El servicio público resulta ser el más engañoso. El Estado suele estar agazapado, ausente, y entonces pasan las cosas que no deberían pasar. Los choferes del servicio público de pasajeros hablan por celular, con un pasajero que está sentado en el primer asiento, atendiendo otros asuntos, distintos que el tránsito y el volante. Y los colectivos suelen no estar en regla. Como la patente. El ardid es doblar la chapa, esconder un número, una letra, y volverlo invisible a los controles. Total, nadie controla.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.