Por Santiago García (*)
Hace un par de semanas estuve en la ciudad de Rosario del Tala presentando el libro de Micaela. Además de llevar mi libro, me fui con unas cajas de otros libros de Chirimbote que se estaban vendiendo a beneficio de la Biblioteca Mastronardi de Gualeguay, por decisión de la Editorial.
Una nena (no la voy a escrachar como hace la gente que no entiende nada de la vida) compró un par de Antiprincesas y los llevó a la escuela. Se sacó una foto con la maestra.
El comité ciudad de la UCR de Rosario del Tala «repudió enfáticamente la utilización de los niños con fines políticos» y desencadenó la difusión de la cara de la maestra y la nena por las redes sociales. Como era de esperarse, debajo de la publicación el ejército de odiadores que detrás de un teclado dice cualquier gansada y después compra el pan y saluda al entrar y salir. No sólo no entendieron que fue la nena la que decidió llevar esos libros, sino que no entienden (o se hacen que es peor) que nada en la vida es apolítico.
¿Enseñar la batalla de Caseros es apolítico? ¿Cantar «la Entre Ríos que Urquiza soñó» es apolítico? ¿Artigas no soñó otra Entre Ríos diferente? ¿Es lo mismo ir a la Escuela Leandro N. Alem que a la Escuela Hipólito Irigoyen? La clara intención de vaciar la política de sentido tiene como fin último alejar a las masas populares de la discusión sobre cómo resolver los problemas sociales y que sea el grupo de amigos de siempre el que decida por todas y todos.
Me apena mucho, pero no me sorprende.
(*) Santiago García es periodista y escritor. Autor del libro «Micaela García, la chica de la sonrisa eterna».