Por Leandro Bonnin (*)
Algunos amigos y conocidos se han comunicado en estos días para compartirme su dolor, su desconcierto, su enojo o su vergüenza por el juicio a Justo José Ilarraz.
Los comprendo plenamente, y sé que son ellos, los laicos, los que se llevan la “peor parte”, porque día a día se han puesto –y siguen poniéndose- la “camiseta” de la Iglesia Católica, y hoy sufren todo tipo de ataques, burlas o ridiculizaciones.
Por eso pensé compartir unas sencillas reflexiones que vienen a mi corazón. Las he pensado y rezado mucho, y creo que pueden ayudar. Vayan, entonces, estas palabras con el deseo de traer algo de luz, sosiego y esperanza.
a) El juicio a Justo José Ilarraz es una experiencia dolorosa, pero necesaria y, a la larga, positiva.
Es positiva en primer lugar para las víctimas y sus familiares. Es positiva porque para que toda víctima de un abuso pueda sanar es indispensable que se haga justicia, y que el agresor reciba un castigo justo y proporcionado, tanto en el ámbito eclesial como en el civil. Me consta que para ellos este tiempo es durísimo, pero sanador, y eso me alegra enormemente.
La experiencia que estamos viviendo es positiva, además, para la sociedad entera, porque el posible castigo del delincuente ayuda a derribar el muro del silencio y la impunidad. Anima a otras personas que fueron o están siendo abusadas a hablar, a denunciar, a salir de su ocultamiento que acaba siendo la más terrible de las condenas. El castigo del delincuente, además –siempre respetando los procesos judiciales que indica el derecho y el sentido común- tendría una fuerza preventiva de futuros abusos. No los hace imposibles, pero pueden tener el poder de desalentar a potenciales abusadores.
Es una experiencia positiva también para la Iglesia, en la medida en que significa una oportunidad para vivir en completa transparencia, y desterrar modos de reaccionar ante problemas internos que –aunque bienintencionados- demostraron ser ineficaces y que los Papas Benedicto XVI y Francisco nos invitan a abandonar para siempre.
b) En el juicio a Ilarraz aparecen involucradas y mencionadas muchas otras personas, tanto sacerdotes y obispos como familiares, ex – seminaristas, profesionales… Tengo la impresión de que con demasiada frecuencia se incurre en acusaciones no suficientemente respaldadas. Es claro –clarísimo- que todo aquel que haya transgredido una ley civil vigente merece ser penado, sea quien sea. Yo mismo me incluyo en esta afirmación.
Pero es necesario que en el análisis de las responsabilidades sean los tribunales competentes quienes dictaminen los grados y los modos. Como ciudadanos lúcidos y responsables, debemos tener cautela en todas nuestras afirmaciones, y no es justo que cambiemos el “principio de inocencia” –según el cual alguien es inocente hasta que se demuestre lo contrario- por una especie de “principio de culpabilidad”, según el cual alguien sería culpable hasta que se demuestre que no lo es.
Es, en todo caso, la Justicia quien tiene que emitir sentencia, porque es en ese ámbito donde se puede reunir toda la información necesaria para un juicio ponderado.
c) Me parece también importante recordar que lo que nosotros llamamos “la Justicia” es un tribunal formado por seres humanos, con su historia personal, su formación profesional y su experiencia en el ámbito del derecho. Que son personas de carne y hueso, con sus fortalezas y debilidades. Y que ellos mismos están expuestos a múltiples influencias: la de su conciencia y su deber, la mirada de la sociedad, la de la opinión de otros pares. Es por eso necesario rezar para que quienes hoy actúan tras ese magno apelativo de “la Justicia”, puedan ser verdaderamente justos. Puedan dar sentencias verdaderamente justas, de acuerdo a todo lo que se ha podido deducir de los testimonios y demás elementos probatorios. Pero no dejemos de rezar, para que actúen como actuaría Jesús, como actuaría Santo Tomás Moro, con un apego absoluto a la verdad, en búsqueda del bien común.
d) En el desarrollo de un juicio aprendí –desde mi breve y personal experiencia- que se pueden distinguir como 4 fases o elementos.
El primero son los hechos que ocurrieron y que una persona vivió de diferentes maneras. Hechos sucedidos algunas veces hace un lustro, una década o varias.
El segundo elemento es lo que los que declaran pueden recordar y/o logran expresar sobre los hechos que ocurrieron. En el juicio, muchas veces el fiscal o la querella preguntan así: “¿puede recordar tal aspecto? ¿recuerda con precisión tal o cual nombre?”. Eso me hizo ver que en el desarrollo mismo de las declaraciones se entiende que no todo se recuerda del mismo modo y con la misma claridad.
El tercer elemento es el relato de los fiscales o abogados a los medios de comunicación, donde sobre un mismo testimonio oído en el recinto, pueden dar interpretaciones parcial o totalmente diversas, sean querellantes o defensores.
Y el cuarto son las notas periodísticas, y en ellas, especialmente los titulares. Éstos pretenden ser un “anzuelo” atractivo para conseguir más visualizaciones, y por ello mismo suelen tener un tono impactante.
