“Atendeme, puto de mierda”.
El mensaje de whatsapp, apremiante, belicoso, fue enviado por el cura José Francisco Dumoulin al obispo Juan Alberto Puiggari. Fue antes de la Navidad de 2015. Fue el Día de la Virgen de Guadalupe.
Dumoulin –no lo sabía entonces- pasaba sus últimos días como párroco de Santa Rosa de Lima, en Villaguay, y buscaba entablar una conversación con Puiggari. El obispo lo venía ninguneando: no le contestaba los mensajes, no le respondía los llamados.
Fue así que Dumoulin hizo lo que pensó que debía hacer: armó la maleta y se fue para siempre.
Antes de irse para siempre, escribió una carta pública urgente en la que contó de qué modo la Iglesia de Paraná venía desatendiendo las denuncias por abuso en el clero, con qué poco celo trataba a los curas pederastas, con cuánto desdén atendía a las víctimas de los abusadores.
Dumoulin, ahora excura, recordó hoy, frente a los jueces que integran el Tribunal de Juicio y Apelaciones de Concepción del Uruguay -María Evangelina Bruzzo, Melisa Ríos y Fabián López Mora- aquel incidente con Puiggari que fue el inicio de su despedida de la Iglesia. Aquel diciembre de 2015 fue su último diciembre como sacerdote. Sirvió, claro, para dejar en evidencia de qué modo se comportó la estructura eclesiástica frente a las denuncias por abusos de los sacerdotes.
Aquel diciembre de 2015, cuando Dumoulin le enrostró a Puiggari su desdén y lo dejó boquiabierto con una carta de renuncia escandalosa, también ocurrió la visita del obispo a Villaguay. No pensó Puiggari que entre la feligresía que fue a escucharlo estuvieran Pablo Huck y su familia. Estaban ahí, sentados, escuchándolo. Después de escucharlo, se pusieron de pie y le dijeron aquello que tenían para decirle.Lo trataron de mentiroso: le reprocharon lo que nunca hizo.
Dumoulin estuvo como testigo en el juicio al cura Marcelino Ricardo Moya, en Concepción del Uruguay. Por la sala de audiencias y durante dos días se escuchó el relato de 17 testigos y víctimas en el juicio oral al cura Moya, sobre quien pesan dos denuncias por abuso sexual y corrupción de menores, hechos que ocurrieron mientras fue párroco de Santa Rosa de Lima, en Villaguay.
Dumoulin fue quien aconsejó a Pablo Huck, una de las víctimas –el otro es Ernesto Frutos- de ir a la justicia civil y no a la canónica para denunciar los abusos de Moya. Nunca pensó que el andamiaje legal de la Iglesia pudiera dar respuesta al horror.
Moya no siguió los debates en el cuarto piso de los Tribunales de Concepción del Uruguay: sólo asistió a los alegatos de apertura. Tampoco permaneció completo su cuerpo de abogados defensores.
Este viernes, el segundo día de audiencias, tampoco estuvo el defensor Darío Germanier: sólo Néstor Paulete, que casi no hizo preguntas a los testigos. “Los testimonios han sido contundentes y respaldan los hechos que se investigan. Por eso mismo la defensa no hizo preguntas. Cuando los testimonios son tan contundentes, es conveniente no hacer preguntas”, analizó Juan Cosso, que junto a Florencio Montiel asumió la querella particular en el juicio.
Aunque las únicas dos denuncias corresponden a Pablo Huck y a Ernesto Frutos, durante el juicio hubo testigos que relataron situaciones vividas que los convierten en víctimas de los abusos de Moya.
Por eso, en los alegatos de las partes, que serán el próximo jueves, a las 16, los querellantes indicaron que se sumaron a los adelantos de pedidos de pena que formularon los fiscales Juan Manuel Pereyra y Mauro Quirolo: entre 15 y 20 años de prisión de cumplimiento efectivo. “Confiamos en lo que resuelva el tribunal. A pesar de la falta de colaboración que hubo de la Iglesia, consideramos que la Justicia entrerriana una vez más estará a la altura de las circunstancias”, analizó Montiel.
