Todo eso ocurrió en el patio de atrás de la parroquia San Cipriano, de Diamante, donde el jefe de los scouts, Juan Alberto Forcher, hacía desnudar a los nenes, los filmaba, los corrompía. A comienzos de octubre último, un tribunal lo encontró “autor material y responsable de los delitos de promoción a la corrupción de menores, agravada por engaños y por su condición de encargado de la educación y guarda, en concurso real por la pluralidad de víctimas (cuatro), lo condenó a 14 años de prisión de cumplimiento efecto, y hasta tanto la condena no adquiera firmeza, le dictó prisión preventiva y lo envió a la Unidad Penal de Paraná.

Allí está Forcher ahora.

Una de las víctimas de Forcher, L.A.N., declaró en el juicio y reconoció que  Forcher “andaba desnudo, que más de una vez se depiló y que  en el video que se le exhibió en la sala tenía más o menos 13 años, es  decir un menor vulnerable, y hoy con 20 años, una persona  madura, no lo vio bien, que ya no lo haría, y que efectivamente en ese  momento no comprendía lo que estaba haciendo, pero efectivamente vio  afectada su integridad sexual”. Otra víctima-testigo, C.M.D. , ingresó a los 13/14 años a la rama scout, y por un problema familiar: sus padres se habían divorciado. Contó que en más de diez oportunidades se quedó a dormir en la casa de Forcher, sobre la calle Urquiza, de Diamante.  Y recordó que “siempre se juntaban, hacían  salidas, recorridas en piraguas, que se organizaban y tenían  actividades con Forcher, que los pasaba a buscar en su propio vehículo”. También, que “se desvestían en  algunas oportunidades, que hacían pesas desnudos, que después del baño  continuaban por algunos minutos desnudos, que la depilación era una  práctica por higiene, y que le daba vergüenza hablar con su padre de eso, por eso lo hacía con Forcher”.

Durante el juicio, los fiscales Laureano Dato y Gilberto Robledo entendieron, en su acusación, que Forcher “sabía perfectamente lo que hacía, ya que elegía a sus víctimas, todos menores entre los 13  y 17 años, adolescentes en pleno desarrollo psicosexual, totalmente  vulnerables y manejables, los cuales eran captados de la institución  educativa de la cual el Señor Forcher era profesor  (Colegio Santa María) y del grupo scout del cual precisamente era dirigente (San Cipriano), a cargo de la rama que en un  comienzo se llamó ´raiders´, luego caminantes, donde se realizaban  actividades que eran ejecutados por jóvenes, muchas veces desnudos, y  siempre en la privacidad  delitos de alcoba . Siempre se tomaron  imágenes y los jóvenes quedaron sorprendidos porque nunca pudieron  verlas, las cuales estaban guardadas y protegidas por Forcher en su  ámbito de intimidad; y los padres que apoyaron a Forcher jamás  conocieron las actividades a las cuales estaban siendo sometidos sus  hijos”.

En su voto, el juez Alejandro Cánepa reprochó los dichos del defensor de Forcher, Nelson Schlotahuer: “Realmente no resiste ningún análisis – y hasta ofende la inteligencia del decisor -, que ante tal cuadro de situación, la explicación de la defensa sea que tales desnudos obedecían a ´las noches de calor de Diamante´, ya que de ninguna manera esas conductas eran aisladas, conforme fue más arriba indicado al describir el contenido de los videos que fueron secuestrados en la casa de Forcher y que forman parte de la pericia aceptada como prueba de autos, amén de los testimonios transcriptos en donde surge acabadamente lo contrario”.

Cánepa entendió que en esos campamentos –ya sea en los alrededores de Diamante o en la propia casa del jefe scout-, en los que Forcher hacía desnudar a los menores y los filmaba, existió “un claro daño a terceros menores de edad”. Y agregó:  “Existe también evidencia fílmica suficiente para acreditar que ello era el modo de manifestarse de Forcher con las personas de su grupo más reducido, sean estos mayores o menores de edad, cuestión respecto de estos últimos que, por lo invasivo, explícito y prematuro, tiene la entidad suficiente para corromper su moralidad y sexualidad”.