Teniendo en cuenta todo esto, me permito aconsejarte, querido amigo, que ejerzas un auténtico sentido crítico.
Ojalá siempre los cuatro elementos coincidieran plenamente. Pero he vivido en carne propia que los últimos tres elementos no siempre coinciden. Esto no lo estoy suponiendo, ni se me ocurre, sino que es lo que pasó y me pasó.
Tenelo en cuenta. Leé con cuidado, analizá con serenidad. No te quedes solo con el titular. Y acordate que lo verdaderamente importante para que haya justicia es lo que se dijo dentro de la sala de audiencias, lo cual ha quedado grabado, filmado y taquigrafiado. En base a eso el Tribunal dará sentencia.
e) Una persona me dijo: “lamento todo lo que tuviste que sufrir en el Seminario”. Y yo quiero decir que tuve la gracia –como tuvieron muchísimos otros más- de no cruzarme nunca en el Seminario con un sacerdote infiel a sus compromisos con Dios y con la Iglesia. No todos fueron santos –tampoco yo lo soy-, pero ninguno de ellos fue para mí motivo de escándalo. De todos he recibido siempre buenos consejos y de muchísimos verdaderos ejemplos de vida sacerdotal, de entrega desinteresada.
Ninguno de los sacerdotes que me formaron tuvo conmigo ni siquiera un atisbo de ambigüedad, y en todos encontré un absoluto rechazo a cualquier tipo de inmoralidad.
Fui enormemente feliz en el Seminario menor y en el Seminario mayor de Paraná, y conozco a muchos ex – seminaristas que llevan a sus hijos a conocerlo, contándoles que allí pasaron años muy felices, e incluso «los más felices de su vida».
Me entristece que las monstruosidades de uno o de pocos pongan en tela de juicio y «bajo sospecha» la fiabilidad de todos, pero no juzgo a quien siente esto. Soy consciente también de que los abusos de algunos tienen su “caldo de cultivo” en la mediocridad de muchos, entre los cuales puedo encontrarme, y por eso no quiero ponerme en la vereda de enfrente: yo también estoy implicado en esa crisis, porque formo parte de esta Iglesia.
f) Otro amigo, en la misma línea, me preguntaba: “¿Cómo se sigue después de esto? ¿Qué piensan hacer para volver a ponernos de pie?” Fue una pregunta muy dura y a la vez muy importante. No tuve respuestas para ella de inmediato.
Pero poco después supe que lo que tenemos que hacer es simplemente ser santos. Los que somos sacerdotes, redoblar la intensidad de nuestra oración, emprender un camino de conversión profunda, intentar servir con pasión a Dios y al prójimo. Extirpar de nuestra conducta cualquier tipo de abuso -por mínimo que sea- de autoridad, de conciencia, de poder…
Con la certeza de que si nosotros somos dóciles a Dios, o al menos lo intentamos seriamente, Él seguirá actuando a través de nuestra debilidad.
Me atrevo a pensar y decir, entonces, que el juicio a Ilarraz es un verdadero kairós, un tiempo de gracia, una oportunidad para purificarnos, para crecer, para sanar.
g) Por último, alguno llegó a expresar, no sé si con dolor o con gozo: “esto es el fin de la Iglesia Católica”. Y quiero decirte, querido amigo, con total certeza, lo que bellamente expresa la canción: “miras con miedo, no tienes confianza… una esperanza nos llena de alegría, presencia que el Señor prometió. Vamos cantando, Él viene con nosotros, Iglesia peregrina de Dios”.
Las tormentas son fuertes, pero no te olvides que la Iglesia viene sufriéndolas desde siempre. A veces son ataques desde fuera, otras –como en este caso- pecados y heridas desde dentro.
Ni unos ni otras son ni serán capaces de hundir la Barca de la Iglesia. Porque Él viene con nosotros.
En medio de esta dolorosa tormenta, Jesús resucitado sigue presente, sigue actuando, sigue dando vida y luz a muchos. En medio de esta tormenta, cientos o miles de católicos en la Arquidiócesis, y millones en el mundo entero, continúan dando testimonio del Amor de Cristo, sirviendo a los necesitados, iluminando con la Verdad, llevando consuelo a los tristes.
En medio de esta tormenta, después de la cual estoy seguro vendrán tiempos fecundos y plenos de radiante alegría –como el amanecer luego de una tenebrosa borrasca-, sigue estando María del Rosario. ¡Cuánto habrán hecho sufrir su materno corazón nuestros pecados! ¡Cuánto habrá pedido María por nuestra sanación y conversión, como en aquella hora de Caná!
Junto a Ella esperamos el amanecer, cuyos primeros rayos ya podemos vislumbrar desde la fe.
(*) Sacerdote. Nació en 1° de Mayo, Entre Ríos. Se ordenó sacerdote en Paraná, pero ahora reside en la localidad de Berthet, Chaco. Fue quien redactó la carta que en 2010 se presentó al obispo Mario Maulión denunciando los abusos del cura Ilararz, que ahora está siendo juzgado en Tribunales. En el juicio a Ilarraz declaró el lunes 23 de abril y su testimonio abrió la investigación hacia nuevos testigos.