Pablo Huck vive en varias partes.
Suele estar en Rosario, adonde trabaja, pero también en Córdoba, y en ocasiones en Villaguay, su ciudad.
Es médico, y está ahora haciendo una especialización en Psiquiatría, y mientras vive, trabaja, y estudia, también participa de Compromiso con voz, un colectivo que reúne a víctimas, familiares y amigos de quienes han soportado algún tipo de abuso.
Pablo Huck es víctima del cura Marcelino Ricardo Moya. Y es uno de los denunciantes en la causa que lleva adelante la fiscal Nadia Benedetti, de la Unidad Fiscal de Villaguay.
Moya está denunciado por abuso. Igual que Justo José Ilarraz, que abusó de adolescentes en el Seminario de Paraná. Lo mismo por lo que ahora investigan a otro miembro del clero, Juan Diego Escobar Gaviria.
Un día, Pablo Huck dijo esto: «Yo ya estoy jugado». Fue una siesta de junio de 2015, después de salir de Tribunales, y contar de qué modo el cura Moya lo había abusado.
Pasaron meses hasta que decidió ponerle el cuerpo, y un nombre a esa denuncia. Fue PH. «Mejor, por ahora no», decía, como modo de no revelar su nombre.
Ahora no pone reparos.
Dio un paso más.
Quiso pasar de la denuncia a la prevención y por eso le preocupa descorrer el velo de la impunidad, de lo que no se dice, de los silencios. Lo hace desde Compromiso con voz.
Pero también alzando su reclamo por lo que falta, por lo que se silencia, por lo que no se dice. O no se hace.
Aunque sabe que falta por hacer, y no duda en resaltar un dato: “En estos casos, lamentablemente, la Justicia va por un lado, y la Iglesia por otro”.
Moya está investigado en Villaguay, y mientras sigua bajo en ojo de la Justicia no puede celebrar misa, y está apartado del clero. Tiene abogado defensor, Gustavo Amílcar Vales.
El 29 de junio de 2015 Pablo Huck y un estudiante de Derecho testimoniaron frente al fiscal Juan Francisco Ramírez Montrull de qué modo el cura Moya abusó de ellos cuando eran adolescentes, estudiantes del Colegio La Inmaculada y miembros de los grupos juveniles de la Parroquia Santa Rosa de Lima, de Villaguay.
La Iglesia, no bien tomó conocimiento de la apertura de la causa en la Justicia hizo lo que se esperaba: apartó a Moya de su función de párroco y de responsable pastoral del colegio católico que tenía a su cargo en Seguí, y abrió una investigación eclesiástica. Esa investigación fue girada al Vaticano.
Moya fue vicario en la Parroquia Santa Rosa de Lima, de Villaguay, entre 1992 y 1997, y además docente en el Instituto La Inmaculada. El cura, de 47 años, fue ordenado sacerdote el 3 de diciembre de 1992 por el exarzobispo de Paraná, Estanislao Esteban Karlic, y tuvo entre uno de sus primeros destinos la Parroquia Santa Rosa de Lima, de Villaguay. Allí, precisamente, habría sido el lugar donde ocurrieron los abusos.
Desde que se abrió la causa, Moya no puede oficiar misas en público.
La medida forma parte del protocolo de actuación dentro del clero.
Cuando el caso llegó a la Justicia, Puiggari abrió una investigación preliminar, siguiendo lo que establece el Código de Derecho Canónico en el canon Nº 1717, regulados por las normas de Gravioribus Delictis”.
La expresión en latín “Gravioribus Delictis” alude a los “delitos graves”, como la pederastia, la acusación que recae sobre Moya, y conforma parte de las reformas introducidas en 2010 por el papa emérito Benedicto XVI para abordar los delitos de abuso de menores.
Mientras, la Justicia ha ido dando pasos en la causa. “La causa se movió siempre”, dice Pablo Huck. Pero enseguida aclara: “Lo que pasa es que la Justicia va por un lado, y la Iglesia, por otro”.
“Así como hace falta la condena de la Justicia en estos casos de abuso para motivar a la gente que ha sido víctima para que hable, se anime, y denuncie, también es necesario que la Iglesia haga su parte. La Iglesia ha marcado a mucha gente, y después a esa gente que ha sido víctima le cuesta manifestarse. Pero además, la misma Iglesia niega que hayan existido abusos. No es que se defiende. No. Tiene un gesto de profunda negación. Entonces, es muy difícil para el que tiene algo para contar poder animarse. Faltan gestos importantes en esto”,dice.
Rescata lo hecho por el papa Francisco en la condena de abusos. “Es cierto, habla, pero se ha hecho muy poco. Hay un condenado por abuso de menores, que sigue siendo cura, es el caso del padre Grassi. Acá también, están investigados y solamente suspendidos. Ese mensaje es bastante esquizo. Es un doble mensaje”, asegura.
Pero enseguida aclara Pablo Huck que no está en contra de la Iglesia. Cree necesario siempre aclarar ese asunto. Sólo quiere que se haga justicia y que se condene a los abusadores. “Son lobos con piel de cordero. Usan la vestimenta del poder, y la confianza que genera la investidura, para cometer estos hechos –señala–. Pero también digo que la Iglesia no hace una condenad de estos hechos. Están más preocupados por el hecho de que no se sepan que por averiguar qué fue lo que pasó. Les cuesta ponerse del lado del otro”.
En la Navidad de 2015, se encontró con el arzobispo Juan Alberto Puiggari en Villaguay, en una charla con pocos sobre el caso Moya.
«A mí nadie me preguntó ni cómo estaba ni si había sufrido o no», se animó, y contó también esto otro, mirándolo fijo a Puiggari: «Lo escuché hablar a usted con la voz bastante quebrada, y creo que esa cuestión nerviosa que tiene es porque usted, en el fondo, sabe lo que esconde. La Justicia, en algún momento, lo va a dar a luz y usted también va a recibir condena, de eso estoy más que seguro».
Después, dijo aquella frase liberadora: «Yo fui abusado por el padre Moya.»
Todavía espera justicia.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.