La Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) acaba de lanzar un libro que reúne las crónicas que escribió la periodista y escritora María Celeste Mendaro en “El Diario”, de Paraná, en la sección “Andando la ciudad”. El libro se llama, claro, “Andando la ciudad” y rescata un material que, de otro modo, se hubiese perdido en los archivos. Celeste Mendaro -nació en 1957 en Nogoyá, falleció en 2003, en Paraná- no sólo dejó un legado periodístico exquisito. Su bio dice que en 1984 ingresó a trabajar a ”El Diario”, de Paraná. Y a partir de 1987 publicó una sección semanal de entrevistas: “Por los barrios”, bajo la volanta “Andando la ciudad”, que reflejó todos los sábados hasta el año 1994, las historias de los habitantes de la ciudad. Ganó en 1993 la primera edición del Premio Municipal de Literatura de Paraná por su libro “Orígenes y legados”, que reúne doce relatos. Obtuvo una Mención en el Premio Municipal de Literatura por su libro de poemas “Guerreros de la noche”, en 1994. Asumió la dirección de la página cultural Letras – Autores – Ideas en “El Diario”, de Paraná. Y paralelamente, comienza a escribir artículos de costumbres en la sección “Locales”, bajo la volanta “Vida cotidiana”. Estas notas se publicaron los domingos hasta el año 1999. En 1995 se hace merecedora a una Mención en el Premio Municipal de Literatura por su obra de teatro “De Don Federico Méndez y del Amor Eterno”. Y en 1998 ganó el Premio Municipal de Literatura por su novela “Almuerzo”. La Editorial de Entre Ríos publicó “Series en punto cruz”, libro de nueve relatos, con prólogo de Claudia Rosa en 1999. Poemas y cuentos suyos han sido publicados en las páginas de los diarios Diario El Litoral (Santa Fe), La Mañana de Victoria (Entre Ríos) y El Día de Gualeguay.
Lo que sigue es el prólogo que escribió el periodista y escritor Jorge Riani a propósito del libro de María Celeste Mendaro.
Cuando María Celeste Mendaro entró a trabajar a El Diario como redactora, ese mismo día entró con ella la sección “Andando la ciudad”.
No es una licencia poética esto que decimos, sino que, ciertamente, el mismo día que ingresó le encargaron esa sección sin más imperativo que lo que sugería su nombre: “Andando la ciudad”.
Le entregaron un nombre desafiante y estimulador. Se le ocurrió a una de las dos personas que en ese momento aceitaban la maquinaria periodística de El Diario.
Celeste entendió que le daban un hermoso nombre y un buen lugar donde publicar y que lo demás correría por su cuenta.
Celeste y el “Andando” contrajeron matrimonio.
Lo que siguió fue pura delicia periodística que hoy, en parte, reúne este libro.
La autora de este libro es María Celeste Mendaro. Pero en estas páginas hablan muchas voces. Porque ella era un espinel que pescaba historias y experiencias que llevaba luego a sus costas por el interés de contarlas.
Celeste tuvo la oportunidad de escuchar las voces profundas de una ciudad que estaba apagándose, porque todo se apaga en este mundo por el solo devenir del tiempo.
Entendió que una ciudad se apagaba, pero que seguía rebotando en los recuerdos de mucha gente y que con sus escritos podría avivar la llama de esa memoria. Fue en busca de esos recuerdos, los escuchó y luego los escribió.
Escuchó con atención a los viejos y a las viejas de los barrios de Paraná, justo en un momento en el que se estaban produciendo cambios enormes en la vida de las personas y de las ciudades. Además retribuyó con maestría literaria los testimonios que les fueron entregados en resguardo.
Sus “Andando la ciudad” están impregnados de la memoria de los entrevistados y de la literatura de la entrevistadora.
Celeste habló con gente de la costa, con una antigua vecina de Bajada Grande que participó de algún velorio de angelito, con hombres que sabían calzarse un cuchillo en la cintura para ir a bailar al Thompson, con vecinos de la orilla que acudían a las islas a convertir los algarrobos en leña para llevarla luego, en barcazas, hasta los hornos de las caleras de Puerto Viejo. Habló con la hija y con la viuda de Domingo Almada, que desde el río Uruguay arribaron en canoa a habitar una casita en Puerto Sánchez. También con cantores del Bajo y de los prostíbulos de calle Diamante, con pobladores de Corrales que revelaban un paisaje teñido de rojo sangre. Habló con los hermanos de un veterano de la Batalla de Caseros y con gente que oficiaba de eslabón en una cadena que iba a posibilitar conocer más de cerca al mismísimo General Urquiza.
