Por Leandro Bonnin (*)
Quedó sin efecto –aparentemente- el enésimo intento de reformar la Ley 26.150, es decir, la que desde 2006 establece como obligatoria la educación sexual en las escuelas del país.
A quienes no estamos de acuerdo con la reforma, se nos suele “colgar” el cartel de “antiderechos”. Pareciera como si fuéramos una suerte de “cavernícolas” sobreviviendo en el siglo XXI, enemigos del progreso y ya –a esta altura- peligrosos para la paz social.
Lo cierto es que la reforma, tal como estaba propuesta, no sólo es un ataque a la libertad religiosa y al derecho de enseñar que la Constitución y la Ley de Educación Nacional reconocen a las personas y a las religiones.
Muchos no se han dado cuenta que esa reforma propuesta desconoce y en los hechos niega el derecho de los padres a elegir y brindar a sus hijos una educación moral y religiosa conforme a sus convicciones.
Ese derecho está receptado en la Constitución Nacional que, en su artículo 75, inc. 22, confiere carácter constitucional a Tratados internacionales de derechos humanos.
Si desaparece, entonces, el art. 5 de la Ley 26.150 (artículo que menciona explícitamente el respeto por las identidades institucionales, a través del reconocimiento del ideario) aquellos padres que deseen una Educación Sexual escolar distinta ya no podrán hacerlo.
No habrá más libertad, sino menos.
No habrá “ampliación de derechos”, sino “recorte” de los mismos.
A modo de ejemplo, y para que se entienda mejor de qué hablo, vamos a poner un caso hipotético, que refleja la realidad de muchas familias.
José Luis y María Eugenia tienen tres hijos, y se acaban de mudar a un pueblo de unos 40.000 habitantes. Allí hay 6 escuelas de gestión estatal y dos de enseñanza privada, una católica y una evangélica.
Ellos son evangélicos y creen firmemente en la Palabra de Dios. Además, ella es psicopedagoga y él es enfermero, y han realizado capacitaciones sobre Educación Sexual con un enfoque integral, considerando que la sexualidad va mucho más allá de la genitalidad. Consideran que es un maravilloso regalo de Dios para compartirlo con otros, que es un camino de expresión de la persona completa –y no solo del cuerpo- y que tiene como un elemento esencial su capacidad procreadora. Consideran, entonces, que el mejor lugar para las relaciones sexuales es el matrimonio para toda la vida, y piensan que el dato biológico-genético (somos XX o XY desde la fecundación) es un dato relevante al momento de pensar la identidad sexual. Saben –por la ciencia y por la fe que profesan- que existe persona humana desde la fecundación. Saben, además, por su propia experiencia profesional y su formación, que en un alto porcentaje de casos el aborto deja secuelas psicológicas en padres y profesionales que intervienen. Todas estas convicciones –vuelvo a insistir- están avaladas por importantes estudios de universidades de diferentes países.
Al momento de elegir escuela, ellos saben que en algunas de las estatales hay personas muy preparadas y capacitadas, y que tienen muchas veces muy buenas intenciones, pero parten de convicciones diferentes a las suyas. El foco parece estar puesto en el placer, la libertad y el cuidado de la salud sexual y reproductiva. Que estas personas asumen y promueven la perspectiva de género, según la cual le pueden llegar a decir a sus hijos que “no son varones o mujeres” y que “no importa si tienen pene o vagina: ellos deciden qué género tener”. Más adelante, les pueden llegar a decir que la masturbación es algo no solo normal sino necesario. Algún profesor tal vez le dirá, incluso, que la pornografía es algo divertido y puede ser un elemento de aprendizaje. Que mientras no obliguen a nadie y se “cuiden”, pueden disfrutar de sus derechos sexuales, y que –en todo caso- si se produce un embarazo la Ley les permite recurrir al “aborto legal”. Que por supuesto, pueden tener relaciones con quienes quieran porque es su cuerpo y son sus derechos, y que su identidad la van eligiendo día a día, sin que sea preciso que sea fija. Es posible que en el nivel secundario, se insista mucho en el uso del preservativo e incluso en actividades promovidas por la escuela les regalen a los alumnos desde los primeros años.
