Por Jorge Daneri
Hace ya mas de seis años que vivo en la ciudad de Amsterdam, Holanda.
Decidí escribir algunas realidades y aprendizajes sobre lo que todos los días advierto. Me sorprende del uso y disfrute de los bienes comunes de los holandeses y quienes los visitan, territorios de todo el pueblo, espacios públicos sin ninguna especie de discriminación.
He generado un acuerdo conmigo mismo, cada día que salgo a caminar llevo mi pequeña cámara de fotos y un trayecto que se construye desde la fantasía de seguir descubriendo y asombrándome. Y es algo incansable y de algún modo alucinante: el espacio de todos te sigue a todos lados.
El concepto de sendero se inserta en el tejido urbano, es una tela de arañas donde la ciclovia y el peatón son los verdaderos líderes de la ciudad, las mayorías apropiadas de su lugar. Los senderos conforman los bordes de los ríos y canales. Nadie discutiría aquí que el borde de río pueda no ser público. Todo se mira, se juega y se disfruta junto al agua, sea donde sea, sin exclusiones.
El centro de las manzanas urbanas son mayoritariamente espacios verdes, arbolados y cargados de primaveras. Hay juegos para niños, bancos hermosos, esculturas, expresiones del arte más diverso de la historia de este pueblo. Esa experiencia te acompaña y esculpe los barrios, los rincones abiertos de encuentro de familias, vecinos y amigos.
Atravieso los arcos de edificios, algunos viejos y centenarios que te introducen en bibliotecas nacidas con los libros que aportan los vecinos, con juegos construidos con sus colaboraciones también, con una creatividad constante, impecablemente articulada entre municipio y ciudadano organizado.
Me voy convenciendo de que la cultura de las «uniones de agua» tienen una responsabilidad enorme en esta construcción social, adherida a una conducta cívica donde lo que es de todos tiene un valor superior o igual a lo propio. Cada cual siente lo público como propio, se siente parte y propietario. Allí palpita su sentido de vida, parte de su orgullo existencial. Esto es impresionante y hasta envidiable, claro que muy sanamente.
Las Uniones de Agua, ni más ni menos, son elegidas por los ciudadanos, democráticamente. Tienen la responsabilidad desde hace siglos de gestionar el funcionamiento plural y organizado de sus cuencas, canales, prioridades.
No les puedo contar lo que es ir en bicicleta por los médanos hacia las playas o a las pequeñas villas o pueblos. Cómo expresar que existen 35.000 kilómetros de bici-sendas o ciclovías. Pero no es una manifestación de una obra de cemento, bien lograda en una geografía a escala de ciudad y nación, planificada a la perfección en sus más lucidos detalles. El tema central es que estamos frente a una sociedad que en un momento de su existencia dijo basta y se plantó exigiendo a la política lo que la política luego aplicó y cumplió.
Holanda es territorialmente casi la mitad de Entre Ríos, con 41.533 Km2 de superficie. Entre Ríos alcanza los 78.781 Km2. Holanda tiene 15 millones más de habitantes que nosotros.
No quiero trasmitir comparaciones y escalas que pueden resultar enormemente parciales, por historia y realidades distintas. Intento limitarme a la visión cultural de un pueblo que resolvió proteger lo común como propio, pero con una consigna central: decidió, y respeta sistemáticamente, el no apropiarse privadamente de lo que es o de lo que es justo que vuelva a la propiedad pública.
Y esto es un fenómeno cultural, este es su mayor valor cívico, la protección con convicción y compromiso de lo que es de todos.
Holanda vive sobre el derrame de un enorme Delta. Saben milimétricamente qué hay debajo de cada centímetro de sus suelos y sus aguas. El registro catastral de la ciudad y el país es el más serio y perfeccionado del mundo. Es imposible robarse islas públicas o un centímetro de más en la ciudad. Es lo que menos tienen, es lo que pese a su enorme cultura de los bienes comunes les falta. Su estado de necesidad.
Lo que a ellos les falta, a nosotros, en la Mesopotamia, el Litorial, Argentina toda, nos sobra. En realidad – sus hechos lo prueban- no sabemos los argentinos y entrerrianos el privilegio que como sociedad deberíamos sostener y honrar. Disculpen, o no, no me disculpen, es lo que ahora debemos lograr, saber lo que tenemos para ser más generosos, fraternos y solidarios con el valor cualitativo de lo colectivo. Necesitamos saber cómo usar y gestionar de modo sustentable, participativo y democrático, los bienes naturales públicos.
La conciencia sobre de los bienes comunes aquí en Amsterdam se cultivó desde la cultura del agua. Desde la democracia del agua ejercida desde hace siglos, antes de la Revolución Francesa o la división de los poderes al estilo Inglés. La gente lo lleva en su ADN, muy seguramente.
Nosotros necesitamos de manera urgente esculpir nuestra propia cultura del agua y de recuperación de los bienes comunes del Delta y de todos los ríos que dibujan la belleza de la tierra de los ríos libres. Tenemos que darnos cuenta que si no reconstruimos una buena Ley de Aguas en Entre Ríos, nunca vamos a comprender que estamos sentados sobre un tesoro, sobre un milagro de los reinos de vida que es imperioso jerarquizar, ordenar, integrar y dotar de todas las herramientas que la gestión de aguas y cuencas se merece.
En Entre Ríos disponemos del programa constitucional, los territorios más privilegiados y hermosos del mundo, pero los responsables máximos y nuestra propia sociedad, casi mayoritariamente, no tienen cabal idea de los procesos sistemáticamente negativos que están impactando en estos reinos de vida que nos abrazan.
Si nosotros iniciamos el proceso de conformación de la democracia del agua y sus territorios, con sus gentes como protagonistas, las políticas retrógradas se van a ir diluyendo y desapareciendo por nuevas diversidades construidas por los pueblos desde el interior de la provincia y el país. Son esas tres palabras que expone la Constitución nueva de Entre Ríos las que debemos aplicar y cumplir: defensa y promoción de la diversidad cultural, biológica y productiva, o ejercicio activo de la transición democrática hacia la sustentabilidad en sus tres dimensiones, tantas veces reiterada en la norma madre.
En pocas palabras, advierto que es un quiebre radical, que no debe esperar de gobiernos o líderes ahora inexistentes. Es la sociedad, las organizaciones intermedias comprometidas con lo colectivo, sin relato, sin medias tintas, las asambleas sociales y ecologístas, los gremios coherentes, los jóvenes, son los que deben apropiarse y exigir, exigir todos los días, con la militancia de las convicciones y la movilización sistemática de la paz en acción, el recuperar y honrar los espacios de bordes de ríos y arroyos, de comités de cuencas democráticamente construidos por todos los que así estén dispuestos, bien desde abajo, desde la raíz del barrio o los campos, las Villas y pequeños municipios, convocándose, no esperando a la autoridad, acompañándola hasta que ésta se haga cargo de lo que la ley exige y luego ejerciendo la democracia participativa, sin delegarla, así, como por aquí, para siempre.