Su amigo el Papa Francisco le dice Obdulio por el personaje de una obra teatral, pero durante su incursión en el mundo de la moda y también en las celebraciones donde ofrece -hace más de 13 años- su servicio de catering, en Washington, lo conocen por su nombre elegido: Yayo Grassi. Que en realidad no es Yayo, sino más bien Iaio. Así se nombra él y por esa razón despertó la curiosidad, alguna vez, de Hillary Clinton. “¿Yayo? -le dijo la entonces primera dama- ¿y cómo se escribe eso?”.
Es una historia, por lo menos, curiosa la de Yayo Grassi.
Hijo del fundador de Sodería Grassi, una marca famosa en Paraná con sede central en calle Carbó, Sereno Oscar Grassi hizo toda su educación en establecimientos religiosos, “pero soy el más ateo de todos”, dice y se ríe.
Vestido íntegramente de blanco, a juego con el pelo cano y unas vetas rojiza en las cejas, Yayo lleva bien puesto sus 41 años de historia en Estados Unidos y podría pasar por un yanqui distinguido en cualquier embajada del mundo. Sin embargo, en estos días de un febrero que recupera su fama húmeda y opresiva, anda por aquí, en Paraná y en su mesita de luz lo espera la última obra de una de las autoras argentinas del momento: Kentukis, de Samanta Schweblin
Si uno busca su nombre en Google, se va a encontrar antes que nada con una de los episodios más extraños de su vida: por tres semanas fue noticia a nivel mundial. Desde la BBC hasta el Times o el Post, todos quisieron tener una entrevista con el amigo de Francisco que estuvo con él durante unos minutos, en una reunión privada que tuvo lugar durante la visita del Papa a Washington. Corría septiembre de 2015.
Vida y castigo
Yayo conoció a Jorge Bergoglio como profesor de Literatura y Psicología en la Inmaculada Concepción de Santa Fe. Había cursado primaria y parte de la secundaria en el Colegio La Salle, pero su padre se empeñó en buscar alternativas de excelencia educativa y, en la década del 60, el colegio santafesino irradiaba esa promesa.
En la Inmaculada, Grassi tuvo una relación cercana con Bergoglio. “Era mi consejero. A mí me gustaba mucho la literatura y la psicología y sobre todo la forma en que daba la materia, vamos a estudiar literatura viva, decía Jorge y nos incitaba a escribir”.
La historia de la visita de Jorge Luis Borges a la Inmaculada, a través de las gestiones de Bergoglio, no solo tiene lugar en la memoria de ex alumnos o en diarios de la época, sino que además se reflejó en la serie de Nextflit “Llámenme Francisco”, que protagonizó Rodrigo De la Serna. Para Yayo el enfoque de la historia no tiene mucho que ver con la realidad: ni eran tan adinerados, ni tan díscolos, ni le hicieron pasar un mal rato a Borges.
Es más, recuerda Yayo, un grupo de los estudiantes más interesados por la literatura tuvieron oportunidad de leerle sus textos al escritor y fue el propio Borges quien alentó la publicación del trabajo con una presentación suya, de puño y letra. El libro existe y se llama “Cuentos originales”. Tiene, entre sus textos, uno firmado por Grassi.
Esos primeros encuentros, casuales si se quiere, con personas que en adelante grabarían su nombre en la historia universal en letras inextinguibles, fue algo así como el principio de un camino que cuenta hoy innumerables cruces semejantes pero a la vez distintos, de esos que casi cualquier mortal asociaría con el asombro o un destino propio de grandeza. Yayo, en cambio, lo ve con suma naturalidad y sin jactancia. Ha sido, a su modo, un testigo lateral de personajes con mayúsculas.
Luego de probar y dejar medicina en la Universidad Católica de Córdoba, se fue a la tierra originaria de su familia con el plan de estudiar psicología, aunque maravillado por el mundo del arte y el teatro, terminó estudiando moda en Milan. Volvió a Paraná en una pausa de su nueva fascinación y pensó que un mes en Estados Unidos sería una buena experiencia para aprender el idioma y entrenar sus aptitudes en un escenario diferente.
“Ese mes en Estados Unidos se convirtieron en los 41 años, que es todo el tiempo que llevo allá”, dice Yayo.
Vivió en Florida, Miami, Nueva York, hasta que llegó a Washington y se empleó en la OEA. Con el tiempo logró ingresar al circuito que le interesaba y trabajó como asesor de moda en dos de las casas más importantes de la ciudad.
