No hay en Latinaomérica una fiesta que la pueda equiparar en dimensiones. En una noche pueden reunir tanta gente como el fanatismo del Turismo Carretera en todo un fin de semana. Cómo creció y se hizo el fenómeno a raíz de una fiesta que alguna vez cobró su entrada al público dos federales y con una consumición incluida.

El principio es conocido: seis cumpleaños en uno. Ioy, Jota, Nacho, Julián, Rulo y Marote decidieron poner 50 pesos cada uno, comprar algunos cajones de cerveza y hacer una fiesta en el Club Ciclista. Fue en agosto de 1999.

De movida la convocatoria resultó un éxito y ya quedó establecido que se repetiría al año siguiente y todos los años que fuera posible.

En su segunda edición, la fiesta estuvo al borde del naufragio: el lugar que se había conseguido, a través del padre de uno de los interesados, era el Círculo Católico Obrero, pero una vez que el comedido supo que no se trataba de una fiestita de 30, sino de un baile de disfraces para más de 100, rápidamente quitó la reserva y la fiesta quedó en ascuas. A último momento se consiguió un salón en calle Santa Fe, donde fueron más de un centenar de invitados y hasta un gaucho que entró pisando fuerte con su caballo.

La tercera edición ya tuvo algo más de producción y la sede fue el salón de Fatsa, atrás del Seminario, cerca del predio que ocuparon más adelante en Don Bosco y Circunvalación. La entidad, el gremio que agrupa a los empleados de la sanidad, facilitó el lugar sin conocer muy bien de qué se trataba el asunto. Por eso la sorpresa del cuidador, cuando uno de los organizadores llegó vestido de Boluda Total –el personaje de Fabio Alberti- a pedirle que por favor enchufara los feezers.

Cuando resolvieron alquilar un salón del Puerto Nuevo, en 2002, la cosa ya trascendía la celebración de los seis cumpleaños y fue la primera vez que se cobró entradas: dos Federales con una consumición. A partir de entonces no paró de crecer: llenaron Excándalo, al año siguiente y tras algunas dudas avanzaron hacia La Rural donde definitivamente terminó por resultar un buen negocio para los 22 integrantes de La Banda del Palo.

En la Rural la fiesta ya cobró dimensiones extraordinarias y se convirtió en suceso.

MITOS.

“Qué más quisiera que pasar la vida entera, como estudiante el día de la primavera”, canta Andrés Calamaro y uno se imagina que los 22 integrantes de La banda del Palo, creadores de un fenómeno de alcance nacional, viven más o menos esa situación ideal, por lo menos en las postrimerías de un nuevo éxito. Pero no es así.

Ellos han reconocido, alguna vez, que la tensión previa es cada vez mayor. La Fiesta de Disfraces ya es un negocio grande, que reviste riesgos.

“Da miedo cuando ponés la cabeza en la almohada”, confesó Juan Laurencigh, en una entrevista a El Diario, en la antesala de una de las ediciones. Ioy, que es Jorge Uranga, dijo entonces que hay emociones superpuestas: “Es una mezcla de impresión, miedo y a la vez, está buenísimo”. Casi como un deporte extremo.

Ellos tienen una mecánica de funcionamiento, un capital de experiencia. “Hoy en día nuestros hermanos, amigos y parientes la disfrutan más que nosotros”, admitió otro de los organizadores y marcó el punto: “Es un laburo”.

En la gran noche, los creadores del fenómeno, por supuesto, se disfrazan, pero casi no brindan ni bailan, cada cual tiene una función y un espacio para controlar. Y después de las 8, cuando los disfraces empiezan a perder la línea y las bandas de jóvenes se resisten a dar por terminada la noche que ya terminó hace rato, ellos todavía tienen un buen tramo por delante.

El premio es la satisfacción ajena, que año a año agigante el éxito de la fiesta, y la recompensa económica, por supuesto.

En ese sentido, la fantasía de la mayoría de los paranaenses es que cada uno de los que organizan la fiesta embolsan una verdadera fortuna. Ellos se ríen un poco de eso.

“Todo el tiempo escuchás cosas o directamente te dicen vos no laburás más con esto, y la verdad es que todos laburamos en nuestras cosas y que la gente desconoce los costos que tiene levantar todo esto”, dijo Jota.

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.