José Luis y María Eugenia conocen papás que están de acuerdo con ese enfoque y envían a sus hijos a esas escuelas sin problemas, y respetan esa elección, pero no la comparten.
Resulta que en las otras dos escuelas de ese pueblo esos papás –que, vuelvo a decir, no son “fundamentalistas religiosos”, sino que tienen argumentos y hablan con fundamento- encuentran una visión distinta de la Educación sexual. El foco parece estar puesto en el amor para toda la vida, en la responsabilidad y en la salud integral: física, sexual, reproductiva, social, afectiva y espiritual.
En esas escuelas enseñan a sus hijos que hay que respetar a todas las personas y amarlas incondicionalmente, pero que existe un plan de Dios, grabado en nuestra genética y en nuestro cuerpo, y que el mejor camino es buscar y respetar ese plan. Que la identidad personal no es sólo fruto de la autopercepción y la decisión autónoma, sino que “hay que escuchar al cuerpo”. Allí enseñan que la sexualidad es algo grandioso y sagrado, y que sus hijos deben prepararse lo mejor posible para vivirla, aprendiendo a posponer la gratificación inmediata. Les dicen que la masturbación puede ser una experiencia frecuente como estadío intermedio, pero que prolongada en el tiempo y buscada de modo compulsivo puede transformarse en un hábito narcisista y bloquear la maduración afectiva.
Creen que la pornografía daña no sólo el corazón y el alma, sino también el cerebro, las relaciones y la capacidad de ver al otro como persona. En esa escuela enseñan que posponiendo la iniciación sexual preservan a sus hijos de cometer muchos errores y sufrir algún tipo de violencia o relación dañina en la adolescencia. Les enseñan cuáles son los métodos anticonceptivos y cómo se pueden evitar las enfermedades, pero los ilusionan con el amor para toda la vida y les muestran el valor de prepararse, y la castidad yel autodominio como herramientas valiosas para la vida. Les enseñan que la adolescencia no es el mejor momento para recibir un hijo, pero creen también que si el embarazo sucede, el niño por nacer es sujeto de derechos.
En esa escuela tienen un programa integral, con un abordaje transversal y también con horas cátedra específica, con un proyecto multidimensional y basado en evidencia científica. Tienen además un acompañamiento personalizado a través de tutorías, como espacios de escucha y orientación. En esa escuela convocan a los padres para darles talleres –tal como indica el art. 9 de la Ley- y vinculan permanentemente con las familias.
José Luis y María Eugenia quieren elegir una escuela como la segunda. Que respete sus convicciones. Y nuestras leyes les reconocen –hasta ahora- el derecho de elegirla.
Si se reforma la 26.150, esos padres –y muchos otros- verían vulnerados uno de sus derechos educativos fundamentales.
Si se aprueba la reforma de la ley, la cultura argentina se empobrece. Se acallan voces. Se elimina la disidencia. Pierde la democracia.
Seremos un país menos inclusivo, donde los derechos de papás como José Luis y María Eugenia no son tutelados.
Me pregunto, como nos preguntamos muchos, ¿por qué ese atentado a la libertad? ¿por qué esas actitudes totalitarias y dictatoriales en quienes suelen hablar a menudo de democracia, diversidad y respeto? ¿Qué poderes económicos o políticos pueden motivar estas propuestas?
Por eso, entre otras cosas, opino que la reforma de la 26.150 sería un error. Que es necesario asegurar la pluralidad de las propuestas, no sólo en el ámbito de la educación de gestión privada, sino también en el estatal. Pero esto sería otro tema.
(*) Leandro Bonnin es sacerdote, autor del libro «La familia ante el desafío de la ideología de género».