Este año, la escuela primaria en Entre Ríos estrenó un nuevo modo de calificación y promoción de los alumnos: se eliminó el aplazo, no se pone tanta atención a las inasistencias y se apunta reforzar el acompañamiento del chico para que pueda promover de un año a otro.
“La igualdad de oportunidades para todos a través de la inclusión plena, total y oportuna, el acompañamiento ante el ingreso tardío y los ´desacoples´frente a algunos recorridos esperados, provocados por la discontinuidad en las asistencias a clase, por la itinerancia institucional -.cambio de escuela-, los bajos logros, las trayectorias no lineales, la sobreedad respecto a lo establecido por la organización escolar, entre otros factores, serán la prioridad en la propuesta pedagógica elaborada institucionalmente. Esta tarea será realizada con el asesoramiento de la maestra orientadora integradora, el acompañante pedagógico y la maestra auxiliar, el referente de educación domiciliaria u hospitalaria y los equipos dee los Servicios de Apoyo a la Integración Escolar (SAIE) en los casos que amerite”, dice la resolución N° 920, del 13 de marzo último, que dictó el Consejo General de Educación (CGE).
Se podrá o no estar de acuerdo con esa disposición de Educación, pero aborda una situación que tomó por asalto a las aulas: la exclusión de cada vez más chicos exige un nuevo modo de relación en la escuela, reclama una mirada distinta, tratos diferentes.
La escuela, además, es un lugar de tensiones, de pequeñas rencillas, y el maestro no siempre está, como la canción a la bandera, «alta en el cielo»: tiene los pies en la tierra, hundidos en el barro.
Una maestra busca CIF, busca lavandina, busca un trapo, virulana.
Busca todo eso porque con todo eso procura borrar una palabra escrita en su lugar en la mesa del comedor de la escuela. La escuela es de jornada completa: ahí se desayuna, se almuerza y, claro, se enseña y se aprende. Y se convive, a veces bien, a veces más o menos.
¿Para qué busca la maestra el CIF, la lavandina, el trapo, la virulana?
En su lugar, en el lugar que ocupa la maestra en el comedor escolar, alguien, con saña hiriente, escribió esa palabra, esa palabra malísima, que se usa con le pretensión carroñera de quien quiere provocar daño, ira, rasgar la dignidad ajena. En la mesa, en el mantel de la mesa, alguien escribió: «Puta».
Cuando la maestra de esa escuela de jornada completa descubrió el escrito tuvo una reacción inmediata: quiso borrarla. No pudo.
No lo habían hecho los ordenanzas. Había sido escrito y así había quedado. Nadie lo limpió. Nadie intentó borrar esa palabra escrita.
Una semana: el escrito, «Puta», seguía ahí.
Cuando anduvo pidiendo alcohol, virulana y CIF a las ordenanzas, un compañero docente le preguntó para qué quería eso.
La maestra contestó:
-Para borrar el «Puta» que está escrito en mi lugar de la mesa.
La maestra que la escuchó se impactó más por la palabra dicha que por la palabra escrita. Se le salieron los ojos porque pronunciaba esa palabra siendo maestra y estando en una escuela. Nunca se espantó porque alguien le haya escrito eso.
Hay que avisarle a la mamá que la maestra dijo «puta» en la escuela.
Un aviso, en el cuaderno de comunicaciones: Señora mamá, dos puntos.
¿Qué hace la escuela, el maestro, el sistema educativo, cuando se encuentra con lo distinto? ¿Se espanta? ¿Y qué más hace? ¿Hace algo más o solo se espanta?
Una mujer, una mujer mayor, con nietas a su cuidado, una mujer que organizó en su casa, en su cocina, un merendero para un barrio que está en los bordes de la ciudad, cuenta lo que pasa entre los comensales: un chico de 14 dejó de ir porque está ocupado en cuidar la pequeña plantación de marihuana que tiene en su casa. Es su modo de vida, el que tiene a la mano, el que puede. ¿Quién juzga?
Un día después de hablar en la misa por el Día del Trabajo -en la que pidió reemplazar el asistencialismo por trabajo-, el cura Ricardo López, párroco de Nuestra Señora de Guadalupe, un templo que está en el borde del Volcadero, la zona más pobre de Paraná, habló de la delicada situación social y de la droga y qué se hace con un chico que cae en la droga.
“Los chicos con problemas de adicciones son una de las áreas en las que se debe trabajar mucho, en cómo reintegrarlos a la cuestión laboral después que se tratan de sus adicciones. Si queremos que salgan de las adicciones hay que buscarle un laburo, otro elemento sustentable que no sea la venta de droga”, sostuvo. “Yo te diría (que la droga) a veces es la única solución para sobrevivir frente a tanto dolor, tanta angustia, tanta desesperación. Yo no lo justifico, pero los entiendo cuando consumen por las situaciones que viven, que han vivido y que son desesperantes”.
¿Quién juzga? ¿Quién revierte ese cuadro de situación? ¿Qué pasó con la educación, con la escuela?
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.