La esquina de San Martín e Italia era un lugar quieto a esa hora.

Un cristo se asoma desde lo alto, esa cúpula en punta que domina la edificación.

El campanario guardaba silencio.

Las puertas se abrirían más tarde, y entonces algún beato acudiría a rezar, o a pedir turno para un bautismo.

Pero para eso faltaba un buen rato.

El amanecer estaba lejos.

El 3 de septiembre de 2003, Alberto Ramón Abeldaño dejó la Parroquia Nuestra Señora de La Paz, en La Paz, al norte de Entre Ríos, antes de que el día comenzara a clarear.

Tenía 31 años y desde hacía 6 que era cura: lo había ordenado el arzobispo Estanislao Esteban Karlic en la Iglesia Catedral de Paraná el 5 de abril de 1997.

Abeldaño había llegado a La Paz -173 kilómetros al norte de Paraná- como párroco apenas un año antes, en agosto de 2002.

Un año después, se marchó.

Hizo las maletas, y se fue.

En silencio, sin avisar.

Antes de marcharse, escribió una carta.

Cuando supo que había escrito todo lo que tenía pensado escribir, dobló el papel, lo puso en un sobre, caminó unos pasos y la tiró por debajo de la puerta de la habitación de su vicario en la Parroquia Nuestra Señora de La Paz.

Cuando leyó esa carta, José Dumoulin quedó de una sola pieza.

Primero fue a la habitación de su párroco, Alberto Abeldaño: ya no había nada, nadie: se había marchado, con todo.

Volvió leer la carta.

Dumoulin se lo comentó entonces al otro vicario, Claudio Toso, y decidieron poner al corriente de la situación al arzobispo Mario Maulión.

Eran poco más de las siete de la mañana cuando sonó el teléfono en la residencia episcopal de la Costanera Alta.

La voz de Maulión, del otro lado, sonó aplomada, serena.

“Ahora no puedo. Estoy saliendo de viaje para otro lugar. Pero a la vuelta paso por La Paz y lo hablamos”, le contestó el arzobispo a Dumoulin.

Charlaron, convinieron de qué modo contarle todo a los fieles, y quedaron en seguir en contacto.

El 4 de octubre de 2003, Mario Maulión le escribió una carta a Dumoulin.

En esa carta, lo puso al corriente de las últimas novedades: había conseguido hablar con Abeldaño, y el cura lo había puesto al tanto de su decisión.

“Querido Padre!!”, puso Maulión en el encabezamiento de la carta que le mandó a Dumoulin.
Siguió:

“He recibido una carta del Padre Alberto Abeldaño manifestándome una situación personal delicada. Por ello me solicita dejar la atención pastoral de la Parroquia Nuestra Señora de La Paz mientras se procura una adecuada solución”.

Abeldaño había abandonado la parroquia y anunciado que se iba con una mujer, con la que esperaba un hijo.

En la carta, Maulión no habla de eso, ni de la suerte de la mujer que esperaba un hijo de Abeldaño.

Sólo se limita a resolver la situación parroquial.

Le dice a Dumoulin dos cosas:

Que “provisoriamente, mientras pueda lograr una situación que permita una solución definitiva a la conveniente atención pastoral de la Parroquia, te encomiendo su cuidado como Administrador Parroquial”; y:

«Estoy procurando junto a otros sacerdotes y con su Director (espiritual) brindar al Padre Alberto el acompañamiento y todo lo que fuese necesario para la solución satisfactoria de su situación”.

La situación personal delicada del padre Abeldaño era, ni más ni menos, su futura paternidad.

Había empezado una relación con una mujer, una docente, y esperaban un hijo.

Alberto Abeldaño ahora reside en la provincia de Buenos Aires, adonde se mudó y donde sigue siendo cura.

La historia, después de aquella salida a prisa de la Parroquia de La Paz, tomó otro rumbo.

Abeldaño no hizo vida de padre de familia, sino que retomó su actividad como cura.

Dejó la provincia en 2011, casi seis años atrás.

Se afincó en el obispado de Mar del Plata.

El 15 de julio de 2011, el obispo de Mar del Plata, Antonio Marino, firmó el decreto N° 07 , y en virtud del canon 271 del Código de Derecho Canónico concedió a Abeldaño “las licencias ministeriales correspondientes para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, predicar, confesar personas de ambos sexos, aplicar a los moribundos la indulgencia plenaria in articulo mortis, bendecir imágenes y absolver pecados reservados al Ordinario”.

El arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, lo había autorizado a marcharse a Abeldaño a Mar del Plata en 2011 y por el término de dos años. Pero todavía sigue allí.

Había sido Puiggari -nombrado obispo de Mar del Plata en 2003- quien le dio acogida cuando salió de La Paz.

Hoy, Abeldaño es párroco en la parroquia San Marcos, de Mar del Plata.

Su hijo, en Entre Ríos.

El cura Fabián Castro, que suele convertirse en vocero ad hoc de las posiciones de la curia, se ha encargado de contar su visión del caso Abeldaño.  «El sacerdote debe hacerse cargo de su hijo, reconocer su paternidad, manteniéndolo económicamente hasta que sea mayor de edad y cultivar lazos con él. Esto es lo que ocurrió con el sacerdote de La Paz, del cual se habló también en estos días y que se lo difamó diciendo que abandonó a su hijo. Al contrario, pasa su cuota alimentaria mensualmente y mantiene contacto telefónico con su hijo (telefónico porque el sacerdote está residiendo en Mar del Plata).»

 

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.