Son las 7 de la mañana de un sábado de primavera y llueve con la certeza de que no va a escampar hasta el próximo siglo.

El agua de lluvia se desliza con torpeza por el pavimentado cuarteado y los autos pasan, rápidos y furiosos, y ya se sabe que hay que dar pequeños bailecitos para evitar el zarpazo del agua que se levanta del suelo, en ese desafío de tú a tú con las leyes de gravedad.

Las esquinas son diques: el agua retoza, oronda, y entonces hay que detenerse, otear muy bien el escenario, medir distancias y dar saltos de atleta para pasar de una acera a la otra.

Las zapatillas están húmedas, el paraguas se rebela con esa tozudez indolente de las cosas inanimadas: lidiar con la lluvia es un asunto serio.

Un muchacho está sentado en el asiento de la garita y espera el colectivo. Tiene la paciencia de la araña: se conectó a los auriculares del celular, y escucha música, o radio, o audios de whatsapp, o algo –quién sabe- y espera.

Espera desde las 6,50 de la mañana y no sabe –no puede saberlo a esta hora, pocos minutos después de las 7 de la mañana de este sábado arropado por un aguacero feroz- que el colectivo no aparecerá sino hasta las 7,50.

En las paradas de colectivos los diálogos suelen ser muy previsibles. No salen del lugar común.

-¿Hace mucho que esperas?

-Vine a las siete menos diez, y lo perdí por poco.

Es como en Los Juegos del Hambre.

No hay una aplicación, ni una cartelería, ni una página web que informe los horarios estimativos, las frecuencias más o menos ciertas de los colectivos en Paraná. Hay que lanzarse a la incertidumbre con una certeza durísima: habrá que tener muchísima paciencia. Y esperar.

O hacer cálculos matemáticos más o menos amañados.

Uno de la línea 11 acaba de pasar por calle Italia. Tiene el cartelito de destino pegado al parabrisas: barrio La Milagrosa. Es el mismo que dará la vuelta al mundo, tocará destino, y volverá a girar para el otro destino, Paracao, la zona sur de la ciudad.

En 40 minutos a una hora pasará, de regreso, por la esquina de Garay y Santa Fe.

Son las 7 de la tarde. Llega el colectivo. El chofer hace malabares para evitar la verdad:

-Ahora sí. A esta hora la demora es de una hora.

Todos sentados con barbijos puestos, y en las ventanillas hay cartelitos  que sobreviven de épocas pasadas: “No pueden viajar personas paradas”.

Viajan personas paradas.

“Solo 1 persona por fila de asientos doble”.

Viajan todos los que pueden, ubicados donde pueden.

No hay sanitización posible en este lugar: hay mugre prepandemia debajo de los asientos, en la base de las ventanillas, en los vidrios olvidados, en los pasamanos, en el timbre ecuménico que todos tocan.

El transporte público es un asunto ajeno a todos, menos al usuario.

El 2 de marzo de este 2021 el precio de la tarifa tuvo un aumento voraz: un 56%. Se pagaba $29; ahora se paga $45,30. A no ser por ese detalle monetario, todo lo demás sigue más o menos igual. O peor.

El Estado se ha ocupado de redactar Los Diez Mandamientos, pero se trata de un negocio secularísimo. Los credos pasan a un segundo plano.

Desde el púlpito, no faltan los que proclaman diatribas. En los hechos, nadie va a misa, ni se confiesa, ni hace vida de piadoso.

Los Diez Mandamientos están en desuso.

Aquí se han enumerado más de una vez.

Después de las 22 o con lluvia el chofer de colectivo está obligado a parar en la esquina que el pasajero elija, dice la Ley.

Otra Ley, que se sancionó en 2003, dispone que las frecuencias, recorridos y paradas de los colectivos urbanos figuren en la portada del sitio web oficial de la Municipalidad de Paraná. Nada de eso existe.

 

En 2009, una ordenanza fijó la obligación de incorporar información referida al servicio en el interior de los colectivos. Por ejemplo, “mapas de recorrido de la línea, marcando con colores diferenciables entre sí, los tramos que componen el trayecto de idea como el de retorno”, publicación de horarios de inicio y finalización del recorrido, como así también grilla de frecuencias y carteles con número telefónico y, en caso que exista, casilla de correo para asentar reclamos y sugerencias.

A veces, lo que se lee son avisos de financieras. En las lunetas traseras, las caras de candidatos.

También en 2009, otra ley, que dispuso que los colectivos urbanos, en días de lluvia, tienen la obligación de efectuar la parada en todas las esquinas -dentro de su normal recorrido- donde el pasajero establezca para su ascenso o descenso.

En 2002, casi una década atrás, una ley dispuso que “deberán darse a conocer, mediante gráficos, el recorrido de cada una de las líneas de transporte urbano de pasajeros, éstos deberán ser ubicados en las paradas y en los interiores de la unidades afectadas a ese recorrido”.

De 2009 también data otra ley que fija “la creación de un servicio complementario en el transporte de colectivo de pasajeros que cuente con rampa especial para la carga de silla de ruedas u otro artefacto en uso para situaciones especiales”.

En 2015, una ley fijó la instalación en los colectivos de un dispositivo lumínico, con el fin de que las personas con discapacidad o disminución auditiva puedan cerciorarse de que efectivamente su llamado para descender ha sido realizado.

En 2012, una ley que buscó atender la utilización del servicio por parte de personas con discapacidad. Permite “la libre circulación, acceso y permanencia a personas discapacitadas, epilépticas, y aquellas que se encuentren bajo terapia asistida, acompañadas por su perro de asistencia”.

No hay dios ni ley en este negocio.

Sin fe en nada, los usuarios sólo esperan a que pase en alguna hora del día el colectivo y que los deposite en destino.

Nada más.

 

 

 

 

 

Ricardo Leguizamón

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.