Por Monique Deppen (*)
Ni es alegría, ni es victoria, es sólo justicia aquí en la tierra. ¡¡Una justicia muy esperada!!!
A las puertas del nuevo milenio, los obispos decían que «de entre todas las heridas a la dignidad, en 1990 los obispos argentinos destacábamos una que conserva toda su actualidad en el umbral del nuevo milenio, la ´justicia demasiado largamente esperada´”.
Hoy, 17 años después, y frente a uno de los delitos más aberrantes por parte de un miembro del clero, la justicia no se hizo esperar, y tristemente debemos decir los cristianos católicos que quien se hace esperar largamente es la “justicia canónica”.
Es triste, es vergonzoso todo lo que las víctimas y familias han tenido que pasar, es lamentable lo que estamos viviendo, y aunque duela, la justicia civil nos ha dado un claro ejemplo de cómo se debe actuar, acompañar, mientras los cristianos católicos en su mayoría han hecho silencio cómplice, han mirado para otro lado, han puesto en tela de juicio las denuncias de los niños y jóvenes porque prefieren alinearse a una jerarquía que creer en la palabra de las víctimas.
Espero sinceramente que, como iglesia, esta decisión de la justicia nos lleve a una profunda reflexión, que miremos para adentro de una vez por todas y reaccionemos que hay mucho por ordenar, limpiar y purificar, esta tarea nos compete a todos, y todos tenemos algo que aportar para que el cambio suceda. Si las jerarquías se están equivocando, es nuestro deber hacérselos saber, corregirlos aunque no quieran escuchar. Alinearnos con una jerarquía cómplice nos hace tan cómplices y encubridores como ellos, la verdad y la justicia no hay que buscarlas entre todos.
Si pedimos tolerancia cero, es deber de las autoridades eclesiales que la justicia canónica sea un poco más ágil, más concreta y sobre todo más cercana a las víctimas, además que el ministerio sacerdotal le sea quitado al responsable de estos aberrantes hechos.
Sólo me queda como cristiana pedirles perdón a las víctimas y a sus familias, y seguir luchando para que estos hechos nunca más sucedan, porque ¡nunca debieron suceder!
(*) Católica.