Gustavo Bernal es chofer de la Línea 9 y este jueves, circa las seis y media de la tarde, está en espera de que se cumpla su turno, que concluye dos horas después. Acaba de suspender el servicio, como todos los choferes agremiados en la Unión Tranviarios Automotor (UTA), que desde el martes aplican una retención de servicio que deja a Paraná con servicio de colectivos a medias: de 7 a 10 y de 18 a 21.
El martes hubo una audiencia en la Secretaría de Trabajo de la que participaron el sindicato de los choferes, las empresas Ersa Urbano SA y Transporte Mariano Moreno SRL, la Provincia y la Municipalidad de Paraná en procura de fijar el cronograma de cancelación de una deuda de $500 mil por chofer que se asumió en mayo pasado. Como no hubo punto de encuentro, la UTA decidió aplicar retención de servicios por tiempo indeterminado.
Este viernes el panorama es el mismo. Y probablemente todo el fin de semana y los días que siguen.
Gustavo Bernal dice que se angustia: lo angustia responder todas y cada una de las preguntas que hacen a diario los pasajeros. «¿Hoy siguen?». «¿Cuándo vuelven a cortar?». Dice que la situación es desgastante y lo peor es que no hay certezas. «Ni yo ni mis compañeros sabemos si a fin de mes vamos a cobrar el sueldo. No sabemos hasta cuándo sigue esto. Y lo peor, tenemos la obra social cortada. Yo tengo un hijo con autismo, y cada medicación me sale más de $100 mil. ¿Cómo hago con un sueldo de $800 mil?», se pregunta.
El usuario del servicio -cuántos son, ¿20 mil?, ¿30 mil?- que cada día tiene salir a la calle y tira los dados para saber si la suerte estará de su lado, está en la más absoluta indefensión. El Estado no cuida al pasajero: el Estado se llamó a silencio, acá no me meto, este es asunto empresa-sindicato, que ellos se arreglen.
Esteban Rossi, de la Asamblea Ciudadana de Paraná, se alarma por la falta de interpelación al resto de los sectores sociales por el problema serio del déficit en el transporte público. «Nosotros, como Asamblea Ciudadana, representamos a un sector de la ciudad. Pero hay otros actores, como los sindicatos, las organizaciones estudiantiles, que también se ven afectados por todo este tema. Y no dicen nada. El problema del transporte no forma parte de su agenda. Me parece que es tiempo de que la gente empiece a reclamar y a hacer oír su voz», interpreta.
Mientras, la agenda diaria transita otros desaguisados: a veces es mejor no hablar de ciertas cosas. «De ese tema no preguntes», alertan los moduladores del discurso de los funcionarios. La comunicación oficial transita los reels de influencers que hacen piruetas con los celulares y te avisan: mirá qué lindo el invierno en la ciudad, vamos todos en lancha, o en bicis públicas, o salimos en el bus turístico. Ni siquiera la oposición fija postura en el tema del transporte público. En algún tiempo no muy lejano, un concejal habló de que en algún momento habrá que sentarse a analizar qué hacemos con el servicio de colectivos. Ese tiempo histórico, como la venida del Mesías, todavía no ha llegado al parecer.
Ahora, en un rato, vuelven a circular los colectivos. Son chatarras con el chasis carcomido, los asientos destrozados, suciedad de otros tiempos. Un mandato divino hace que puedan circular a gatas.
Como ayer, como antes, como casi siempre, los intendentes del área metropolitana se han llamado a silencio: sus vecinos tampoco tienen servicio en horas pico y la juegan de distraídos. A fin de cuentas, en cualquier momento esto se soluciona y podemos estirar un poco más. Solo se trata de vivir, como diría la canción de Baglietto. O de esperar a que escampe. Una de dos.
Quizá mañana habrá que volver a las bicis, las motos o a ese berenjenal que son las calles de la ciudad ahora cuando todos los vehículos particulares reemplazan la falta de transporte público. Para unos cuantos, sólo quedará la resignación y caminar, ida y vuelta.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora