Silvia Albarenque conoció el Monasterio de la Preciosísima Sangre y Nuestra Señora del Carmen -de la orden de las Carmelitas Descalzas, fundada en el siglo XVI por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz- cuando tenía 18 años: en agosto de 1999.
Había escuchado de la existencia de las carmelitas cuando tenía 13 años y vio un video que el cura de su pueblo, María Grande, Raúl Molaro, pasó en la parroquia María Auxiliadora.
-Entonces, una vez, en una Navidad me fui a confesar y Molaro me preguntó qué quería hacer cuando sea grande y yo le dije que quería ser carmelita.
Ingresó al convento de Nogoyá con 18 años y sin saber demasiado de las carmelitas. Ni mucho ni poco. No sabía de su organización, ni de sus reglamentos internos, ni de su disciplina. Tampoco supo -no podía saberlo- del modo dictatorial con el que dirigió la comunidad religiosa de monjas contemplativas Luisa Ester Toledo cuando asumió el cargo de prioria, en 2008, y se bautizó como Madre María Isabel.
Silvia Albarenque abandonó ese lugar en abril de 2013, seis años después de haber pedido a Toledo la dispensa para irse a su casa y luego de una permanencia tortuosa en el lugar: fue sometida a vejámenes y privada de su libertad, según dio por probado la Justicia al condenar a Toledo, tras dos denuncia en su contra presentadas en 2016.
Toledo fue apartada de su cargo en 2016, y recluida, sucesivamente, en distintos monasterios. En forma parelela, se abrió una investigación penal en la Justicia: Toledo fue acusada de privación ilegítima de la libertad, y condenada, el 5 de julio último, a la pena de 3 años de cárcel.
Silvia Albarenque es una de las dos ex religiosas carmelitas de Nogoyá que la denunció. La segunda víctima denuncia es Roxana Peña.
Desde los 26 años que pidió salir del convento hasta los 32, cuando pudo ser exclaustrada, soportó tormentos imposibles: ser encerrada y mantenida a pan y agua durante varios días en su celda, obligada a mantener silencio con una mordaza en la boca, aplicarse latigazos en el cuerpo como forma de mortificación penitencial, marcar la señal de la cruz con la lengua en el piso.
«Verdaderas violaciones a los derechos humanos», como resumió el fiscal Gamal Taleb, que en el alegato de clausura del juicio que se llevó adelante en Gualeguay pidió 6 años y medio de cárcel para la religiosa.
Seis años duraron las pesadillas de Silvia Alvarenque después de haber dejado atrás el monasterio.
«Estuve seis años pidiendo salir; pasaron tres años desde que se inició la causa; y al final la condenaron a tres años. Muchos dicen que es poco. Pero a mí, aunque la condenaran a cadena perpetua, nadie me devuelve los años que perdí ahí. Tenía 26 años cuando pedí para irme, y tenía 32 cuando finalmente me dejó salir. Cuando salí, y hasta que me recuperé y pude llevar una vida como el resto de la gente, pasaron otros dos años más», recuerda ahora.
Después de todo eso, junta los pedazos de su vida y busca recomponer su camino. Ya no tiene pesadillas, ya no sueña que al despertar encontrará a Luisa Toledo masticando algún reproche, ordenando algún castigo, minando su autoestima. Ni siquiera espera el perdón de Toledo. No parece tener rencor. Pide distancia de todo eso que pasó, de todo ese horror que vivió.
Sabe que pocos la escucharon cuando pidió ayuda. Entre esos que le dieron vuelta el rostro está el arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, a quien visitó dos meses después de haber abandonado el convento carmelita de Nogoyá, en 2013.
-El obispo dijo que yo desvariaba. Sé que en 2016 llamó a conferencia de prensa después de que la Justicia hiciera el allanamiento. No la escuché completa porque me da mal estómago. No puedo soportar tantas mentiras y esa burla. Sí escuché algo que dijo: que yo estaba equivocada. «Pobrecita, está confundida, es mentira lo que dice». Ahora está el fallo de la Justicia, y no ha dicho nada. Seguimos esperando que diga algo.
-¿Esperas un pedido de perdón de la Iglesia, de Puiggari?