En este libro hay testimonios directos de una Paraná que nadie mató, pero que fue a morir por eso que la gente suele llamar ley de la vida, que no es otra cosa que el transcurso del tiempo.
Celeste es la que a una ciudad naciente le va a contar otra que muere. Lo hizo entrevistando personas y escribiendo. Mostró que algo podía ser contado en un diario sin necesidad de ser una noticia estricta.
Con ella, la gente de los barrios no necesitaba ser testigos de ninguna desgracia o, peor aún, protagonistas de las mismas, ni necesitaba morirse de modo atroz para ser el sujeto de una nota en el diario. Tampoco estaba obligada a ganar un Mundial o inventar una máquina que lo cambie todo para salir los sábados en el diario más importante de Entre Ríos. En ese diario, Celeste ofrecía literatura al tiempo que revelaba historias valiosas.
Celeste va a registrar voces que nadie consultaba hasta entonces. Dicho de ese modo, parece que se dirigía a ese lugar de donde sólo saldrían dramas y consignas. Pero no. En el “Andando”, como le decíamos entrecasa a la sección, había relatos esenciales de las personas. A veces eran recuerdos de vecinos, a veces eran hazañas que llegaban como relatos a viejos pobladores de un barrio, a veces era la explicación de un oficio longevo o la historia que hervía, silenciosa y solitaria, en el interior de alguien.
La obra de Celeste está antecedida por ella misma: una mujer destinada a estar en el momento justo, en el lugar justo, justamente sabiendo ver y sabiendo escribir.
El pianista Pancho Manuele dijo una vez que Celeste hacía las mejores críticas de conciertos aún sin ser experta en música. El maestro del piano y archiduque de la bohemia había descubierto que nuestra escritora llevaba todo a un orden literario y que desde allí, no solo entendía la música sino que también sabía contarla.
Con los “Andando la ciudad” también llevó todo al territorio de lo literario para testimoniar, desde ese lugar, historias de un modo que aplaudiría el mejor de los documentalistas urbanos.
Uno supone que la movía la música literaria que había en lo que observaba y que el resto venía añadido.
Decíamos que Celeste fue la primera redactora de El Diario. Su ingreso se vivió como un discreto suceso en la Redacción. Algo distinto a lo que venía siendo, que de pronto fue.
Su llegada no pasó inadvertida para los redactores, tampoco para los correctores ni para los gráficos ni para los canillitas ni para nadie que haya estado, de un modo y otro, vinculado a la tarea de hacer un diario, todos los días.
De pronto, tampoco pasó inadvertida para la ciudad por las cosas que contaba y por cómo las contaba. La gente solía decir que sus notas parecían de revista.
Hasta entonces, El Diario nunca había tenido una mujer redactora, pero sí había tenido muchas colaboradoras de renombre. Había sido medio siglo antes, con Ana María Garasino y otras grandes poetas, o con Beatriz Bosch, a la que le dieron la responsabilidad de fundamentar el urquicismo de El Diario.
Hubo excelentes colaboradoras, pero redactora, estrictamente, nunca hasta la llegada de nuestra amiga.
Celeste fue la primera mujer redactora de El Diario, en el sentido gremial de la palabra, y correspondió ese lugar siendo una gran escritora periodística.
“Andando la ciudad” fue lo primero que Celeste mostró en público. Fue un peldaño sólido y temprano en su carrera. Un lugar en el que hizo pie para luego saltar a otras praderas: la crónica, las críticas, los comentarios, los cuentos y su gran novela.
Celeste se adelantó a una temática hoy extensa en discusiones y charlas de quienes escriben y leen: el romance entre periodismo y literatura.
Leila Guerriero dice que la crónica ya tiene ganada su entidad autónoma. Como si crónica hubiera dejado de acudir al palacio que habita la literatura a pedir prestado alguna que otra herramienta para solucionar algo en casa.
La crónica utiliza sus propias herramientas ahora. Las herramientas son distintas, aunque por momentos idénticas a las que utiliza la literatura.
Eso que dice Guerriero, en la escritura de Celeste estaba muy presente porque hizo literatura en medio de las noticias de un diario.
