cuando declaró, en junio de 2015.
Aunque el 18 de enero de 1997, un año después de que la Iglesia de Paraná lo sancionara con el destierro por los abusos en el Seminario, redactó una carta dirigida al Vicariato de Roma, que lo empezó a investigar, en la que dijo: “A continuación quisiera pedir a su Excelencia, tenga a bien, recibir mi confesión pública a la Iglesia de los hechos que acontecieron durante mi desempeño como perfecto del Seminario Menor. La historia no comenzó desde el momento de mi llegada al mismo. Tampoco este tipo de situación morbosa puede ser localizada como la aparición concreta de un hecho que yo pueda señalar. Sin lugar a dudas que fue la concatenación de pequeños hechos de afectos desordenados que fueron dando a lugar a una familiaridad que no condice con la condición del hombre, ni menos de un cristiano y ni qué decir de la condición de sacerdote. Esta actitud descalificante que realicé con varios seminaristas, se centra alrededor de los años 1990-1991-1992. Fueron tres años o algo más, que reconozco como los peores años de mi vida. Y si bien es cierto que nunca llegué a una relación sexual propiamente dicha, ni a masturbaciones, me avergüenzo y me duele haber llegado a actitudes extremamente desordenadas, con pérdida total del pudor. Nunca me había puesto a pensar en el daño moral o sicológico que podía hacer. Nunca busqué hacer un daño a la diócesis o a alguno de los muchachos. Pero reconozco, ya fuera del problema, el daño que hice a la Iglesia, a la diócesis, a los chicos, a mí mismo. Por todo lo confesado pido a la Iglesia ser perdonado. Pido a la Iglesia que una vez más me regale su misericordia, la misma que hace muchos años me regaló Dios a través del Sacramento de la Confesión. No me siento para nada homosexual, no siento inclinaciones a este tipo de anomalías. Aquello del pasado fue como una isla en el misterio de mí mismo. Por eso con humildad y ya profundamente humillado por aquello que he sido, pido a la Iglesia que acepte este hijo suyo, que en un tiempo de su vida estuvo enfermo y muerto, que dio un olor nauseabundo, pero que de un tiempo atrás a la fecha, se siente redimido por Jesús y con deseos de reparar con el misterio sacerdotal el mal realizado. Pido humildemente perdón a las personas dañadas. Un perdón a su Excelencia por ser el padre que sufre el error de un hijo que ha querido. En fin, perdón a la Santa Iglesia de Dios que con mis errores no he contribuido a reflejar su santidad, pero que espero reflejar su Misericordia. Me confio a sus oraciones. Justo Jose Ilarraz.»
En los Tribunales, no funcionan los preceptos religiosos de confesión y perdón para los pecados; se investigan delitos, y sólo hay juicio y castigo, en caso de culpabilidad. Eso es lo que le espera a Ilarraz a partir de este lunes, a las 9 de la mañana.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.