En agendas culturales, redes sociales y también en los medios tradicionales se observa el fenómeno. Es, en principio, un factor de cuantía incontrastable: nunca hubo tantos conciertos, ni actividades culturales -en general- como sucede en la actualidad. No en Paraná, al menos.
La música lleva la delantera por varios cuerpos: todos los fines de semanas hay más de media docena de conciertos. Los bares que en la ciudad, no hace tanto tiempo atrás, parecían escépticos frente al poder de la convocatoria de la música interpretada por valores locales, ahora compiten en ofertas que van del folclore a la canción y del rock al pop o el tango.
Hay una propuesta amplia y diversa que incluye centros culturales, espacios alternativos, clubes, una carpa como la Moringa y hasta un club específicamente dedicado a la música.
La calidad de los artistas garantiza la experiencia aún en espacios de modestas prestaciones. Se ven espectáculos que valen la pena y después de mucho tiempo y largas peroratas sobre una ciudad que repetía su público para eventos culturales -como sí en efecto la misma gente, exactamente la misma, fuera a cada presentación-, se observa una amplificación en el alcance. La música de aquí resuena en más de un ámbito posible.
Se pueden hacer muchos nombres, enumerar los shows del fin de semana pasado y comparar con los que se anuncian para el venidero. Son muchos y hay unos cuantos muy buenos.
Pero lo valioso es lo que sucede.
En Paraná hay un escenario musical concurrido, diverso y potente, que además encuentra eco en espectadores. Y en mayor medida se trata de propuestas y actividades surgidas de la más pura autogestión. No está el Estado. Se fue. Tal vez no haya que mover la ligustrina o si, nunca se sabe, pero la verdad es que la amplia paleta artística que presenta la ciudad, sumada a la prepotencia de trabajo de los propios creadores, es una posibilidad sencilla y efectiva para cualquier área de cultura. Casi que no hay que hacer nada para sacar algún rédito, porque ya está hecho.
Sin embargo tanto a nivel provincial como municipal, los organismos oficiales no manifiestan reacción. No es de hoy. En la gestión anterior, se creó un Ministerio de Cultura y Comunicación que no hizo más aporte que algunos intentos de censura memorables y la cristalización de lo que debía ser popular, lo que debía ser respetado y lo que quedaba nítidamente afuera.
La Uader, por estos días, sigue en algún sentido el camino sembrado por esa corrección ambigua y le ofrece el honoris causa a Víctor Heredia. Y está muy bien, es un artista indiscutible y comprometido en los términos de referencia. Pero ¿no sería aún más ajustado que la Universidad Autónoma de Entre Ríos rindiera ese homenaje a otro Víctor, como Víctor Velázquez o al poeta Jorge Martí por dar otro ejemplo notable?
Pero esa es, en rigor, una digresión. Otro tema.
La verdad es que la actuación del Estado hoy en materia Cultural no es gravitante. No en Paraná, no en Entre Ríos.
Ayer se presentó a nivel nacional una iniciativa que contempla la reiterada idea sobre mecenazgo: empresas que reciben beneficios impositivos a cambio de aportar al desarrollo de proyectos culturales. En la provincia, por caminos similares se presentaron al menos dos propuestas: una de la ex diputada provincial María Ema Bargagna y otra del actual diputado provincial Jorge Monge. Ninguna logró prosperar. Tampoco se cumple la asignación del 1% del presupuesto definido por ley.
De todos modos y de momento, para ser exactos, lo que estarían necesitando los centros culturales de la provincia, más que el apuro del Estado por hacer algo en una materia pendiente, es que resuelvan una situación de lo más sencilla: la boleta de la luz.
En Entre Ríos fue célere el trámite para reducir la incidencia de los incrementos en la factura de electricidad para los clubes, donde se desempeñan muchos dirigentes políticos en doble función. Para la cultura no se observa la misma actitud y el costo de la factura de la luz hoy para un centro cultural es una invitación a no hacer nada.
Es un lugar por donde empezar. No es una política cultural, pero sería al menos una demostración de cierta sensibilidad resolver el problema. Por hacer, hay muchísimo. Además, felizmente, hay un largo camino ya resuelto por los propios protagonistas, que no necesitan permisos ni escenarios oficiales para generar, más que un show, una escena creativa donde desfila el talento que surge por estas tierras, reverdecidas pese a todo.
Julián Stoppello
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.