De Celeste se suele destacar dos virtudes: que sabía observar y que sabía escribir. Pero hay una tercera virtud que tuvo y que resultó determinante en su escritura. Es una virtud extraña, menos abundante, que podría resumirse como la virtud de la transgresión de fronteras. No ya la frontera entre el periodismo y la literatura, que para ella no existía, sino la frontera entre su pensamiento y su escritura.
Celeste publicaba pensamientos que podía colar en medio de una entrevista o de una crítica de teatro o en la página literaria de El Diario, llamada “Letras – Autores – Ideas”, que por años estuvo a su cargo.
Al encabezar la entrevista que mantuvo con el último yuyero de la ciudad, cuelga sus pensamientos a modo de regalo literario y aclara: “lo pensamos esta noche, en un baldío de San Agustín, que a mitad de su recorrido tiene un tarro de lata con una leyenda pintada: Cuidado perro malo”.
Un director que tuvo ese diario solvente del que hablamos, nieto de un gobernador, le dijo a Celeste que veía en ella el don de la escritura.
El director, al que le decían Zahorí y que solía mezclaba giros castizos con enunciaciones criollas, se lo dijo así:
-Che, Celeste; usted tiene el don de la escritura. Es una egregia con el don de la escritura; así que métale con las notas.
Celeste quedó callada, pero entendiendo el sentido de esas palabras y seguramente las disfrutó con la misma discreción monacal con la que ingresó a la escritura, a decir suyo.
Aquel director era un buen conocedor de la historia del medio que le tocó gobernar, medio que había tenido como dueños a ocho gobernadores de Entre Ríos. Pero que tuvo también a Amaro Villanueva, a Guillermo Saraví, a Juan L. Ortiz, a Andrés Chabrillón, a Ana María Garasino, a Marcelino Román, a María Ruth Fischer, a Jacinto Ponciano “Piojo” Zaragoza, a Nicolás Jacinto Jozami, a Elio C. Leyes como redactores algunos, como colaboradores otros. Todos escribiendo allí.
Las palabras del director hacia Celeste deben ser entendidas como la ilusión de renovar la alianza entre poder y literatura, esa sociedad de la que Paraná y Entre Ríos había disfrutado en la primera mitad del siglo veinte y que no fue solo una sociedad estética sino que fue una sociedad efectiva. Tan efectiva que cuando el Piojo Zaragoza mató a un contrincante, en una noche de tragos, toda la política se movilizó para hacer menos duro el trance al momento de responder ante el sistema penal. Al Piojo lo defendió Raúl Uranga y le salieron de testigo Guillermo Saraví y Amaro Villanueva.
En los años ‘30, en Entre Ríos, el poder político estaba en manos de jóvenes que venían a ocupar cargos que antes eran exclusivos y excluyentes de la riqueza más concentrada de la sociedad. Ese poder político, joven y disruptivo veía con agrado y admiración a los escritores y a las escritoras de las ciudades entrerrianas.
El Diario tenía paranaenses, gualeyos, concordienses, gualeguaychuenses, paceños, victorienses, uruguayenses escribiendo en su sala de Redacción. Muchos eran hombres que siguieron el camino que les trazaba su propia escritura. Gente que venía a Paraná, y que si podía seguía rumbo a Santa Fe, luego a Rosario y de ahí a Buenos Aires.
El escalafón fue El Diario, El Litoral, La Capital, La Nación.
Como resultado de ese fenómeno, que se dio entre los años 1930 y 1950, El Diario se convirtió en un vector literario.
Así fue hasta que apareció una de las consecuencias nefastas que dejó la última dictadura que fue la de romper toda iniciativa literaria en los diarios.
No es que se hubiera silenciado a los escritores de diarios aquellos, sino que se imposibilitó el recambio generacional que era esperable en ese momento.
Hubo una generación no nata de escritores de diarios. Por eso, llegado los años ‘80, hubo que reconstruir todo.
Celeste llegó de Nogoyá del mismo modo en que cincuenta años antes habían arribado a la ciudad capital aquellos otros alcanzados por el don de la escritura.
Celeste llegó cuando tenía que llegar. Llegó para hacer periodismo y literatura en el despertar de la democracia, en la ciudad que por esos días construía un anfiteatro para que actuasen los artistas perseguidos y silenciados.
María Celeste Mendaro fue el despertar de aquellos grandes escritores de diarios. De ese modo hay que entender las palabras del director Zahorí cuando habló del don de Celeste.
Estaba preparada para ocupar un lugar de pionera y todo lo que eso significaba.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora