Raúl Martín, que este sábado asumió como sexto arzobispo de Paraná en una ceremonia que se realizó en la Iglesia Catedral presidida por el nuncio Miroslaw Adamczyk, pidió tener «un corazón atento y sabio, que sepa escuchar, compadecerse y comprometerse en esta historia, sabiendo que la vida sólo se gana, si se entrega».

Martín fue recibido por la intendenta Rosario Romero, que le entregó las llaves de la ciudad, y luego se dirigió desde el Palacio Municipal hasta la Catedral, donde se realizó la misa de toma de posesión del cargo de arzobispo. Asistieron la vicegobernadora Alicia Aluani y la vocal del Superior Tribunal de Justicia (STJ) Susana Medina.

Asistieron, además, Alejandro Pablo Benna, obispo del Alto Valle, Río Negro; Hugo Norberto Santiago, obispo de San Nicolás; Héctor Zordán, obispo de Gualeguaychú; Ramón Dus, entrerriano, oriundo de Villaguay, arzobispo de Resistencia; Eduardo Martín, arzobispo de Rosario; Raúl Pizarro, secretario el Episcopado, cardenal Vicente Bokalic, arzobispo de Santiago del Estero; Luis Martín, obispo auxiliar de Santa Rosa; Ricardo Faifer, entrerriano, obispo emérito de Goya; Pedro Torres, obispo de Rafaela; Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas; Gustavo Zurbriggen, obispo de Cocordia; Luis Collazuol, emérito de Concordia; Sergio Buenaventura, obispo de San Francisco; Sergio Fenoy, arzobispo de Santa Fe; Matías Vecino, obispo auxiliar de Santa Fe; Mauricio Landra, entrerriano, obispo de Mercedes-Luján; y Hugo Salaberry, obispo de Azul.

Raúl Martín, nacido en Buenos Aires el 9 de octubre de 1957 –tiene 67 años- asume este sábado como nuevo arzobispo de Paraná y sucede así a Juan Alberto Puiggari, que en noviembre último presentó su renuncia al Vaticano al haber cumplido la edad límite de 75 años, tal como lo establece el Código de Derecho Canónico.

La noticia de su designación la dio a conocer Roma el 28 de mayo último. Hasta entonces, Martín fue obispo de Santa Rosa, La Pampa. Desde ese momento, Puiggari, que había sido designado arzobispo de Paraná por Benedicto XVI el 4 de noviembre de 2010 y tomó posesión e inició su ministerio pastoral como quinto arzobispo.

La noticia del nombramiento de Martín fue dada a conocer el 28 de mayo último en forma simultánea, como es de práctica, en Roma y en Buenos Aires. Aquí lo hizo a través de la Agencia Informativa Católica Argentina (AICA) el nuncio apostólico, monseñor Miroslaw Adamczyk.

Martín nació en Buenos Aires el 9 de octubre de 1957; ordenado sacerdote el 17 de noviembre de 1990 en el estadio Luna Park de Buenos Aires por el entonces arzobispo de Buenos Aires, cardenal Antonio Quarracino. Fue elegido obispo titular de Troina y auxiliar de Buenos Aires el 1º de marzo de 2006 por Benedicto XVI y consagrado obispo el 20 de mayo de 2006 en la Catedral de Buenos Aires por el cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires (coconsagrantes: Guillermo Rodríguez-Melgarejo, obispo de San Martín,  y Jorge Eduardo Lozano, entonces obispo de Gualeguaychú).

El 24 de septiembre de 2013, el papa Francisco lo nombró obispo de Santa Rosa; tomó posesión e inició su ministerio pastoral como el sexto obispo de Santa Rosa el 30 de noviembre de 2013. En la Conferencia Episcopal Argentina es miembro del Consejo de Asuntos Económicos. Es Profesor de Teología (por la Universidad Católica Argentina).

“Vengo a sumarme ahora, al caminar de esta iglesia de Paraná, a la historia tan rica de esta iglesia, y al servicio de ustedes como lo hicieron mis predecesores, especialmente el Cardenal Estanislao Karlic y Mons. Juan Alberto Puiggari”, señaló en su homilía.

Y agregó: “Agradezco al Sr. Nuncio, llegado para acompañarme en el inicio de mi ministerio aquí en Paraná, sus llamadas, sus atenciones. Quiero agradecer particularmente a Mons. Juan Alberto Puiggari, por sus delicadezas y preocupaciones en este tiempo de transición preparando mi llegada. Gracias a mis hermanos obispos, venidos de distintos pueblos, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos, que se hicieron compañeros de camino y con quienes ahora, lo continuamos en esperanza”.

 

 

La homilía

Catedral de Paraná

26 de Julio de 2025

¡¡¡GRACIAS SEÑOR!!!

Una pregunta de Jesús a Pedro, con eco en cada uno de nosotros en todo tiempo: “¿Me amas más que estos?”

Pregunta que, lejos de hacerse reproche, se hace camino de encuentro en nuestras vidas.

Jesús nos tiende una mano para acercarnos a su corazón. Nos hace experimentar su misericordia, y la alegría de ser llamados.

Una vez más, el Señor, “que es mi Pastor”, vuelve a invitarme, vuelve a llamarme y me anima a seguirlo.

Y esa pregunta se hace razón de cada SÍ. “SÍ, Señor, sabés que te quiero”.

Como lo hizo con los primeros discípulos, así en la historia. Como con Abraham, nuestro padre en la fe, “salí de tu tierra y vení a la tierra que yo te mostraré”. El Señor, vuelve a hacerse realidad y promesa.

Realidad de ese amor que quiere seguir contando conmigo, en el servicio a este Pueblo que me confía como padre.

Promesa, siempre renovada y fortalecida, de que Él, siempre está como Buen Pastor a nuestro lado, y que nunca nos abandona. Promesa que, en ellos, sus discípulos, nos hace “pescadores de hombres”.

Es Él el que llama, es Él el que envía. Y en esta fe le respondí.

Vengo a sumarme ahora, al caminar de esta iglesia de Paraná, a la historia tan rica de esta iglesia, y al servicio de ustedes como lo hicieron mis predecesores, especialmente el Cardenal Estanislao Karlic y Mons. Juan Alberto Puiggari.

Caminar con estos hijos hermanos, que Dios en su Providencia me confía para servirlos como pastor, compartiendo con ustedes la fe que el Señor nos regaló.

Esta fe que, con la gracia de Dios, va rumbeando nuestra vida, mirando a Jesús, reconociendo su rostro en los hermanos, sabiéndonos familia, necesitados todos de darnos una mano para seguir adelante. Como diría el Papa Francisco, “dejando que el Señor, nos escriba la vida”.

Aceptando como don la diversidad de cada uno de nosotros, enriqueciendo y construyendo la unidad, que es signo de que algo es de Dios, cuando es el bien de todos.

Ser testigos de este regalo del amor del Padre, que nos une y reúne, será el mejor mensaje que atraiga a los hombres, descubriendo en la iglesia una familia.

Con la riqueza y pobreza de la familia humana, siempre necesitada de conversión, pero con la certeza de la ayuda de la gracia de Dios, que en la cruz nos hizo hermanos, y manifiesta su poder en la misericordia y el perdón.

Somos «peregrinos de esperanza». Pero no sólo de caminar se trata. Ni sólo es expresión de la tarea, de la misión, poniendo a Jesús, nuestro tesoro, en el corazón de todos. No sólo ir juntos para ir lejos, tan sólo al cielo. Necesitados de la gracia de Dios para ser compartida, y del hombro del hermano para seguir andando.

Peregrinos de esperanza, invitados a dejar huella en esta tierra. A no ser indiferentes, ni hacernos los distraídos.

Una imagen de la Virgen María, muy querida por mí, en la advocación de nuestra Señora de La Pampa, lleva los pies descalzos. Es una invitación a descalzarnos, tocar con humildad la tierra y hacernos cercanos a todos, para sentir con ellos, especialmente con los más necesitados y pobres, los que están tristes, desamparados y más, reconociendo que la mayor pobreza es no amar, es no conocer a Jesús. Si nos animamos a descalzar, seguramente nos duela, sintamos más de cerca los dolores del otro, perderemos seguridades al andar, tal vez nos embarremos para sacar al otro del barro. Pero valdría la pena.