Nada de todo eso se conoció sino hasta 2017, cuando dos exintegrantes de los grupos scout, ahora de alrededor de 40 años, decidieron contar lo que habían soportado con Forcher. Fue en 2015. Fue el disparador de una investigación penal que terminó con el jefe scout en la cárcel.

En estos días, la parroquia San Cipriano, de Diamante, volvió a ser noticia.

El domingo, 9, al concluir, entre los avisos parroquiales, se escuchó el anuncio del hasta entonces párroco Miguel Guarascio: contó que se iba, que dejaba el sacerdocio, y que se instalaba en la casa familiar, en Hasenkamp.

¿Por qué se fue?

El arzobispo Juan Alberto Puiggari nunca habló de la responsabilidad de la Iglesia en los casos de corrupción de menores que ocurrieron en el grupo scout que dirigía Forcher. No asumió ningún costo. No dijo nada.

Con la idea del cura Guarascio, recomendó a todos cerrar la boca: no decir nada. Quedarse en silencio.

La explicación, si es que explicó algo, la hizo a través de un mensaje de whatsapp que dirigió a los curas y que, entendieron en la curia, debió quedar en ese ámbito y no trascender. Ningún sector con más alto nivel de correveidle que el de los curas.

Puiggari envió el lunes 10 su mensaje de whatsapp hacia el interior del clero.  Y les pidió silencio, que no hablaran, que no abrieran la boca.

«Para evitar confusiones en el caso de Miguel -dijo Puiggari, echando un manto de sospecha sobre el sacerdote que armó las valijas y se fue- no hay delito penal sino la convicción conversaba con él que no puede seguir en el ministerio. Creo conveniente que dejemos que la noticia corra por su vía natural sin ser los primeros en comentar con los laicos».

Que la noticia «corra por su vía natural», reclamó Puiggari. O sea, que se callen, y dejen que el bisbiseo se convierta en la única forma de comunicación dentro de su rebaño. No contar. No comentar. No decir nada.

¿Por qué se fue Guarascio? ¿Si no fue por un «delito penal», por qué, entonces? ¿Una relación de pareja, hijos, familia? ¿Qué?

«Quiero comunicarles que a partir de hoy Miguel Guarascio deja de ser Párroco de San Cipriano y se va a vivir con su madre, sin poder ejercer el ministerio», contó Puiggari.

¿Por qué se marchó Guarascio? ¿Si no fue por causa penal por qué se fue?

Puiggari nos puso el aguijón de la duda. Pero nos privó de la respuesta.

En la Iglesia, casi siempre es mejor no hablar de ciertas cosas.

En ocasiones, entonces, son los propios curas, los idos, los que se encargan de contar por qué: fue el caso de Gustavo Mendoza, que anunció su idea en misa de domingo, en febrero de 2015. Cuando le contó a Puiggari que se iba,  el obispo le consultó de qué modo harían pública su decisión. «Diga la verdad, monseñor», le respondió.  Cuando anunció su partida, contó por qué: porque se enamoró de una mujer, y aunque la vocación seguía siendo fuerte, eso les dijo, no podía  sostener un precepto que la Iglesia obliga a todos los clérigos: el celibato.

En mayo de 2016 se conoció el caso del vicario de la parroquia de María Grande, Miguel Oviedo, quien debió marcharse de apuro cuando se supo que habían mantenido una relación amorosa con una mujer, con embarazo incluido. La Iglesia lo corrió de inmediato, bajo el argumento de que había cometido una «infidelidad». A la Iglesia, claro.

Otros han elegido el camino del silencio y de la doble vida. Y de eso tampoco se habla.

 

 

 

 

Foto: Arzobispado de Paraná
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.