Por Aixa Boeykens (*)
Seguía ahí aunque desde hace tiempo estaba cerrado. Antes, mucho antes de la pandemia, habíamos aprendido a convivir con sus puertas cerradas.
Como esas fotos que quedan pegadas en algún lado y cada tanto miramos, el puesto era parte de esa cuadra de la Alameda, casi en la esquina de calle Buenos Aires.
Ahora pienso que, aún ausente, su aura seguía reteniendo las risas, charlas y figuras diversas que garantizaban buenos ratos a cambio de los diarios del día, los suplementos deportivos, culturales, las revistas infantiles, de moda o de lo que fuera. Todo o casi todo se podía encontrar en ese lugar.
Se podía ir ahí por un periódico y terminar vendiendo un auto, adoptando un perro o alquilando una casa.
Consejos de salud, roscas políticas, problemas de amores, inicios de noviazgos, se tejían y destejían, armaban y desarmaban en el puesto de diarios y revistas. “Parada, siempre parada”, fue el eslogan que inventó el Turco y le dio sello al lugar.
Profesores de la Facultad de Ciencias de la Educación, periodistas de LT 14 Radio General Urquiza y de otros medios, estudiantes universitarios, políticos, empleados públicos y vecinos solíamos encontrarnos ahí para enredarnos en insólitas charlas y tiempos dilatados.
Lo cierto es que, cuando el presupuesto estaba ajustado, convenía dar la vuelta para no pasar por esa cuadra o bien, apelar a una gran disciplina para evitar gastar más de lo previsto. El Turco era, es, un gran vendedor.
Frente a su puesto, habían pasado titulares de periódicos que anunciaban el fin del siglo XX, los bonos federales, el intento de destituir al gobernador Sergio Montiel, la crisis de 2001, la renuncia del presidente Fernando de la Rúa. También, la época en que Néstor Kirchner inauguraba una nueva etapa política y llegaba a Paraná en 2003 para destrabar el conflicto entre el gobierno y el gremio docente.
Pero antes de que los modos de leer empezaran a cambiar y el amor por el papel aceptara convivir con la lectura por internet, el dueño del puesto se aburrió del rubro, se entusiasmó con otras nuevas propuestas y cedió el lugar.
Cuando el Turco se fue, el puesto de revistas empezó a declinar. Con horarios de apertura inciertos, hábitos de consumo informativos desplazados hacia los sitios digitales y sin la figura de Fabián Haiek, el Turco, “la Parada Rivadavia” se fue apagando.
Un día no abrió. Otro tampoco. No nos dimos cuenta de cuándo cerró. El puesto quedó ahí y nos acostumbramos a que sea parte de nuestro paisaje. Invisible pero presente.
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El viernes 22 de octubre de 2021 volvimos a mirarlo. El motor del camión y el chirrido de la grúa retorció la memoria y desempolvó recuerdos.
Porfiado, a contrapelo del abandono en que lo habían dejado, revivió a través de las paredes de chapas que ahora se inclinaban con las cadenas que lo arrastraban, las imágenes de los tiempos en que era centro de encuentros y novedades.
Dolió ver que “materialmente” se iba. Nos hizo asumir una ausencia que, aunque ya era larga, seguíamos sin verla.
Si ya no se ocupaba, si nadie se hacía cargo de algunos problemas con la electricidad que había tenido el puesto, parece una decisión correcta que dejara de estar en el espacio público.
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Entre el presente y el pasado, memoriosos de nuestra historia pero abiertos a las nuevas tramas que vamos armando, seguramente frenaremos el paso al cruzar por la cuadra en donde estaba el puesto, para guiñarle un ojo y brindar a la salud de Parada Rivadavia.
(*) Aixa Boeykens es periodista y docente universitaria.