Los pies duelen, la meta, el fin de todo esto, está demasiado lejos, y resistir se resiste pero la respiración se agita.
El sol abriga en esta mañana de sábado después de una madrugada larguísima a la intemperie, con un frío de calambres. Un descanso sobre la banquina húmeda,
Marchan a demasiada velocidad al principio. Salen, los peregrinos, con la urgencia de ganar el camino, probablemente con el apuro de romper cuanto antes esa frescura liviana del principio. Por delante hay demasiadas horas, demasiado sol, demasiadas nimias o grandes dificultades por atender. Por delante está la peregrinación: el esfuerzo que certifica la fe. El sacrificio.
Una voz femenina arenga a las miles de personas que avanzan por el camino del comienzo, mirando la cuesta, buscando la ruta que gira hacia la izquierda. El sol da plenamente sobre los peregrinos, que se defienden con gorras, que llevan palos como bastones, que van muñidos de botellas de agua.
En un escrutinio al interior de la columna, se ve que ganan las mujeres y, en especial, mujeres jóvenes. Pero hay también personas mayores y algunos niños; hasta un par de criaturas adentro de sus cochecitos, que seguramente dejarán el trajín algunos metros más.
La voz de la mujer que arenga y el sonido de una canción, a veces con más nitidez, a veces con más suciedad, tienen la misma continuidad de las pisadas en el asfalto caliente. No se detienen nunca. Piden aplausos, piden alegría, piden fe. Atrás queda una hilera de pinos a la derecha y el monte de tortuosos espinillos del otro lado. Se abre el campo, se ve desde la cuesta la multitud que avanza buscando cada quien su propio ritmo, repitiendo internamente las razones del andar.
Todo eso, ahora, quedó atrás. El fin. La llegada.
Fotos: Mauricio Garin
De la Redacción de Entre Ríos Ahora