Este miércoles se conoció la noticia. El fallecimiento de la hermana Mariana, de la comunidad de las monjas franciscanas de Ganté. La misa exequial será este jueves, a las 8. Luego, a las 9, los restos de la monja serán trasladados al cementerio de la comunidad religiosa en Villa Urquiza.
La casa es una casa sin pretensiones. Está en calle Selva de Montiel al 1.600, en barrio Gaucho Rivero, tiene malvoncitos al frente, un jardín que ocupa un patiecito que está resguardado por un tapial bajo, y adentro, una sala abigarrada, y después el comedor. Es mediodía, y se huele vísperas de almuerzo.
En esta casa viven tres mujeres volcadas al servicio de Dios, a un Dios que ven en los rostros de los más sufrientes. Entre ellas tres está la hermana Mariana, así la conocen todos, una monja franciscana de Gante que resiste a las nuevas costumbres. A pesar de la dispensa de su orden, ella insiste en usar velo. Ahora está así: con el velo negro cubriéndole los cabellos blancos, sentada en un sillón de caños, y hablando con una voz débil, entrecortada, por momentos inaudible, soportando, estoica, los estragos de una operación de cataratas.
El 6 de marzo cumplirá 88 años y todavía sigue como apoderada de esa empresa gigantesca que las franciscanas pusieron a andar en el barrio Gaucho Rivero. Un centro de día, un centro de capacitación en artes y oficios, un servicio de apoyo escolar, un jardín maternal, una escuela, una capilla, el servicio al necesitado. A este lugar la hermana Mariana llegó en 1987 para no irse nunca más. Acá, dice, espera morir.
La muerte, claro, es un tema que la hermana Mariana aborda sin prejuicios, sin vueltas, con total simpleza. Dice que se está preparando para ese momento, desprendiéndose de todo aquello que no le sirve, que no la ayuda, que no la llena. Pero mientras tanto, apuesta a lo que tiene más a mano: una vida vigorosa, infatigable, solidaria, de trabajo diario, días largos, noches cortas.
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La hermana Mariana nació como Elvira Bustos en medio de una familia numerosísima, 18 hermanos, en pleno campo, en Villaguay, y a los 21 años se anotó como religiosa en la congregación de las Franciscanas de Gante, una orden religiosa fundada hace más de tres siglos, en Bélgica, por Johanna Theresia Crombeen.
Crombeen imaginó una especie de confraternidad, “hijas espirituales” llamó a las primeras religiosas que se sumaron a su iniciativa, hasta que, debido a sucesivas reformas de sus estatutos, pasan a denominarse, en 1883, como Hermanas Franciscanas de Gante, por el pueblo de Bélgica adonde nació la congregación. Ese mismo año desembarcan las primeras monjas en Latinoamérica, venidas aquí en misión, más precisamente en Argentina, más concretamente en Entre Ríos: en Villa Urquiza, adonde dieron nacimiento al Hogar La Providencia, siguiendo así el rumbo que les había marcado la fundadora, de apostar por la educación de los más chicos.
Dos años más tarde, se expanden e instalan su casa general en Paraná –dirigen el Instituto Cristo Redentor–, y luego llegan hasta Villaguay, en 1908. Después, en Chajarí (1919); en Urdinarrain (1923); Caseros (1925); y después a Corrientes, a Bella Vista y Paso de los Libres. Hacia 1930, de las 520 religiosas que tenía la congregación en todo el mundo, 60 estaban en Argentina. La joven Elvira Bustos sintió el ardor de la vocación, el llamado de Dios, y se anotó en el noviciado, y dejó todo, casa, familia, el pueblo, y se marchó con un objetivo: misionar en el Sur, junto a los mapuches, como Franciscana de Gante, al lado de la Orden de los Predicadores, fundada por santo Domingo de Guzmán. Los dominicos, a secas.
No pudo. La enfermedad de su madre la ató a destinos más próximos, y cuando cayó en la cuenta ya no tenía cómo desatar las raíces que había echado en su nuevo lugar en el mundo, Gaucho Rivero. Los dominicos fueron por ella, pero ella ya había desistido de aquella empresa.
–A los 21 años ingresé a la congregación, donde todavía estoy. Y no creo que ahora vaya a salir.
Dice la hermana Mariana y se ríe de su propia ocurrencia.
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Nunca se fue. La hermana Mariana perseveró en su vocación, y en su servicio a los más necesitados, y todavía está, entera, al frente de todo ese mundo de cosas y de gentes, de labores y de proyectos, de angustias y de satisfacciones, el Centro de Día Virgen de la Esperanza, la Escuela Privada de Recuperación e Integración Nº 207 Juana Teresa Crombeen, que funcionan en un lugar acogedor, la Capilla San Francisco de Asís, ubicado frente mismo a la casa de la hermana Mariana.
