Érase una vez un país sereno y cordial, hasta que de algún planeta vecino aterrizaron los monstruos a arrancar de cuajo la vida y la esperanza. A aplastar el futuro.
Si la historia se lee así, tampoco se entiende nada.
Encarcelar a los responsables de la tortura, la desaparición de personas y la apropiación de bebés durante la dictadura cívico militar, es lo que una parte de la sociedad reclamaba cuando amaneció, tras la matanza. Y es lo que hizo, en primer término, la Justicia de la democracia amenazada en el 84´, lo que vetó Carlos Menem en el primer gobierno peronista post dictadura y lo que profundizó, de modo decisivo, el peronismo de Néstor y Cristina Kirchner.
Se hizo justicia. Se está haciendo justicia. Jorge Rafael Videla murió en la cárcel. Los genocidas están presos y las manos ejecutoras de los planes de exterminio también.
En Paraná, en Entre Ríos, el represor Jorge Appiani fue condenado a 18 años de prisión por secuestros y torturas de 27 víctimas, entre ellas, Claudio Marcelo Fink y Victorio Erbetta, ambos desaparecidos.
Los que siguieron la Causa Área Paraná bosquejan el perfil de un monstruo cuando hablan de Appiani.
La Universidad Autónoma de Entre Ríos (Uader) no le permite a Appiani seguir con sus estudios de Profesorado en Historia. “La decisión de no aceptar como parte de la comunidad universitaria a procesados y/o condenados por delitos de lesa humanidad, se fundamenta en la autonomía universitaria, establecida por la Ley de Educación Superior…”, argumentan.
Según consideró el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), con todos los temores del caso en contradecir a la academia y a los organismos de derechos humanos que promueven la censura al torturador, la medida estaría considerando a Appiani como un subhumano. Un monstruo.
Para el Inadi, “que el propio Estado no pueda garantizar el derecho a la educación de un ser humano, más allá de las aberraciones que este haya perpetrado, implica indirectamente la consideración de una sub-humanidad del mismo, en tanto, por una cuestión de lógica, si se define al ser humano como aquel que posee todos los derechos humanos consagrados, la negativa de uno de esos derechos implica considerarlo por debajo de esa definición”.
Appiani, según interpreta el Inadi, es un monstruo para la facultad.
El problema es que esta gente no desembarcó de otro planeta, estaba acá y está acá. Sigue estando. Se cuece en los mismos hedores que los que caminan las calles con ideas felices. Piensan en las mismas aulas, pero sin prontuario. O estuvieron en los mismos claustros, en las mismas oficinas o quemaron libros o abusaron de criaturas en un seminario silencioso y alejado.
Te puede provocar rechazo, bronca o lo que fuera que los represores que enterraron la Constitución, entre tantos otros libros y toda ley, reclamen para su tratamiento la plena vigencia del Estado de Derecho y cada una de sus garantías.
Pero en la democracia, si es real, si es profunda, entran también “los monstruos”, que no vinieron desde otra parte y que siguen por acá. Que son vecinos y piensan como Appiani. Que se formaron de alguna manera y bajo determinados conceptos inescindibles de lo que nos pasó, de lo que nos pasa. Nos pasaron los desaparecidos, porque nos pasaron los torturadores y nos pasó Isabel y López Rega, y después Videla y Massera y todos los hijos de puta.
Si hubiese ocurrido una invasión, sería más fácil. Pero estaban acá, siguen y la democracia conquistada es, también, para ellos, como la justicia y el pleno Estado de Derecho. Appiani está preso. Que no lo dejen estudiar es promover una lectura simplista y errónea.
En ese caso la facultad debería proponer sin vueltas, esto: discutamos la pena de muerte para los delitos de lesa humanidad. Y ya: matemos a los subhumanos, matemos a los monstruos y seamos mejores.
Julián Stoppello
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.