Milton Urrutia se presentó este martes por la noche como el abogado defensor del cura Juan Diego Escobar Gaviria, seriamente comprometido en una causa por abuso de menores que se abrió en la Justicia de Nogoyá.
Escobar Gaviria fue, hasta el jueves último, párroco de San Lucas Evangelista, de Lucas González. Ese día el arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, le pidió que abandonara la parroquia y se recluyera en una casa de retiros. Fue a la Casa Padre Lamy, de Oro Verde.
Allí estuvo, hasta que el martes por la noche viajó a Nogoyá, y se presentó en la Jefatura de Policía, donde quedó detenido. Llegó acompañado por Urrutia, y el socio de éste, Juan Pablo Temón. A Escobar Gaviria lo denunciaron dos monjas del Colegio Castro Barros por el abuso de un alumno de la escuela, a la vez monaguillo de la Parroquia San Lucas Evangelista.
El caso, con amplia repercusión en los medios, agregó un condimento extra: la participación como defensor del sacerdote del abogado Milton Urrutia, querellante en otra cosa por abusos, que tiene como procesado al cura Justo José Ilarraz.
Urrutia fue de los primeros impulsores de la denuncia en la Justicia contra Ilarraz, y ha venido batallando junto a las víctimas frente al silencio en la Iglesia. Ahora, decidió estar en el otro lado, y aceptó la defensa de un sacerdote que está acusado por abusos. “Es un buen hombre”, dice, respecto de Escobar Gaviria, y agrega: “No se entregó a la Policía; yo lo acompañé”.
El cura tenía pedido de captura firmada por el juez de Garantías Gustavo Acosta. Pero la captura no llegó a concretarse: Escobar Gaviria fue a la Policía, y se entregó.
Urrutia conoce los casos de abuso desde muy cerca.
Alguna vez pensó ser sacerdote, y cursó el Seminario Menor, en tiempos en que Justo Ilarraz cumplía allí el rol de prefecto de disciplina, entre 1985 y 1993.
No logró ser cura: fue abogado.
Dice: “Yo pertenecía al curso de ellos. Éramos del mismo curso”.
“Ellos”, claro, son los denunciantes de Ilarraz.
“En realidad –contó una vez, octubre de 2012–, Illarraz pasaba a ser, prácticamente, tu padre. Esa era la relación. Ocupaba el lugar que tu padre no podía ocupar porque tu papá estaba lejos, en el campo, y vos estabas internado en la escuela. Muchos de los chicos eran del campo. Todo lo volcabas en Justo Ilarraz. Los chicos que no viven pupilos en un colegio interno, cuando van avanzando en su sexualidad, les hacen las preguntas a papá; y las nenas, a mamá. ¿Nosotros a quién le íbamos a preguntar? Nuestro inmediato era Justo Ilarraz. Y por eso muchos chicos despertaron sexualmente en tiempo que no correspondía con Justo Ilarraz, porque él los llevó al despertar sexual. Los hizo avanzar, adentrarse en cosas que uno las hace siendo más grande, no a los 10 o a los 15 años. Y lo hace por propia voluntad”.
–¿Ilarraz intentó hacer con vos lo que hizo con otros seminaristas?
–No voy a contestar esa pregunta. El tema es el siguiente. Las víctimas, entre ellas, no sabían lo que le pasaba al otro. Si yo sabía algo, no lo sabía el otro. Nadie sabía nada, nadie contaba nada. Compartíamos la misma mesa, cada uno tenía su propio sufrimiento interior, pero eso no lo contábamos. Expresábamos alegría, pero una alegría ficticia. Así como me pasó a mí, le pasó a un montón. A los que estaban cerca de Ilarraz, les decían la mucamita del cura. Mirá lo que decían en esa época, y por eso nadie contaba nada.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.