Estoy parado a 50 metros de una sucursal del supermercado Spar de Lomas del Mirador. El lugar está rodeado de policías y hay un clima espeso, de tensión, de peligro inminente. Es un diciembre sofocante, ambiguo, violento.
Los saqueos comenzaban a ser una costumbre corriente.
Fines de 2001. Ese año en el que vivimos en peligro. No el único, claro. No el último. Decididamente no.
Cerca de mi casa, en la sucursal que entonces era de Norte y ahora es de Carrefour, sobre calle San Juan, se había producido una refriega: hubo corridas, desesperación y gente que había ido a recibir bolsones de comida que nunca fueron: recibieron balas de la Policía.
Una de esas balas acabó con la vida de Eloísa Paniagua, 13 años.
La siesta de aquel 20 de diciembre en las puertas del Spar de Lomas del Mirador fue caótica y con una puesta que parecía del far west pero resultaba muy de acá, muy tercermundista: no había ninguna escena de peliculón. Solamente gente que pedía alimentos, con ganas de saquear el local.
Enfrente, policías dispuestos a todo: a no dejarlos pasar.
Rápidamente, como en un videoclip de los 90, la imagen se traslada a Avenida Antonio Crespo, camino al Túnel, otro local de Spar. Las puertas se han cerrado y la gente rodea la zona. Llueven piedras de todos lados: desde la barranca de enfrente, desde atrás de los autos: los lanzadores son muchachos, mujeres, chicos. Caen en la puerta del supermercado, cerca de los policías, al costado de los periodistas.
Buscan comida.
Alguien ha hecho correr una versión: que en los supermercados van a entregar comida. La situación social es desesperante, hay parálisis de la economía, los sueldos se pagan con retraso, la asistencia no llega a todos y es diciembre. Un mes aciago diciembre.
Estoy temblando: nunca había registrado escenas de tanta bronca y violencia. Pero me quedo ahí. Pienso en una crónica incierta, en un tiempo futuro, sentado en una pantalla de computadora, bajo fluorescentes, el calor pegajoso, y alguien cerca de mis espaldas haciéndome marca personal: «Vamos que cerramos».
A la noche, alguien en la Redacción ironiza: «Estuve a punto de llevarme unas cremas del WalMart».
El super de Avenida Larramendi era una postal de aquellos tiempos violentos: policías en los techos, barricadas, quema de cubiertas, ojos bien abiertos, y el ulular de los patrulleros. En la faena de cuidar bienes ajenos, una bala se cobra otra vida, la de Romina Iturain, 15 años.
El aire estaba viciado de hastío y desesperación.
Así, de la mañana a la noche en aquellos días interminables.
La escena vuela como en un drone hacia Galán y José María Paz, otra sucursal de Norte: los vidrios han estallado, la gente saca con desesperación lo que sea, lo que encuentre, todo.
Las balas cortan la monotonía de una tarde que arde.
La represión policial corre a la gente hacia otro lugar, el Coto. Los disparos zumban con mayor intensidad, no se sabe de donde viene, para donde van. La gente corre.
Estoy junto a un fotógrafo y ninguno de los dos sabemos qué hacer.
Todo, al final, acabará en esa escena de fin del mundo: otra sucursal de Norte, de Don Bosco y Ayacucho, que termina saqueada por completo. A oscuras, la gente se lleva potes de yogurt, cajas de leche, botellas de vino, una media res al hombro, cajas de sidra, paquetes de galletitas. Se llevan los changuitos, cargan los autos, montan todo arriba de un carro tirado por un caballo, salen, rápidos, a pie.
Después, todo parecerá una mala copia de las escenas de The Walking Dead: los bancos, la telefónica, la empresa de energía, los supermercados, las casas de electrodomésticos, se armarán con cortinas metálicas anti saqueos.
La privada Edeersa -entonces en manos de capitales norteamericanos, y mano de obra local- apareció cubierta de chapas de zinc en su frente vidriado.
A los saqueos le seguirán los cacerolazos. A los saqueos de los más pobres, la furia de la clase media. El corralito.
Y todo, al final, concluirá en un cantito colectivo: Que se vayan todos.
Nadie se va.
Ahora, todo sigue más o menos igual, aunque las balas pican un poco más lejos.
Ricardo Leguizamón
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.