Las alturas de la Toma Vieja permiten admirar la inmensidad del Paraná. Desde los miradores que están en el interior del camping municipal la vista es formidable, el horizonte, casi infinito. Pero junto al verde de la vegetación autóctona, y el cobrizo del río, se observan los vestigios de un tiempo que fue, y cuyos vestigios se pierden de modo inexorable. Las instalaciones de la vieja planta de agua se van desgajando. A lo lejos, las viejas chimeneas soportan con algo de estoicismo. Pero todo lo demás está en un lento deterioro. Lo que antes albergó a un boliche bailable, Budha, y a un comedor de modo, Señor Anderson, hoy son abandono total.

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.