“Clientes de mucho dinero venían a consultarme. Armaba el guardarropas a esposas de embajadores que iban a un país nuevo. Trabajaba en crear tendencia para la temporada, pero era agotador, porque no tenía un horario normal, ni fines de semana…”
La última firma en la que se empeló comenzó a padecer económicamente en los 90´y tras una propuesta concreta de salida, Yayo resolvió comenzar de cero, pero en algo distinto.
“Unos amigos me llamaron y me dijeron por qué no me a iba a trabajar con ellos a la Galería Nacional de Arte en Washington. Empecé como mozo y poco a poco empecé a ascender: primero a capitán, luego subgerente, después gerente de uno de los cafés. Finalmente terminé como director de catering de la Galería Nacional de Arte. Programaba las fiestas y los menús”.
Yayo insiste en que Washington es una ciudad política por naturaleza. Que además del Gobierno de Estados Unidos, todos los organismos internacionales tienen sede allí, sin contar embajadas y consulados. En definitiva, lo que quiere decir es que no es tan extraño cruzarse, en diferentes instancias, con personajes de relevancia mundial a los que en más de una oportunidad les llevó la cena a la mesa.
Washington, dice Yayo además, al menos cuando él llegó, hace ya 41 años, era un ciudad somnolienta. “La capital del imperio, sí, pero era muy somnolienta. No era Nueva York o Chicago, tenía muchos problemas, sobre todo de drogas, pero era y es muy linda, con un diseño semejante a Paris, con avenidas en diagonal que confluyen en el Congreso. No se puede construir nada más allá de 12 pisos. Tiene muchos parques. Es fácil de recorrer. Y siempre tuvo mucha actividad cultural y ha sido profundamente progresista”.
En 2006 resolvió dejar atrás su etapa como empleado e instaló su propia firma dedicada a realizar servicios de catering boutique, para no menos de 30 personas, pero no más de 120.
Entre una etapa y la otra, Yayo Grassi ha realizado servicios en honor a personajes como Bill Clinton, Hillary Clinton, la princesa Diana de Gales, Yasir Arafat, Bill Gates o el ex vicepresidente de EEUU, Al Gore, por mencionar algunos. Se ríe por la curiosidad que despierta en los demás su proximidad -que observa casual y sin mayor importancia- con los nombres de la historia.
El escándalo
Yayo se anotició cinco meses antes de la visita del Papa a Washington en 2015 e intercambió mails con el sumo pontífice para ver la posibilidad de “darle un abrazo”. No tenía mucha esperanza en el asunto porque la agenda de Francisco no daba respiro, sin embargo un día recibió un llamado de un número desconocido y al atender escuchó la voz de Bergoglio. El Papa lo llamaba a su celular y le decía que sí.
Fue a la visita con su pareja y unos amigos. Se dio un abrazo con su ex docente y charlaron por espacio de 15 minutos. Nada hacía prever lo que vino después. El caso cobró resonancia mundial a raíz de otro encuentro del Papa, en este caso con Kim David, la funcionaria del condado de Rowan en Kentucky (Estados Unidos) que había sido detenida por negarse a casar a parejas homosexuales debido a su fe.
Una vez desatado el escándalo, que suponía un apoyo papal a la posición fascista de Davis, el Vaticano dio una versión oficial en la cual sostenía que Francisco apenas se había cruzado con Davis, entre otras tantas personas, en una visita organizada por el clero local y subrayaba que “la única audiencia real concedida por el Papa en la Nunciatura fue una a un antiguo alumno y su familia”. Ese alumno era Yayo Grassi y su familia en este caso estaba representada por su novio y un grupo de amigos.
A las pocas horas, Grassi recibía en su casa la primera llamada del New York Times. Y un rato después tenía una guardia periodística de increíbles dimensiones. “Fue una locura que duró tres semanas. Cuando recibí el primer llamado del Times estaba dormido, le dije que me vuelvan a llamar en diez minutos. Pensé cómo era la situación a raíz de lo que había pasado con esta mujer (Davis) y sentí que lo mínimo que podía hacer por Francisco era hablar del encuentro y eso hice”, cuenta Yayo, que observa una especial admiración por el Papa, aunque se declare ateo a todas luces.
Una vez superado el trance de la fama, Yayo Grassi siguió con sus cosas, su cocina, los servicios, su vida. Viaja una vez al año a Paraná, aunque ya solo quedan aquí tíos y algunos primos. Pasea por el río, se hospeda en su vieja casa y disfruta aún de la humedad malsana de un febrero asfixiante.
Julián Stoppello
De la Redacción de Entre Ríos Ahora