
Por Julián Stoppello (*)
Ahora llueve, casi en línea recta. Pasa un auto por la cuadra desierta y una gata vuelve a través de las cornisas de la noche secreta. Los muertos de España, los muertos de Italia, los infectados de Estados Unidos en el pico, los muertos de acá. El anuncio latente de una extensión más drástica del aislamiento.
Sigue la película lenta pero se va apagando el reflejo de reírse de las rutinas inventadas, del exceso de comida, de alcohol o de pantallas. La sensación de extrañeza se agudiza hasta cortar lo real en pedazos, abriendo entre sus partes anchos agujeros de miedo.
Recomendaciones de higiene, de salidas, de encierro, de actividades, de crianza en estado de excepción. Recomendaciones de psicoanalistas, de panelistas, de gurúes, de músicos y muchas horas de transmisiones solidarias on line.
La Terminal está cerrada y es una visión inédita. La policía anda por la calle, de noche, con una grabación que rebota azul en las paredes con un eco antiguo y fiero. Aplausos y mensajes por wahtasap. Salir a la calle en situación de distancia social y volver a las noticias.
El debate del tiempo desmayado: la lentitud no estaría reservando un espacio creativo para los asuntos pendientes. El mundo corre sin fuerza y la amenaza lo alcanza como en esas pesadillas donde las fuerzas propias se adormecen. Entro, por un rato, a la última novela de Stephan King: unos niños con poderes de telequinesis y telepatía son encerrados en un instituto siniestro. Salgo y sigo en una novela de King, que se ve por la ventana -explota en las pantallas- y espero que la trama de afuera tenga un guionista, aunque menos talentoso, un poco más amable con las poblaciones donde transitan sus personajes, aunque no parece.
Diciembre de 2001 fue terrible y raro, en todas las escalas: era raro ir a la verdulería e intentar pagar cuatro tomates con Federales. Era terrible ver las noticias y aprender, de dos cachetadas, que el futuro era una cosa que sucedía en otra parte. Pero ahora, ¿hasta dónde viaja el estado de excepción cuando la visión de alguna normalidad se borró del mapa?
Cocino. Esto por aquí y esto por allá. La lluvia se detuvo, por un rato. Anoche cantaron La Cigarra en comunidad, por acá Puerto Sánchez. Barbijos y respiradores. La cotidianidad podía ser esto y la lógica del sistema de vida, en el lado cordial de las cosas, podía mutar de un momento a otro. Saber, sabíamos, pero eso no ayuda. Cocinar sí, preparar el mate, escribir las palabras que siguen, con los dedos no con la mente y organizar un guión berreta donde el aislamiento sea para gatos y nosotros volvamos desechos por la cornisa de la noche secreta.
(*) Julián Stoppello es periodista y escritor. Actualmente, dirige la Editorial de la Municipalidad de Paraná.