José Leandro Sánchez, el changarín que puso a Nogoyá en el mapa mediático nacional con una historia falseada del hallazgo de un maletín con 500 mil dólares que devolvió a su dueño sin pedir nada a cambio, ya no es el que supo ser: lo encandilaron las luces del centro, lo agobió la fama repentina y de un momento a otro se vio enredado por sus propias fábulas, y siente que el mundo empezó a ser un lugar hostil para él.

Dejó Nogoyá y ahora vive en Colón.

En Colón buscó que su nombre cobrara nuevamente la luz pública y se inventó otra historia, y de nuevo le salió todo mal.

Así pues se inventó otro nombre, otra vida: ahora cuida cabañas de turistas en la ciudad de la costa del Uruguay. Y reniega de todo eso que ocurrió: su exposición, su alto perfil.

Después del maletín que nunca existió y los dólares que tampoco se prestó al juego mediático de llorar en vivo y en directo y aceptar que todo eso había si un invento, se enredó en negocios de alcoba con un cura que se había metido en el fango de los escándalos sexuales: Carlos Benavidez, sacado a las apuradas por la Iglesia de la casa parroquial de San Ramón Nonato cuando el caso había ganado la luz pública.

«Me puse una gorra, anteojos, un pañuelo tipo barbijo y me rajé, ya no aguantaba más la presión. En un momento no podía estar en las calles, te juro… Primero me pedían fotos y me decían que me apoyaban, que me entendían, que era el famoso del pueblo más querido, pero después, por tantas mentiras en mi contra, me tiraban lo peor y hasta se metieron con mi familia. Dije basta y me fui de Nogoyá, tenía que empezar una vida nueva, de cero», le contó José Sánchez al diario Clarín desde su refugio en Colón.

Ahora el changarín José Sánchez se victimiza por todo el sainete del que fue protagonista en Nogoyá: escribe una crónica bien guionada de su exilio en Coón. «Pedí perdón hasta el cansancio. Iba por la calle y paraba a todos los que me miraban y les explicaba que lo que hice fue por desesperación», dice ahora sobre el affaire del maletín,.

Repite: «Pedí perdón hasta el cansancio. Iba por la calle y paraba a todos los que me miraban y les explicaba que lo que hice fue por desesperación, porque necesitaba trabajar, porque quería darle algo a mi familia necesitada. Y me lo entendían. Eso lo fui haciendo durante semanas, hasta que las cosas fueron mejorando».

«Yo no daba más, laburaba pintando casas y en una panadería desde hacía cuatro años, en negro, y estaba muy angustiado, cansado de las falsas promesas, tanto por mi situación personal como por todo lo que había inventado. No lo podía creer. Cuando quise volver atrás ya era tarde, estaba jugado. Hasta a mi mujer le conté la historia del maletín y, claro, después me quería matar», cuenta.

Pero cuando todo había quedado atrás y su nombre había desaparecido de la consideración pública, y apartado de las burlas y los bisbiseos, apareció inovolucrado con el cura que pedía favores sexuales a cambio de conectar con Dios a su feliegresía masculina. Sánchez fue a la Policía y denunció que Carlos Benavidez, párroco de San Ramón Nonato, le había propuesto una negociación de alcoba. Ahora, se desdice. «Ese invento me terminó de enterrar, una denuncia que yo no hice de la manera que trascendió. Lo que sí yo dije es que ese cura, que trabaja en un colegio y al que yo le había pedido trabajar como portero, tenía la costumbre de pedir cosas a cambio. Tenía esa manía, viste, pero la denuncia me la modificaron y dijeron que yo había arreglado cobrar una plata a cambio de masajes y favores sexuales. Una mentira absoluta. Terminé pidiéndole disculpas al cura por toda la bola que se había armado, todo un invento de la policía, que me tenía bronca, celos, envidia por ser conocido y salir en la tele», asegura.

Fue la gota que rebasó el vaso. Entonces, se mudó: de Nogoyá a Colón, a casa de una hermana. Y allí se inventó otra vida, se bautizó Ramón.

Dice: «A mí me trataban mal en la calle, me denigraban, me humillaban y ya no me daban changas, yo era una mala palabra. Pero lo peor fue que a mi hija la volvían loca en el colegio: sus compañeritos se burlaban, le decían que tenía un papá mentiroso, estafador y hasta que yo era puto. Se hizo insostenible y la cambié a otra escuela y mi nena se vino abajo, sufría de depresión infantil. Me sentía culpable por todo lo que estaba atravesando mi familia… Paola mi mujer estaba muy enojada».

