Por César Pibernus (*)
Un profesor de 4° año de secundaria propone como ejercicio la redacción de un texto de opinión en su cátedra de Lengua y Literatura.
Les propone que elijan un tema, justifiquen la elección y usen tres recursos característicos de los textos argumentativos: ejemplificación, concesión y cita de autoridad.
El profesor resaltó a los estudiantes que debían elegir ellos mismos los temas, a partir de un interés real y de contar con información precisa para desarrollarlo.
Los trabajos presentados mostraron un abanico diverso de intereses entre los adolescentes: “Lenguaje inclusivo”, “Ciberbullying”, “Cuidado ambiental”, “Fracaso escolar”, “Implementación del VAR”, “Políticas de Estado”, “Uso de las redes sociales”. El profe los recibió, los “corrigió” –como seguimos llamando mal a ese intercambio entre docente y estudiante– y presentó una devolución escrita a los alumnos.
Tras ello, la madre de una estudiante se sintió disconforme con el docente. Su hija había elegido como tema el “aborto” y, como el resto de los trabajos, recibió observaciones y preguntas dirigidas a la estructura y no a sus posicionamientos personales. Nada distinto a lo que había ocurrido con trabajos, por ejemplo, sobre “Ciberbullying”, el “VAR” o el “Fracaso Escolar”.
La señora publicó su disconformidad en las redes sociales acusando al profesor de “no respetar la opinión diferente de una alumna”. Lo hace usando 42 palabras, sin fundamentar su acusación y sin haberse comunicado ni con la institución ni con el docente, como correspondería hacerlo entre gente adulta.
En ese descargo virtual, la mamá publica el trabajo de su hija. Según esas fotos, la devolución que hizo el profesor tiene 21 intervenciones. La mayoría de ellas son preguntas (11), seis son aportes conceptuales del profesor, hay dos observaciones respecto al incumplimiento de las consignas y, a modo de síntesis, el profesor escribe dos planteos finales en el margen.
La verdad, viendo el ejercicio propuesto, ninguna de estas observaciones ataca ni de cerca lo que la madre llama “opinión” de la alumna. Todo lo contrario, todas las intervenciones tratan de favorecer que la autora consolide y amplíe el trabajo en cuestión, dado que no cumple con la estructura planteada desde la cátedra, que no utiliza los recursos consignados, ni muestra solidez en sus argumentos, la base de este género. A pesar de todo, el profesor propone a la alumna dos alternativas para continuar el ejercicio: que tome las preguntas de la corrección para engrosar la argumentación (incluso, respondiéndolas como quiera) o que elija otro tema, dado el escueto y lábil desarrollo de 123 palabras.
La verdad, no veo nada más alejado al autoritarismo en la práctica del docente que el trabajo de este profesor que, además, usó el mismo criterio para todo el curso. No aplaza ni aprueba, planta los procesos de escritura como un ida y vuelta, como un proceso complejo que implica hacer, rehacer, pensar y reescribir varias veces. Alguien desde una perspectiva restrictiva resolvería la cosa de otra forma: pim, pam, pum, aplazo o aprobación y a otra cosa. A llorar al campito. Paradójicamente, alguien así sería muy bien valorado por quienes juzgan autoritario al profe de este caso.
Respecto a la madre, puede ser que la calentura la haya impulsado a postear, en vez de dirigirse a la escuela. Puede ser y es una situación que puede ser salvada, si tiene buena voluntad para hacerlo.
Lo que resulta imperdonable es el papel que jugaron los medios que trataron de amplificar –sin suerte– un injustificable proceso de condena social contra el docente. No honran la tan mencionada “libertad de expresión” publicando el posteo así, sin ninguna mediación y obviando el punto de vista del resto de los actores. Pero no es para que nos extrañemos, uno de esos medios ya tiene antecedentes en esos menesteres: ya había intentado embarrar la cancha durante la aplicación de la Interrupción Legal del Embarazo en Concordia durante este año. Habían querido plantar en la opinión pública una versión que fue desmentida en Tribunales por los involucrados que habrían sido las supuestas fuentes, a pocos días de la operación de prensa.
Volviendo al trabajo práctico, el docente en cuestión trabaja de forma excelente, no puede decirse otra cosa. No sólo garantiza la libertad de expresión, también tratando de que los estudiantes aprendan a fortalecer sus opiniones, incluso aunque él piense distinto sobre cualquiera de los temas. La cuestión es que aprendan a argumentar.
Uno queda pensando… Si hubo injustificadas y sobreactuadas críticas al profe por realizar su trabajo de esta manera ¿qué dirán estos críticos cuando esta estudiante vaya a la facultad y deba rendir exámenes, cuando comparezca como testigo ante un tribunal (en declaración indagatoria o testimonial) o cuando un agente de Tránsito le solicite el carnet de conducir para ejercer control sobre el tránsito? ¿También dirán que no respetan su opinión los médicos cuando le informen un diagnóstico con el que no coincida, acusarán a los encuestadores que le pregunten si votará a tal o cual candidato en segunda vuelta, o insultarán a un técnico cuando le dé un presupuesto que no satisface sus expectativas?
Respecto al tema elegido en el trabajo práctico y tomándome el atrevimiento de mirar la situación como profe: ¿cómo piensan que una persona puede fortalecer una opinión sino es estudiando, debatiendo, repensando una y mil veces su postura? ¿Suponen que uno dice y el resto debe quedarse callado, que no puede preguntar, que no puede pedir que amplíe una idea, que nadie puede señalar que la ley, cierta autoridad o algún debate define de otra forma un término presentado en la exposición? Y, lo más llamativo ¿de qué sirve tener y consolidar una opinión si no es para exponerlo ante las otras personas, sobre todo si piensan algo distinto? ¿Realmente creen que es imposible la relación educativa entre personas que pensarían distinto? ¿La gente que piensa distinto no puede convivir? ¿Qué hubiera pasado si el profe, en vez de realizar su trabajo hubiese aprobado sin indicar ninguna intervención, privilegiándolo del resto de los trabajos prácticos presentados por la clase? ¿Es eso lo que reclaman quienes lo critican? ¿Qué ponga “aprobado” si no lo estaba sólo porque la estudiante había elegido como tema el “aborto”? Tiene todo el derecho a reclamar lo mismo el que escribió sobre el VAR.
El profe debe ser felicitado por su trabajo, fue inesperadamente expuesto a nuestra mirada pública y pasó holgadamente el desafío. Es una muestra de que no somos ni haraganes, ni discrecionales, ni que somos burros, inútiles o parásitos. El caso también demuestra las presiones a las que está sometido nuestro rol y el bodoque de actitudes que atentan contra él.
Mis respetos a este compañero. De esa madera estamos hechos los docentes entrerrianos.
(*) César Pibernus es Doctor en Ciencias Sociales. Y secretario de organización de la Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos (Agmer).