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“Este es la herencia Urribari”.
Maximiliano Vitale masticaba la bronca, rebuznaba de la impotencia, se torcía de dolor al ver la Escuela Bernardino Rivadavia patas arriba, con chorros de agua que caían del primer piso, un olor sofocante a quemazón, y los bomberos yendo y viniendo.
Poco después de las 14,30 un nene de primaria advirtió fuego en el salón de música del primer piso, y dio aviso a una maestra. La maestra no creyó demasiado pero por las dudas lo puso al corriente a un ordenanza. El ordenanza fue sin mucho convencimiento. Subió al primer piso, y se cercioró. Desató la puerta –literal, no tiene cerradura ni candado, y se ata con alambre–, abrió y se encontró con el peor escenario: las llamas habían ganado el escenario y avanzaban sin disimulo.

Llamaron a los bomberos, dos dotaciones, una docena de efectivos, que sofocaron las llamas pero no impidieron el desastre: el salón de música quedó totalmente destruido, y las llamas afectaron seriamente los techos de la biblioteca y el comedor.
El resultado es que el lunes no habrá clases en la Escuela Rivadavia, y la situación se hará extensiva a la escuela noctura William Morris, que funciona en el mismo edificio.
No saben
Maximiliano Vitale es presidente de la Cooperadora de la Escuela Rivadavia, papá de dos alumnos, y, desde hace un año, férreo batallador contra la burocracia para conseguir destrabar el trámite de adjudicación de la obra de refacción del edificio. Había ganado una primera batalla: que se ordene la obra de arreglo de la instalación eléctrica, pero falta el trabajo mayor: acondicionar la escuela.
Alicia Borghello cuenta que desde hace once años vienen reclamando que se mejore el edificio, y ahora, once años después, están en vísperas de que algo sucede. Pero antes de que eso sucediera, ocurrió el incendio.
Todo ocurrió muy rápido. Los nenes de primaria –alrededor de 250—fueron evacuados a la vereda de calle Tucumán, y al rato los papás los retiraron. Adentro quedaron los docentes envueltos en el estupor.
“Siento asco”, dijo Vitale. “Hace más de un año que vengo peleando por la obra de esta escuela. El Gobierno en ningún momento hizo caso. Hace un año que ando detrás del proyecto, el proyecto me lo rechazaron. Me da bronca, impotencia. Esta es la herencia que nos dejó Urribarri”, dice.
Hace un año, las imágenes de Maximiliano Vitale y su hijo haciendo trabajos de arreglo en la Escuela Rivadavia se viralizaron y despertaron emoción y hastío.

Maximiliano Vitale es un hombre de 44 años, padre dos hijos, ocupado en dos trabajos.

Valentina, de 7, va a tercer grado de la Escuela Bernardino Rivadavia; el otro hijo, Elías, de 5, todavía no.

Un día Maximiliano fue donde la escuela de su hija, y encontró lo que encontró: chapas desclavadas en el techo, cielorrasos atados con alambre, paredes despintadas, mampostería caída, inutilizadas las cloacas de los baños, inundado el comedor.

Un día de tantos se encontró con que la escuela de su hija se caía a pedazos. Literalmente: se cae a pedazos.

Los maestros, los directivos, los padres, todos habían alertado a las autoridades de Educación.

Necesitaban una reparación urgente.

Nadie respondió.

Un día, entonces, Maximiliano Vitale puso manos a la obra, y se puso a arreglar un aula, y un techo, una pared, y lo que pudo.

Y esperó.

Esperó que algún funcionario se sensibilizara y enviara alguna cuadrilla a dar solución a los problemas que urgen.

Esperó en vano.

Lo último que hizo fue colgar una gran bandera roja de un balcón de la Escuela Bernardino Rivadavia, que da a calle Tucumán.

“Peligro. Escuela sin disyuntor”, dice el cartel.

Ahora el disyuntor está. El sistema eléctrico se arregló. Pero el edificio está como siempre, en emergencia.
Y este viernes colapsó del peor modo.

Maximiliano Vitale quiso llorar. Quizá lloró. De impotencia, de bronca, de dolor.

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.