Los defensores Germanier y Paulete fueron con un planteo de prescripción de los delitos que se le achacan a Moya y de no prosperar esa petición, anticiparon que irán con una solicitud de sobreseimiento por estado de inocencia del cura.
El exsacerdote José Carlos Wendler, testigo en el juicio este viernes, contó qué hizo cuando se enteró del abuso a Ernesto Frutos: informó a sus superiores y los puso al corriente de lo que ocurría con Moya. El cura sometido a juicio permaneció en Villaguay desde fines de 1992 hasta 1997. Wendler llegó a Villaguay en 1996 y permaneció hasta 1998. En 1997 se entera de los abusos e informa al entonces arzobispo Mario Luis Bautista Maulíon.
Moya entonces había sido trasladado a Seguí. No ocurrió nada. Maulión se desentendió del asunto.
Tampoco actuó la Iglesia cuando Wendler alertó del mismo caso al sucesor de Maulión, el actual obispo Juan Alberto Puiggari. Nadie hizo nada. No hizo mucho ni poco ni nada el párroco de Moya en aquel tiempo en Villaguay, el ahora finado Silverio Nicasio Sena
Después, a la salida de tribunales, Wendler dijo: “Yo les creo a los denunciantes. Los conozco, sé quiénes son. No tengo por qué no creerles. Yo espero que el tribunal valore todo lo que se dijo en este juicio y condene a Moya.”.
-¿Cómo ves, como excura, lo que pasa con estos sacerdotes que son llevados a juicio por abuso de menores?
-Lo vivo con pesar. No me causa ninguna gracia todo esto. Me provoca mucho dolor venir a hablar acá de quienes fueron mis hermanos, de quienes son mis hermanos. Como hombre creyente que soy, me causa dolor todo esto.
Es mediodía y en la Plaza Ramírez hay un clima de primavera. El centro neurálgico de Concepción del Uruguay vive un viernes sereno. Mercedes Huck, mamá de Pablo Huck, tiene el rostro desencajado: está angustiada y no puede ocultar las lágrimas. Declaró ante el tribunal –un trámite movilizador-, respondió preguntas y cuando ya no tenía más nada que contar, se levantó y se retiró de la sala. Antes de irse, se acercó a su hijo, y le preguntó:
-¿Estuve bien, Pablo?
-Sí, mamá: estuviste bien.
Ahora habla con un tono apagado: busca algo de serenidad en un rincón de la Plaza Ramírez, bajo la generosa sombra de los árboles. Dice que desde que escuchó el relato de su hijo su vida cambió por completo. “Siempre le creí. Eso seguro. Nunca dudé de mi hijo. Y lo acompañamos, todos. Pasamos momentos duros, pero siempre estuvimos unidos”, dice.
Alguna vez debió acudir a terapia para entender lo que antes no supo y de haberlo sabido no sabe ahora qué hubiera hecho. Mientras daba clases de catequesis en la planta baja de la casa parroquial de Villaguay, no sabía –no podía saberlo-, en el piso de arriba, la habitación de Moya, su hijo Pablo estaba siendo abusado.
“Pero ya está”, intenta superar el momento que otra vez la angustia. Ahora espera confiada el fallo del tribunal.
Antes, claro, será el turno de los alegatos de las partes: los fiscales Mauro Quirolo y Juan Manuel Pereyra, pedirán una condena durísima para el cura por los delitos de abuso sexual y corrupción de menores: entre 15 y 20 años de cárcel de cumplimiento efectivo. Eso será la próxima semana, el jueves, a las 16, cuando sean los alegatos en el edificio de Tribunales en Concepción del Uruguay.
Los defensores Néstor Paulete y Darío Germanier aguardan que el tribunal haga lugar al planteo de prescripción, y en caso de que no, que atienda el pedido de inocencia.
Los querellantes Juan Cosso y Florencio Montiel piensan adherir al planteo de los fiscales. Y aguardan que el tribunal termine condenando a Moya.
Ricardo Leguizamón
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.