-La Iglesia sólo hizo silencio y quiso desmentir lo que la Justicia finalmente probó que ocurrió. No sé si estaba esperando pedido de perdón, pero no me deja de sorprender la actitud que tiene. En el convento, Toledo hizo abuso de la autoridad, abuso de instrumentos de penitencia. Hago esta aclaración porque hay confusión. La gente dice: «Si vas a un convento carmelita, se supone que hay penitencia, y tenes que estar preparada para el sacrificio». Los sietes primeros años en el monasterio, que yo me acuerde, nunca me quise ir. El tema empezó cuando esta mujer fue elegida superiora. Fue un tormento permanente. Un lugar inhóspito para la vida. Yo quería irme. Que vivan como quieran, que hagan lo que quieran, pero yo me quería ir, y no me dejó.
-¿Qué te pareció a vos la condena a tres años para la monja?
-A mucha gente la sentencia le parece poco, tres años. Pero no deja de ser un alivio. Fue algo increíble. Cuando yo hablaba en el tribunal, sentía como que me descargaba de un peso enorme. Así lo sentí en todo momento. En determinado momento, cuando me quebré, el juez me pidió de parara un momento y le dije que no, que quería seguir, porque fue como una catarsis para mí. Esa sensación de que alguien me escuchaba. Fueron tres años de golpear puertas cerradas, de hablar con oídos sordos, y esperar una respuesta que hasta el momento no ha llegado. Recuerdo que cuando este caso se hizo público, desde la Iglesia nos pedían que no habláramos con la prensa. «No hay que acercarse a la prensa, porque la prensa está en contra de la Iglesia. No va a haber más vocaciones en los monasterios. Por lo de Ilarraz no hay vocaciones en el Seminario», eso nos decían. Me hicieron sentir como una basura. «Pobrecitas las carmelitas, ya no van a tener chicas», decían. Ojalá no ingresen más chicas, porque es un lugar inhóspito.
-¿Crees que la Iglesia debería expulsar a Toledo?
-No me considero miembro de la Iglesia. En ese sentido, mi postura es que lo manejen ellos como les parece. Me siento una gota de agua en el mar. Ahora hablamos de este caso puntual, pero no creo que sea el único caso. Por algo hay muchas mujeres educadas en colegios de monjas que odian a las monjas. Algo habrá pasado. Por eso digo que soy una gotita de agua en el mar. Lo único que espero de todo esto es que no haya tanta inocencia en el imaginario social respecto de la Iglesia.
-Las comunidades religiosas, como el convento carmelita de Nogoyá, ven en la figura de la cabeza, la priora, a la madre de todos. ¿Alguna vez sentiste a Toledo como tu madre?
-No, a Luisa Toledo, no. Tenía que decirle «madre nuestra» y «reverenda madre», y todo lo que sea, pero ese sentimiento nunca lo tuve. Mirándolo a la distancia, fue una persona que abusó de su autoridad. Y como narré en el juicio, estuve seis años teniendo pesadillas con ella. Me atormentó la vida no solo el tiempo que estuve ahí, y ella siendo la superiora, sino que no podía dormir tranquila ya estando en mi casa. Tenía pesadillas, me despertaba aterrorizada. Me moría de miedo pensando que al despertar podría encontrarme con ella. Fue una persona que me impuso tanto terror; fue fue perversa. Me afectó en muchos sentidos. Relatarlo otra vez es volver a vivirlo. Ahora, estoy recomponiendo mi vida, tratando de que lo que pasó no condicione mi presente ni mi futuro. Estoy estudiando Literatura. Estoy tratando de que lo que me pasó no me condicione de tal forma que dentro de 20 años esté estancada. Me aferro a mis afectos, a mi familia. Ahí adentro viví muy mal. Esta mujer a veces me preguntaba si quería hablar con un director espiritual para que me ayudara a ser más buena. Y yo le decía que con los curas no quería seguir hablando. El confesor era Escobar Gaviria. En cambio, yo le preguntaba si podía hablar con algún psicólogo. Me decía que sí, pero después me suspendía los turnos. Y me decía que era una vergüenza que una monja fuera al psicólogo porque iban a pensar que estábamos todas locas. Además, controlaba permanentemente lo que hacíamos. Una vez, a la salida de la confesión, me dijo: ´Hija, tenga cuidado cuando se va a confesar y habla de nuestra madre´.
-¿Pensas que Puiggari tuvo algo de responsabilidad en lo que te pasó?
-Ella actuó con libertad, hizo lo que quiso, pero ¿quién la apoyó? Ella no está sola. Detrás de ella hay una red de encubrimiento, y de apoyo. Ojalá algún día la Justicia investigue.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.