El changarín ahora cuida un complejo de bungalows. «No lo podía creer en la mentira que me había embarcado. Cuando quise volver atrás ya era tarde», recuerda arrepentido..

En septiembre del año pasado Sánchez viajó a Colón solo, decidido a buscar nuevos horizontes. Necesitaba lavar una imagen de desprestigio que se hizo pública en buena parte de la provincia de Entre Ríos. «Estuve en la casa de mi hermana Mariela varios meses sin salir, cuatro o cinco. No quería que me viera nadie, estaba muy deprimido, sin fuerzas, pero también pensaba en las macanas que me mandé… Reconozco que me equivoqué fiero y aprendí la lección».

Pasaron los meses de encierro hasta que el changarín empezó a moverse por las calles de Colón de incógnito. Anteojos, gorra y una conducta austera. «Necesitaba laburar y cuando me presentaba a algún trabajo de albañilería decía ‘Soy José Sánchez’ y ahí la gente me reconocía y no me daban trabajo… Entonces decidí llamarme Ramón y empecé a buscar changas siempre medio tapado hasta que conseguí en una construcción. Y así estuvo varios meses. Era Ramón para todo el mundo y yo estaba cómodo, hasta que saltó otra noticia falsa y volví a estar en boca de todos».

Mientras «Ramón» trabajaba puertas afuera, José Leandro Sánchez aumentaba aceleradamente su número de seguidores en Facebook. «Decidí convertirme en una persona de gestión y ayudar desde mi red social con las cosas que sucedían en Colón. Quería hacer periodismo social, viste… Ponían un semáforo en tal esquina, yo lo publicaba; veía a un grupo de borrachines que molestaban, lo mismo; si enganchaba a alguien en moto sin casco o a alta velocidad, también… si encontraba un perro perdido, ayudaba a encontrar a su dueño. Así empecé a tener un montón de seguidores que a su vez me proveían de información».

«Lo hizo de nuevo: el changarín de Nogoyá inventó un crimen y alarmó a una ciudad entera», tituló Clarín el pasado 17 de junio. «Colón urgente. Mataron a uno en el barrio San Francisco hace instantes. El asesino está prófugo», escribió en su cuenta. La noticia se multiplicó en las redes y motivó un rastrillaje policial mayúsculo. Tras varias horas de averiguaciones, confirmaron que la noticia no era verdadera y la policía fue a buscar a Sánchez para recriminarle su actitud.

«Me engañaron, me mandaron una noticia falsa que compartí sin chequear. Un pibe de confianza me hizo una mala jugada y lo que en realidad era una gresca callejera que terminó en la nada, yo lo convertí en un asesinato con un prófugo. Me quería morir, ‘¡Otra vez no me puede estar pasando!’, me repetía una y otra vez. Le expliqué eso a la policía y dije que no volvería a compartir una noticia de esa magnitud sin demostrarla».

Vivió días turbulentos Sánchez porque los vecinos, enterados de quién se trataba, lo encararon: «Ahora sabemos quién sos, acá no vengas a mentir porque te vamos a echar, ¿entendiste». Sin enojarse, él volvió a explicar a quien lo increpara que «fue un malentendido, alguien que me hizo una broma pesada».

Otra vez a remarla, a cuidarse, a no cometer ningún desliz. «Yo soy un laburador, lo único que quiero es ganar plata para mandárselas a mis hijas (Agustina de 8 y Candela de 5). Hace un tiempo ya que estoy más estable laboralmente, cuidando desde marzo un complejo de cabañas y me pagan $ 800 por día más el alojamiento por ser sereno durante las noches. Extraño mucho a mi familia, a mis hijas y cuando pase la pandemia, las voy a ir a buscar y me las traigo para acá».

Reflexiona el changarín sobre lo difícil que es recuperar la credibilidad con amigos y con la familia. Después del episodio del maletín, su nombre estaba en todos lados y se enteró que una escuela de La Rioja, que quería ayudarlo, impulsó una juntada de firmas para que Sánchez fuera al «Bailando», el programa de Tinelli.

«Me dijeron que había un millón de firmas y me habían dicho de esa escuela riojana que todo estaba encaminado, que era un hecho. Yo confié y lo conté en una nota radial, pero al final nunca se dio mi participación y volví a quedar como un mentiroso. ¿Qué tuve que ver yo? No soy un santo, ni un inocente, pero soy un tipo decente, laburador y sobre todo un buen padre».

Con información publicada por Clarín

De la Redacción de Entre Ríos Ahora