«Estoy aliviada», dijo Patricia Díaz, mamá de Maximiliano Hilarza, uno de los siete denunciantes del cura Justo José Ilarraz por los abusos en el Seminario de Paraná. Lo dijo cuando el tumulto había tomado por asalto el pasillo de Tribunales que da a calle Córdoba, después de que los jueces Alicia Vivian, Carolina Castagno y Gustavo Pimentel se habían retirado, y cuando sólo flotaba en el aire una sensación confusa de alegría y desazaón.
Ilarraz condenado: todos repetían la frase como un conjunto, o para convencerse de que efectivamente el cura finalmente terminaría con sus huesos en la cárcel. Patricia Díaz lo conoció muy de cerca a Ilarraz. Bautizó a un nieto suyo en Chile, y ella le organizó un cumpleaños en su casa. «Era muy allegado a la familia, y por eso me duele en el alma lo que ha hecho», confiesa.
Pero enseguida recobra la entera y reclama una condena del propio Papa Francisco: si fue capaz de expresar repudio por los abusos en Chile, que lo haga con lo que ha pasado en Paraná, sostiene. Y después reclama condena para los encubridores de la diócesis. «Acá hay encubridores, y son muchos de los sacerdotes que sufrieron Alzheimer cuando vinieron a declarar. y dentro de los que encubrieron, el que más culpa tiene es (el arzobispo Juan Alberto) Puiggari. Cuando yo le entregué a mi hijo en el Seminario, el estaba encargado en el Seminario y no hizo nada», lamenta.
Fabián Schunk lloró cuando escuchó la lectura del fallo. Bebió agua, le tomó la mano a su mujer, Mónica Sacks, y se mantuvo estoico en la silla. El salón de Tribunales estaba lleno de periodistas -de aquí, de Buenos Aires y de Santa Fe- y apenas si cabían todos, querellantes, fiscales, familiares, acusado. Habló con todos los medios, y al final repetía: «Ya no sé qué contar».
Pero contó.
«Cuando la jueza pronunció los 25 años, me dije: ´Por fin alguien nos creyó´. No fue fácil transitar treinta años de silencio, de vergüenza, de callar, de escuchar que a otras víctimas los trataron de bocasucias, de mentirosos. Fue un alivio muy profundo el haber escuchado esa frase: 25 años de prisión», repetía Fabián Schunk, parado al frente del edificio de Tribunales, arropado por un sol tibio de otoño.
Convertido en la voz de las víctimas, Schunk habló del «abuso psicológico, y del abuso institucional. A Ilarraz le permitieron abusar, como dijeron los fiscales. Ilarraz se valió de la impunidad. Los 25 años están confirmando que hubo encubrimiento. Ahora, muchos tendrán que recapacitar y ver cuáles son los pasos a seguir».
Y sobre eso, afirmó: «Francisco, si quiere ser veraz con su prédica y honesto con el mandato evangélico, tiene que intervenir el Seminario o mandar una inspección para revisar la formación de los sacerdotes. Y eso lo tiene que hacer también con la diócesis. No es casual que esta diócesis tenga las dos más severas condenas en el mundo contra dos de sus sacerdotes por abusos»,
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.