-¿Sabías que se casa Pepe?

El mensaje de whatsapp llegó cerca de las 20 de un lunes de enero. No era necesario aclarar qué «Pepe». El 31 de enero se casa José «Pepe» Dumoulin.

Esa es la anécdota. O el fin o el principio de una historia. Otra historia.

Lo relevante es contar quién es «Pepe Dumoulin», un tipo que supo hablar cuando había que hablar, que dio el portazo a tiempo, que contó lo que había que contar sobre los abusos en la Iglesia, sobre los encubrimientos, el delito que encubre delito.

«Pepe» Dumoulin fue cura de la Iglesia de Paraná hasta que en el Adviento de 2015 se marchó para siempre. Le escribió una carta al arzobispo Juan Alberto Puiggari y le contó por qué dejaba el sacerdocio: ni por cansancio con la rutina, ni para evitar los correveidile, ni para dejar de sostener una doble vida. Se fue hastiado. Y escandalizado.

Puso el oído a las víctimas del cura Marcelino Ricardo Moya, condenado por abuso y corrupción de menores; y a los del cura Justo José Ilarraz, condenado por abuso y corrupción de menores; y a los del cura Juan Diego Escobar Gaviria, condenado por abuso y corrupción de menores. Y siempre le había pedido a Puiggari un gesto, un pedido de perdón, un acercamiento a las familias de los sobrevivientes.

No consiguió nada del obispo: ni mucho ni poco.

El 10 de diciembre de 2015, cuando dejó la Iglesia, le escribió una carta a Puiggari.

«El motivo de mi renuncia, a esta misión pastoral que me fuera encomendada, es debido a los inconvenientes que hemos venido acarreando en estos últimos meses, y que en muchas oportunidades te he manifestado mi total desacuerdo en el modo y actitudes que has tomado con respecto a los casos que son de público conocimiento, y en otros, en los que no has actuado, a mi modo de entender, como se debería y no quiero ser yo quien ocasione división en la comunidad parroquial. Por esto prefiero dar un paso al costado para no interferir en la espiritualidad y la pastoral de la Parroquia», escribió.

Y recordó «la necesidad de madurar como presbiterio para poder ser auténticos y aclarar muchas situaciones que siguen siendo turbias, con respecto a comportamientos totalmente inapropiados de muchos sacerdotes con doble vida, que tienen mujer, hijos, el problema de la homosexualidad y pedofilia, el uso del poder y del dinero, como así también el problema referente al tema vinculado al fundamentalismo católico, que sigue estando presente con su modo particular, reductivo y hasta belicoso de entender el seguimiento de Jesús, del cual has sido parte y es una herida no cerrada en nuestra diócesis».

Casi dos años después de haberse ido, consiguió la dispensa del Vaticano del oficio sacerdotal. Su salida de la Iglesia, antes por motu proprio; ahora, con la venia de Roma, se dio sin que la jerarquía católica de Paraná hubiese cambiado un ápice su actitud.

Se lo había pedido a Puiggari en varias ocasiones: que expulse a los curas abusadores de las filas del clero. No lo consiguió. Entonces se fue.

«Pepe» dio un paso al costado.

Una carta fechada el 19 de noviembre de 2017, en Roma, firmada por el cardenal Beniamino Stella, prefecto de la Congregación para el Clero, y dirigida a José Francisco Dumoulin. le comunicó el otorgamiento de «la dispensa del celibato y de todas las obligaciones inherentes a las sagradas órdenes”.

Su último destino había sido la parroquia Santa Rosa de Lima, de Villaguay, donde Moya había cometido los abusos.

Cuando ya nada lo ataba oficialmente a la burocracia eclesiástica, se permitió un último mensaje: dijo entonces que se había marchado de la Iglesia «decepcionado» de la jerarquía, «en disidencia por el modo de obrar frente al tema de los abusos. Para mí, no obraron de acuerdo a la justicia ni a la normativa eclesial vigente». Les reprochó el haber «ocultado» los casos de abusos cometidos por sacerdotes, «la forma de encarar, de no querer blanquear, de no querer asumir responsabilidades sabiendo que hay casos graves, tanto los que son conocidos porque han sido denunciados, y otros que están ahí, latentes, y que no se procede de acuerdo al sentido común, no se llega a la Justicia».

Una mañana de marzo de 2019, durante una largo viaje entre Paraná y Concepción del Uruguay, recordaría, hilarante, aquellos últimos encuentros con Puiggari, entre el ninguneo y la exageración.

“Atendeme, puto de mierda”.

El mensaje de whatsapp, apremiante, belicoso, fue enviado por el cura José Francisco Dumoulin al obispo Juan Alberto Puiggari. Fue antes de la Navidad de 2015. Fue el Día de la Virgen de Guadalupe.

Dumoulin –no lo sabía entonces- pasaba sus últimos días como párroco de Santa Rosa de Lima, en Villaguay, y buscaba entablar una conversación con Puiggari. El obispo lo venía ninguneando: no le contestaba los mensajes, no le respondía los llamados.

Fue así que Dumoulin hizo lo que pensó que debía hacer: armó la maleta y se fue para siempre.

Antes de irse para siempre, escribió una carta pública urgente en la que contó de qué modo la Iglesia de Paraná venía desatendiendo las denuncias por abuso en el clero, con qué poco celo trataba a los curas pederastas, con cuánto desdén atendía a las víctimas de los abusadores.

Ese mismo día se sentó frente a los jueces que luego condenarían al cura Moya y les contó de aquella carta, de aquel ocultamiento, de lo que se dijo y de lo se ocultó.

Ya nunca más volvería a la Iglesia.

Para entonces, había dicho todo cuanto tenía para decir.

Foto: Clarín

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.