Llamados a dejar huellas en esta tierra nuestra y en el corazón de los hermanos. Pero huellas de vida, sembradas, para que Dios dé el crecimiento. Huellas de cercanía y esperanza. Huellas que hablen de compasión, de misericordia, de alegría, de lucha buena. Huellas que otros puedan seguir para llegar a Dios.

«No la tenemos tan clara». Necesitamos aprender a mirar, a sentir, a escuchar. Por eso queremos mirar los pies de María, que va apurada detrás de cada hijo, como aquel día a visitar a Isabel, o atenta a la necesidad de los esposos en Caná, para sostenerlo, para levantarlo, para llevarlo hasta la cruz, para que también la cruz, diría Santa Rosa, se haga escalera al cielo como aquel Viernes Santo a la espera del Domingo.

Quiero yo también, detenerme con los pies descalzos, ahora y siempre, como quien quiere aprender a caminar abarcando la vida, cada vida y toda vida, de hoy y de esta historia que hasta aquí nos trajo, y mirar con enorme esperanza el mañana.

«Descalzate, estás pisando tierra santa», «les he lavado los pies para que hagan ustedes lo mismo también», «el que quiera ser el primero que se haga servidor de todos, que se haga el último».

«Sólo te falta una cosa, dijo Jesús al hombre que presuroso corría a su encuentro para ganarse la vida eterna, andá, despójate de todo, que nada te ate».

El ciego tiró su poncho y lo siguió por el camino. El leproso agradecido volvió sobre sus pasos. El paralítico dejó sus muletas y no pudo dejar de gritar quién lo curó. Y así, cada encuentro de Jesús con sus hermanos.

Dejaron las redes, tiraron el poncho, las muletas. La pobre viuda ofrecía sus dos moneditas de cobre, y aquella otra mujer derramaba el perfume de nardo sobre los pies de Jesús, secándolos con sus cabellos.

«Quemaron sus naves», decimos a veces. Se dejaron lavar los pies de maneras diferente, aprendiendo a hacerlo a los demás.

Encontrarnos con Jesús, es perder otras seguridades, pero es tenerlas todas. Nos hace capaces de mucho más. Nos desinstala, nos moviliza. «Yo los envío, no lleven más que unas sandalias, el bastón y poco más».

«Señor, en esta tarde, vuelvo a decirte una vez más, sabés que te quiero», y como aquellos, tus amigos, «volveré una y mil veces a tirar las redes en tu nombre», confiado en tu amor de Padre, que no nos deja solos.»

Doy gracias a Dios en primer lugar, y al Papa León, que en su nombre me confió este servicio en la iglesia.

Agradezco al Sr. Nuncio, llegado para acompañarme en el inicio de mi ministerio aquí en Paraná, sus llamadas, sus atenciones.

Quiero agradecer particularmente a Mons. Juan Alberto Puiggari, por sus delicadezas y preocupaciones en este tiempo de transición preparando mi llegada.

Gracias a mis hermanos obispos, venidos de distintos pueblos, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos, que se hicieron compañeros de camino y con quienes ahora, lo continuamos en esperanza.

Agradecer a las autoridades presentes, civiles y militares, (Sr. gobernador y Sra. intendenta, el Sr. ministro de culto) y a todos los que fueron preparando este día, y esta Eucaristía.

Gracias a mi familia y amigos, presentes y ausentes que desde su oración hoy me acompañan, también a la distancia, pero en la fecunda calidez del corazón.

A vos, Madre del Rosario, encomiendo mi vida y la del Pueblo que tu Hijo me confía, Pueblo de Dios, peregrino de esperanza, en esta tierra entrerriana. En el silencio de la oración, alcanzanos de Jesús, Madre querida, un corazón atento y sabio, que sepa escuchar, compadecerse y comprometerse en esta historia, sabiendo que la vida sólo se gana, si se entrega.

Y que Santa Ana y San Joaquín, en su día, nos enseñen a gustar los sueños de Dios.

 

Fotos: Esteban Wagner para Entre Ríos Ahora

De la Redacción de Entre Ríos Ahora