A diario van chicos, más de 300, de 3 a 18 años de los barrios Santa Rita, San Jorge, Padre Kolbe, San Francisco, Gaucho Rivero, y allí reciben atención de parte de docentes, capacitadores, cocineros, voluntarios, psicólogos, psicopedagogos, trabajadores sociales. Todo se hace con tesón, con solidaridad, con apoyos locales, individuales, oficiales, con auxilio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Hacen lo que hacen a diario allí, desde el centro de día, desde la escuela de recuperación e integración, para que los chicos de los barrios pobres tengan las mismas oportunidades que sus pares más favorecidos. Primordialmente, un empujoncito para que no abandonen el aula, para que se aferren a la educación como objetivo de superación.
A este lugar, este lugar es el barrio Gaucho Rivero, la hermana Mariana llegó por elección. Nadie le ordenó ir, nadie le impuso un destino, ella se lo procuró sola, con ese afán que siempre tuvo por misionar, por estar al lado del otro, del necesitado.
Pero antes de que todo esto fuera así, antes de que la hermana Mariana se afincara para siempre en este lugar, Gaucho Rivero, había pensado en otros destinos, otros rumbos.
-Mi ideal era ir al Sur, a trabajar con los indios mapuches. Quería irme a trabajar con los dominicos al sur. Pero por la salud de mamá no quise irme lejos. Mamá se puso enferma, y no quise despegarme de al lado de ella. Y después ya no pude irme más. Cuando me vinieron a buscar los dominicos, yo ya estaba acá, trabajando en Gaucho Rivero, así que no pudo darse. Después, ya nunca me quise ir. Desde que vine me quedé acá. No sé, tal vez si me permiten mis superiores, moriré acá. Creo que no me falta tanto para eso.
-¿Está sola, acá, trabajando en el barrio?
–No, somos tres religiosas las que estamos en esta casa. Pero la única que usa el velo soy yo. Únicamente me saco el velo para dormir. La congregación nos permitió a las hermanas la posibilidad de sacarnos el velo. Así, la que quisiera podía andar sin velo, y las que no, podía seguir usándolo. Yo lo seguí usándolo. Lo hice por mamá. Me parecía que sin velo no me iba a reconocer. Y así quedé, y así pasó el tiempo, y ya no me lo saqué más.
Recibimos con un hondo dolor la noticia del fallecimiento de la hermana Mariana, un verdadero testimonio de amor y de trabajo. Incansable y profundamente solidaria, Mariana ayudó a transformar la realidad de numerosas barriadas de Paraná, las mismas que hoy expresan su cariño. pic.twitter.com/Jn0XodMlaQ
— Gustavo E. Bordet (@bordet) 2 de mayo de 2018
-¿A qué edad murió su mamá?
-Mi mamá, Irene, murió a los 93 años. Yo estaba misionando en Santiago del Estero, y me avisaron. Ella no sufrió mucho. Jamás estuvo en cama. Sólo se acostó para morir.
-¿Nunca se arrepintió de la elección que hizo?
-Nunca me arrepentí. Jamás, gracias a Dios. No tuve tentación.
-El barrio ha cambiado, hay más violencia, más agresividad. ¿Nunca tuvo miedo?
-Sí. A veces sí, he tenido miedo. Sobre todo por situaciones que he vivido aquí en el barrio. Una vez entró un chico a robar a la casa, estando yo sola. Las hermanas se habían ido a otro lugar, y yo estaba sola en la casa. Del susto que tuve, creía que tenía un cuchillo en la mano. Me amenazaba con que iba a matarme. Me maniató acá, y se llevó lo que pudo llevarse.
-Pero usted ha seguido trabajando, siempre.
-Sí, tengo que seguir, soy apoderada legal del centro de día y de la escuelita, y siempre estoy presente en todo. Estoy casi todo el día en actividad, a pesar de los problemas de salud que he tenido. Ahora me están pidiendo que descanse más, que duerma más horas, así que a la siesta, me siento en un sillón, y me quedo dormida. Pero yo duermo más a la noche. No tengo ningún problema en conciliar el sueño. Duermo toda la noche, pero pocas horas.
-¿Cuándo piensa jubilarse?
-Yo ya estoy jubilada. Pero sigo trabajando. En realidad, el de arriba me va a jubilar, y me va a decir hasta cuándo seguir.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.